Y fue que el sabio historiador elevó la voz, docta y hermosa a un par y tan doctamente replicó:
Los gitanos, los negros, los viejos, los maricas, los débiles, los otros… los que no son de mi tribu, los que son de fuera de la casa: Ellos nos han aplastado, nos han estrujado, nos han chuleado por siglos. Tengo datos que así lo demuestran. Han contaminado nuestra lengua, han pervertido nuestras costumbres, han proscrito nuestras tradiciones. Porque ésta es nuestra tierra, la tierra de nuestros ancestros, la tierra entregada en exclusiva a nuestros antepasados y no podemos permitir que nos exploten y que nos arranquen las riquezas que son para los que siempre han ocupado estos valles, o que se beban el agua de nuestros ríos o que recauden los impuestos de nuestras empresas.
La mezcla de sangre propicia la idiotez. Tengo datos científicos. Toma nota de mis apellidos: Soy cristiano viejo. En esto reside mi poder. ¿Por qué ser solidario con un extranjero? ¿Qué me importan sus hijos, sus mujeres? ¿Qué me impide verlo cómo un esclavo a mis intereses? Yo nunca pisé sus tierras y me importa un bledo que sea de ellas. Porque tengo datos que demuestran que me han odiado por siglos quiero devolverles así su odio, envolverlo en papel de plata y marchar los de mi tribu con la espada bien alta. Con ladrillos hacer una muralla para no ver su jeta y que se pudran detrás de ella. Los nuestros y los suyos somos agua-aceite. Los datos sobre la mesa corroboran mi hipótesis. Y es que la historia sirve para todo esto…