>El trampista

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Me lo encontré, os lo juro, en la esquina más recóndita del edificio de oficinas donde trabajo, en una de esas salas de las que uno nunca imaginaría que existiera dentro de nuestro complejo. Vestía, inmáculo, con traje y corbata listonada -de moda-, repeinado, muy limpio, pulcro, higiénico. Era el trampista.

Cuando me vio se aproximó y me invitó a permanecer a su lado, aunque sabía que nuestro encuentro no podía durar mucho tiempo. Fumaba como una comadreja. Aquel era su último escondrijo y yo le había descubierto en pelotas.

Quien no conozca de cerca a los trampistas pasaré a describirlos sucintamente: desempeñan el turbio juego del “tocomocho” que permite que muchos asuntos de las organizaciones fluyan grácilmente. Todos nos regimos por reglas limpias y absurdas que muchos llaman los eslabones de la cadena productiva. Nos hablamos usando estas palabras simples del negocio, directas, adecuadas y blancas, que bien conducen a buen puerto aunque en otras ocasiones no llevan a nada. Y nos entrampamos en nuestro lenguaje cerril de posiciones tontas. De las directrices de mayores de colmillo templado. Es entonces cuando desembarca el trampista para arreglar las cosas y que todo avance.

Yo he conocido a pocos, ya que son caros y difícilmente alcanzables. Llegan, permanecen con nosotros el tiempo justo, canjean y tronchan conceptos, lanzan unas organizaciones sobre otras y se marchan. Este es el trabajo del buen trampista.

Cosas así le han sucedido a cualquiera, no quiero señalar a nadie: seguro que Vds. las han vivido ya. Un día cualquiera todos nos dejamos de hablar con el vecino de al lado y para eso está el trampista, que hace la alquimia del plomo en oro. Hace que veamos el camino justo y precipitado. Que nos demos besos en la palma de la mano.

Pues bien, el trampista miraba por la cristalera, mirada el horizonte y las montañas tendidas y yo sentía y leía en su interior que su trabajo ya no le gustaba. Que sería sustituido muy prontamente por otro, por el siguiente. También vi que había un brillo tierno y discreto en sus ojos. Un brillo especial que nunca exhibía fuera, a los extraños a los cuales conciliaba y camelaba a un mismo tiempo. ¿Pero a quién cojones le gusta su trabajo a estas alturas?, pensé en aquel momento. Y allí mismo, el trampista, lucía aquella discreta debilidad, y en mi desgracia, ahora yo era testigo de ella.

Se aproximó, lanzó su cigarro lejos, lejos, a una esquina. Y sonrió y me dijo:

-Chaval, ahora ya no eres uno de ellos.

No lo sabía, había pasado la prueba y mi examen, y aunque desconocía la nota, era la suficiente para salir de aquella sala para seguirle sus pasos por siempre.

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10 thoughts on “>El trampista”

  1. >Hola compañero, Tiempo sin navegar por aquí y sin actualizar mi blog, a ver si a la vuelta de las vacaciones recuperamos el ritmo. Enhorabuena a los dos de todo corazón, y a ti doble por seguir al pie del cañón. Un abrazo muy grande, Lidia

  2. >Felix, la fuerza de voluntad te define, yo he estado navegando por otros lares – aparte del absorvente trabajo de últimamente -,que tenían que ver con la bolsa (hay buenos blogs en ese campo, y también gente que gusta de la literatura) pero la verdad, como calidad yo siempre veo mucha en tu blog, más bien siempre hay calidad literarea.Un abrazo compañero

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