Día 8. Día del Padre. Tengo a mi hijo cerca y a mi padre lejos (¡y sano!). Para muchas familias es un día complicado. Hoy confieso que estoy de bajón, pero no os preocupéis, sigo detrás del teclado. Contradictoriamente a lo que mi espíritu dice, fuera ha lucido un sol estupendo, un sol cuyos rayos atravesaban la ventana. Mi agenda es intratable, si bien debo decir que me libera pensar que intento hacer algo útil en esta secuencia infinita de conversaciones de trabajo. Dicen que lo peor de esta pandemia aún está por venir, como si estas palabras escondieran una terrible maldición, un mal hado, una horrible distopía de la cual no pudiéramos desuscribirnos, porque no existe el botón que diga “exit”.
Y me digo a mí mismo “No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda”. Este es el sabio proverbio chino que me releo hoy con intensidad.
También me llegan otras noticias más halagüeñas: ¿será el Favipiravir el remedio que buscamos?¿Aquel que persigue media humanidad con los ojos apretados?¿Será el comienzo del larguísimo hilo de seda?
Ojala.
Mañana otearemos el horizonte.