>La fragilidad del monte y la memoria

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Ya que la memoria humana es frágil como la rama del retoño del olivo, pronto se olvidarían del monte quemado. Sin más. Dejaron de visitar aquellos parajes, de pasear sus cresterías, sus despeñadas, de reposar los senderos, de transitar las encrucijadas. Decidieron no reforestarlo.

Las fincas se abandonaron. Murieron los abuelos, los últimos que habían jugado junto al centenario olivar. Y todos ya creían que aquellas montañas siempre habían sido así de feas, secarrales horribles donde los relámpagos se estrellaban. Y borraron la hermosa ermita de sus retinas.

Después la ciudad creció como una telaraña, las torrenteras fueron asfaltadas, las viejas pistas fueron transformadas en modernas avenidas numeradas par e impar. La cumbre edificada con un centro comercial de cristal esmerilado. Se taladró la montaña. La maquinaría pesada desbrozó el último arbolado. Se desmocharon los cerrillos. Y los esbeltos rascacielos competían por alcanzar el firmamento.

Pobres, ricos, cualesquiera, hacinaron las colinas. Crecieron barriadas asfixiadas y las laderas eran ahora decorados de tejaditos multicolor. Del monte extinto, el efímero parquecillo acorralado, la última fuente, el manantial contaminado que una tarde de abril hubo dejado de brotar por agotamiento.

A pesar de todo, algo nos había quedado de aquel mundo perdido: sus palabras. Recuerdos de cuando por el paseo de la cañada transitaba el ganado, cuando cruzar el paso donde ubicaron la antena de televisión significaba una temeraria travesía de una jornada, de las loberas y los nidos de águilas del contorno que nombraban ahora retorcidos callejones.

Los niños las estudiaban en la escuela. En su imaginación, la ciudad se transformaba por el rumor de la vegetación, el trasiego de los animalillos del bosque y la plazas, avenidas, se repoblaban fantasmalmente fruto de aquel accidente toponímico de la memoria. Luego los chavales salían al patio, recreando aquel mundo desaparecido. Se maravillaban como detrás de aquel gran edificio de un banco podía hacer crecido una pequeña dehesa. Y juraban que de mayores harían todo lo posible por arreglar aquel absurdo desaguisado, cambiarían lo que fuese necesario por recuperar su monte, aunque bien mirado, cuando crecían, sus quehaceres les iban apartando de aquel recto deseo y la pátina del olvido anestesiaba los sueños de la infancia.
Únicamente apuntarles este último detalle, casi desapercibido por insignificante. El paseo del cauce todas las primaveras se inundaba, como si la naturaleza cabezota, reclamase un territorio, que por otro lado, de por siempre le había pertenecido.

Nota: La fotografía fue tomada este verano en Óbidos (Portugal) por mi.

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2 thoughts on “>La fragilidad del monte y la memoria”

  1. >Muy bueno el texto Felix. Con gran habilidad Gonzalo lo lleva a otra dimensión. Y plegandolo sobre sí mismo le da otra lectura. El texto se trabsforma en un negativo fotográfico. Misma realidad, doble dimensión.Solo con una frase. De manual.Con comentarios así, da gusto escribir, ¿verdad?

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