No sé pueden olvidar cuarenta y tantos años.
No se puede olvidar la gallina Caponata, ni esas
canciones
que te canté de chico
las que acunaban y a oscuras
las que quisiera creer te metieron en la vida.
Hubo un tiempo de pan y leche
una vez, cuando todo significaba y se adhería al corazón;
El día que llegaste a casa como quien trajera tesoros y
y ya no fui yo el pequeño
porque lo serías tú para siempre.
Hermanos,
como lo son el viento y la lluvia,
como la luna que arrastra las mareas
como la noche que vigila al día.
Hermanos,
aquellos que nos confunden y nos preguntan
como cruce de teléfonos que descubriera en su voz
agua en Marte.
Abrazados,
que no haya más razón
que seamos un dipolo cuántico -si es que existe-
instantáneamente comunicados por sorprendente fuerza,
una sin distancia
en colisión del tiempo y del firmamento.
Hermano,
alcanza tu sueño,
vuela lo alto que puedas
hoy me siento feliz al verte feliz
reposando en un recodo
con la libertad del que tiene que decidirse a emprender el camino deseado
y son las tres
y el último silbato de camino nos reclama
y tú inspiras hondo y te despides
por un instante.