El canje de los 42 años #MungoJerry #wassigningmydead

En realidad quise decir que yo cumplía 42 tacos y eso, bueno, pues que ya no era un chaval para tontear y que no cabrían más motivos ni otras esperanzas o una segunda oportunidad en mi vida para… bueno… pues quise mirarla a los ojos, esos ojos tan profundos y negros, pozos para escapar del verano, pozos para vencerse, vengarse de la vida, huir, remontar un río y despeñarse. Era cierto todo esto, y créanme todo a un mismo tiempo. Entonces miré su vestido negro, breve y sensual, las transparencias, su escote, miré sus manos huesudas y albas, sus labios abiertos que mascullaban un “te espero” pero al reclinarme a su prolijo reclamo a duras penas pude terminar una frase porque no recuerdo otra cosa. Entonces se hizo el silencio salvo por un rumor, algo así como un golpeo de tambor, una oquedad en mi cabeza, como si hubiera una “otredad” que me empujara fuera de mí. Así sucedió mi muerte.
Todos tenemos mejores tiempos por llegar pero los míos terminaron aquel preciso día, llamémosle el canje de los 42 cuando mi vida finalizó de una puñetera vez. Nací en verano, fui cáncer, y en un tórrido e infernal día celebrando mi cumpleaños las espiché como si el soniquete de Mungo Jerry hubiera llegado a su fin. El corazón se me paró, e igualmente que perdí el amor, la vida se me arrancó a cuajo. Ella vino, quiero decir la puñetera parva y me enseñó que su corazón deseado no espera y supe que la mejor forma de alcanzarlo era haciendo el justo canje.
Caí sobre la acera, recuerdo las voces alrededor mío, recuerdo quizás el perfume de quienes luchaban por socorrer mi alma, las manos ansiosas que sobeteaban mi pecho, lo masajeaban y golpeaban a ritmo de Summer Time. No era soul, pop, rock ni nada que se le pareciese, no era el gorgoteo de la música, era el alucinado aterrizaje al más allá con su trasiego.
Cuando uno se muere ya nada importa. No hay más. Todos vamos a la tierra a podrirnos o somos incinerados y entonces formamos el eterno baile de los muertos, el baile de los que pronto se olvidan salvo por las fotografías, pero que si breve fueron nuestros recuerdos, en mi caso fueron 42 años, también fueron fatigosos para quienes nos soportaron y que ahora lloran con desconsuelo, el baile del pavo parvo.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis requiem.

 

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