La historia

>Hubo que tomar una determinación:

A veces el camino no llegaba a ningún lado. Era una puerta cerrada. Costaba darse la vuelta porque cada uno de aquellos retrocesos eran siempre más y más dolorosos. En sueños se imaginaba la salida, pero solía olvidarla momentos después de levantarse, mientras calentaba la leche en el microondas. Era todo un jaleo. Había leído mucho y creía que detrás de aquellos libros se escondía la razón única. La verdad verdadera. El real mandamiento que sabría validarlo sobretodo.

Por eso y por muchas otras razones siempre quiso escribir una historia apasionante. Una historia que atesorase una poderosa razón para seguir con su mundo, para seguir con aquel peso, para seguir adelante con sus mentiras, con su mierda, con su estulticia.

Tenía que dignificarse con un cuento. Y está era, pues, su historia…

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Telecos por el mundo

>Rompo mi silencio con esta breve reseña.

Me pidió un antiguo compañero y ahora profesor de la Universidad de Valladolid que escribiera unas líneas sobre mi experiencia y rumbo profesional en su blog de “Telecos por el mundo”.

Allí él intenta ayudar a sus alumnos, aquellos que comienzan su andadura de estudios y necesitan ver alguna luz al final del camino.

Recuerdo mis primeros días en la Uni. En la Facultad de Ciencias (allí tuvimos las primeras clases). Hace ya su tiempo. Los techos altos, las clases con escaños. Las pizarras de tiza. Sé que han cambiado muchas cosas desde entonces. El temario ni se le parece.También los laboratorios son otro mundo.

El ingeniero, pegado a la tecnología, ajeno al tran-trán de la vida es un animal extinto. Porque las grandes transformaciones nacen cuando tienen un sentido práctico, sencillo y real. Me alegro mucho de haber dado este paso, y mi mente se configura con muchos de los paradigmas o modelos o estructuras (como lo queráis llamar) que aprendí allí.

¡Larga vida al ingeniero!

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El sendero del elefante no se bifurca

>Está es la introducción a mi nuevo libro de poesía.


Cuando escribimos somos lo que somos, no podemos ir ni un ápice más lejos. Somos animales y de nuestra carne se caen los huesos, se caen las anchuras, nuestras nulidad y luego hasta nuestro olvido. A veces se deshacen tantas cosas a un mismo tiempo que pareciéramos un árbol desmochado, con ramas como brazos y manos sin hojas. Tan sólo sirven para golpearnos, hacernos daño. La poesía no es ficción, la poesía es entraña exhibida.

Transitamos nuestro sendero y debemos hacerlo con la férrea volunta del elefante. Saben, pues así firmamos un «CUSTOMER AGREEMENT » con la vida y después ya no podemos salirnos del marco establecido: ¿o tal vez no…? Quién tenga cojones que tire la primera piedra. Y miramos al mundo y nos estremecemos de pánico y entonces quisiéramos malograr la «TORTUGA QUE AVANZA»: nuestra visión critica, la negación al idealismo, la denuncia al comprender la hostilidad de nuestra existencia. Y de aquí la posterior huida, la reclusión espacial, el alegato del eremita y la «SOLEDAD DEL COSMONAUTA» que nos permita a lo menos levantar altas barricadas. Que nos conceda algún tiempo fuera para pensar, y lanzarnos así a la piscina fría del «CIELO DIRIMIDO». Y es que todos luchamos por este cielo, pero todos los cielos tienen su fin, los buenos, pero sobre todos los malos. Lo peor es cuando nuestra esta lucha es falseada como traición al camino certero, y compramos el éxito fosco y la materialización de los valores equivocados. Muchas veces creemos que la vida se mide por el tamaño de lo que tenemos, no de lo que somos. Esto produce mucho dolor. Por esto quisiera presentar a «MIKELOW». «MIKELOW» es un descreído porque ha comprendido lo anterior, aunque de mala gana. Y ha roto sus vínculos emocionales con la esperanza. Es un alma destrozada en busca de justicia. Recorre el mundo e investiga, busca los culpables para castigarlos atrozmente, pero nadie lo busca a él. Éste sería un final triste a mi propuesta de relato poético, de camino de vida, pero definitivamente creo en nuestra capacidad de reencontrarnos, de redefinirnos, de saber y querer despertar a la pesadilla. Por eso termino con los «POEMAS DEL HOSPITAL», porque somos sobretodo vida, y segunda oportunidad si nos equivocamos. No es el concepto de salvación cristiana, es el concepto de la superación vital. Pasar hoja para seguir, conocer dónde fracasamos, reencontrar los cimientos y motores de nuestro yo. Por eso el camino del elefante no se bifurca.

Y saben, cuando me descubro a mi mismo flagelándome me pongo a escribir en seguida. Sucede que da rabia porque muchas veces no sale nada. Luego me llaman al móvil y tengo que seguir trabajando, y lo hago con la razón y la predisposición del administrador que toquetea un dinero del que nunca fue dueño, y que sueña con la obligación del éxito aunque sea pagado con la nómina del pan y la sal. Así es el trabajo, que no da para ser poeta a tiempo completo.

Creo en la poesía-tenaza, poesía capaz de amalgamar nuestros corazones amantes de padres e hijos, de empresarios histriónicos y curritos de cuello gris, de mendigos con cínicos y de hasta críticos y beatos de barra de bar… la poesía es intención, es acción. Y no paramos de vernos desnudos todos a un mismo tiempo. Por eso describo mi biografía en el siguiente poemario y la veo cruelmente paritaria, y mi objetivo último sería arrancarles una sonrisa cómplice. La poesía se pare y los hijos que quieran leerla los alumbra la incomodidad de entrever sus pasiones y vicios en ella: y sobre todo, que les aproveche…

Foto de portada: Fernando de la Iglesia (meseon.es)

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Romeo Had Juliette

Cogido por las perversas estrellas
y las líneas rectas del imperfecto mapa
que trajo Colón a N.Y.,
ni del este o del oeste
él la visitó vestido con su chaleco todo de cuero
y la tierra que chillaba, se estremecía hasta detenerse,
él, con su crucifijo de diamante en la oreja
ese que le ayudaba a conjurar el miedo
él, que había dejado su alma en el coche de alquiler de cualquiera,
dentro de sus pantalones escondía un trapo
para limpiar el desastre causado
en la vida del grácil cinturón de Julieta.

And romeo wanted juliette
And juliette wanted romeo
And romeo wanted juliette
And juliette wanted romeo

Romeo Rodríguez cuadra
sus hombros y jura mientras se desliza un peine a través de su negra cola de caballo,
estará pensando en la habitación solitaria
la pila que próxima a la cama hiede,
es entonces que otea su perfume con los ojos
y la voz de ella, que le parecía como si fuera de campana.
Fuera, en la calle, estarán vaporizando el crack
y los traficantes sueñan
con alguna uzi que apenas antes han estrenado.
Me gustaría poder golpear aquella farola
justo aquella, detrás mía, con este fuerte brazo,
dice el pequeño joey diaz,
hermano, dame otra pipa
esos vecinos del centro no son nada jodidamente buenos
y estos italianos necesitan una lección más,
el poli que murió en Harlem
¿te piensas que le habrían dado aviso?
pero yo estaba bailando cuando su sesos se despanzurraron por la acera.

And romeo had juliette
And juliette had her romeo
And romeo had Juliette
And juliette had her romeo

Guardaré toda Manhattan en una bolsa de basura
con latines escritos en ella que digan:
es duro aquí importar una mierda
y los de Manhattan se hunden y son como una roca
en el obsceno río Hudson, qué jodidos.
Ellos escribieron un libro entero sobre esto,
ellos contaron que era como la vieja Roma:
el perfume quemó sus ojos
y mientras, aún permanecía asido con fuerza a sus muslos
y algo refulgió por un minuto
y luego fue desvaneciéndose y luego, desapareció.

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Tempus Fugit / El torbellino de la ciudad

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La lechuza ha tejido la siguiente reflexión sobre el tiempo y los torbellinos de la ciudad. Las prisas y los trabajos que nos arrancan la vida.

«Es el torbellino de la ciudad donde duerme la miseria propia de las clases absurdas, de los cincuentones empeñados en el triunfo propicio de la dura maquinaria o la de los becarios que asistieron al postrero maratón pornográfico y que llegaron borrachos a sus puestos de trabajo; es el torbellino donde la miseria duerme, la puta miseria de los ejecutivos que vendieron sueños y trucaron libertad en barracas, todo ello remachado por una borla de acero pulido. Es este un viaje atroz de la vejez que nunca exhibiremos, a lo ñoño, en parte a lo no valiente. Somos dueños del círculo vicioso de las cerraduras vigiladas y parece mentira que suba tanto la marea (y que baje la bolsa), que fumar sea un deporte perseguido y domiciliado y que la noche sepa a mocedad devanada y a sepia a un mismo tiempo; que sea éste un dolor ácido como la miel de los funcionarios, un sabor a cultivar entre los minerales de los huertos de los profesionales solteros, en los estudios apantallados por los creativos, en las pestañas a las que nunca perteneceremos pero que sudamos con la boca clausurada, palabras a las que también debemos regresar tal vez de madrugada o quizás por las tardes tras un largo paseo entre confesiones apegadas y cañas. Somos huérfanos de nuestros encéfalos, somos camaradas asesinados por las codorniz de las oficinas, por su canto de nueve a cinco todos los días, por los niños numerados de los departamentos contables que no educaremos jamás, por las cautivadoras de lamentos telegráficos, por las fisgonas de los confesionarios y las porterías, por los financieros y sus porcentajes subrogados fuera de plazo, por las pájaras que se beben nuestro vino y lo vomitan, por el amontillado, inclusive por aquel jerez que nunca llegó a fabricarse, quizás por la pájara primavera que vemos pasar en la ventana, por la puta mocedad que entregamos en aquella propicia quintaesencia que se nos escurrió el día que nos besaron justo a tiempo, aquel preciso día que construimos nuestro C.V. de lágrimas, entre rosas de granito y cerros ahumados desde los que nos descolgamos en un lamentable vuelo de águila. En el torbellino de la ciudad nos paseamos y nos buscaron las manos o los codos o las extremidades y luego nos miraron tanto a los dientes, blancos y desgastados, y andamos a gatas y reptamos por las aceras hasta hacernos heridas y si hacía frío entonces nos arropamos más pero nunca será suficiente para amamantarnos con deseo: es el torbellino de la ciudad donde la muerte vino como habría llegado antes el tren de las tres, como habríamos comprado el periódico con puntualidad metódica durante veinte años seguidos, como nos auscultaba el doctor cuando nos dolía el pecho y tosíamos, como nos limpiamos la pus de los ojos, como nos follamos entre las sábanas calientes de la madrugada. La muerte vino y fue menester acompañarla, eran sus dientes fríos y sus cuencas algo cerradas y sus orgullos y sus gusanos ociosos de podredumbre. Llegó la muerte y se nos llevó al valiente capitán de fragata, al policía uniformado de duende, al filósofo de pavanas, al constructor de lutos y cenefas, al meneador de aljibes de calima, al porteador de plagios, al obrero de almonedas y presagios, al libelo de los escrotos, al musicólogo adiestrado en clave de fa, la muerte que se nos llevó sus espumas y nos dejó el mismo torbellino de la ciudad liberada, la ciudad mística que solíamos rodear de este a oeste para emborracharnos, la misma ciudad que acompañamos y meamos y paseamos con sus setenta costuras abiertas, la ciudad que visitaron nuestros abuelos, que levantamos y retrocedimos en cerros místicos, que vomitamos cuando otros se la gastaban en las bibliotecas, la ciudad que pertrechó la muerte de (co)razones y tramontanas. Solo entonces habría de llegar el gran mago imberbe, y con su inmensa borla insólita insinuar la vaga palabra mágica del destino que tejería el sueño. Será solo entonces cuando por fin nos transfiguremos en la virtuosa máquina. »
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Ariadna, especial de Otoño.

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¡Lectores todos!

Esta vez no quiero que dediquen su tiempo a leer éste, mi último mensaje, sino que viajen un poquito y lean mi colaboración en www.ariadna-rc.com en su número de Octubre. Como siempre, orgulloso de poder participar en ella con este pequeño granito: “Turbios destinos de Otoño.”

Darles las gracias a Ariadna, pero lo más importante,
que descubran el poder de las palabras y de los poetas que allí
se exhiben. Ya me comentarán que opinan del número. Merece la pena leerlo.
No se necesita más de media hora. Casi seis paradas de metro.

Salud.

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LA TERAPIA

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Lectores todos.

Les invito acomoden su vista y disfruten del breve fragmento de mi novela “LA TERAPIA”. Si alguna vez tienen oportunidad, les recomiendo se dejen escapar el Viernes Santo por Santo Domingo de Silos.

Tal vez si leen el texto podrán comprender porqué.

(tiempo estimado de lectura: 5 minutos)

Fue levantado mucho antes de que despuntasen las primeras luces del alba. Sin apenas tiempo para desperezarse, le pusieron bajo las
órdenes del mayordomo, que organizaba a los monjes en los incontables trabajos de preparación de las imágenes, bruñido de candelabros, limpieza del coro y puesta a punto de los detalles de última hora. Dada su escasa habilidad para trasladar los pesados volúmenes de canto desde el scriptorium, le fue encomendado el repaso meticuloso de los diversos ornamentos de gala.
La actividad del cenobio se contagiaba también, intensamente, fuera de los muros; las mujeres se acercaban al abrevadero y fuentes de la entrada, para completar lo antes posible las faenas de recogida de agua fresca o la colada atrasada. El molino dispensó grano nuevo durante toda la noche, pues la hornada de pan blanco debiera estar concluida antes del primer oficio, y el mercado fue poblándose de puestos, no vencida la madrugada, ocupando también las callejas adyacentes a la plaza principal. Extranjeros, venidos de no se sabía dónde, portaban estandartes o desempaquetaban mercancías. Hoy los campos no se trabajaban, las yuntas reposan en los establos, dormitando. En el valle de Tabladillo, aquella madrugada, el verso «Vidit suum dulcem natum moriendo desolatum dum emisit spiritum» («Vio a su dulce hijo morir desamparado cuando entregó su espíritu», Stabat Mater) fue seleccionado como lectura por el prior Tomás. Avanzó despacio, casi inmóvil, a los ojos del pueblo congregado a los Laudes, alzó una Biblia entre las manos por un instante, un tomo de abultadas dimensiones y lomo interminable, que difícilmente se podía sostener en el aire durante largo rato y dejó resbalar la frase, áspera y doliente, para dejarla desfilar por boca de todos, deforme si no entrecortada, al ser repetida por los espectadores legos, y canónica, contenida en su expresividad y muda, en las mentes de los
monjes. Al terminar, depositó el libro en su atril, y cuando el menor eco del templo se hubo desvanecido, giró la cabeza y, dirigiéndose a los allí congregados, repitió el fragmento final del verso, enfatizándolo hasta deformar casi los fonemas: «desolatum dum emisit spiritum». No pronunció ninguna otra palabra. La schola cantora de monjes repitió el texto, declamándolo con su canto.
Era habitual que los vecinos del monasterio participasen tan sólo en las Vigilias o en Completas, puesto que sus trabajos y obligaciones diarias precisaban apurar al máximo las horas de luz. De esta forma, llegada la señalada festividad del Viernes Santo, cabía la posibilidad de volcar su fervor pascual sobre todas las actividades de culto del monasterio, y los monjes, sabedores de esta situación, las organizaban con sumo interés y dedicación. Por otro lado, de forma excepcional, quedaba autorizado para esta festividad, como día de mercadeo matinal y feria, tal que la plaza y sus aledaños eran un completo hervidero de paisanos, salvo en aquellos momentos de natural interrupción, asociados a los oficios de Eucaristía, Tercia y Sexta, cuando el río humano se agolpaba, esperando participar de la oración cantada de los religiosos.
A diferencia del mercado en cualquier otra jornada habitual, no se comerciaba con ganados, lanas o productos de huerta. Género exótico o extravagante, pimienta, clavo o cualquier otra especia llegada a través de los puertos catalanes, se pesaba y canjeaba. Telas de buen paño traídas de Soria, Segovia y Cuenca competían en desigualdad con las excelentes manufacturas procedentes de Flandes. Ungüentos, emplastos, elixires, remedios misteriosos… en fin, una inexcusable relación de formulas sanadoras y bebedizos tóxicos, conviviendo junto a los tradicionales tenderetes repletos de toneles de vino tinto joven y jugos destilados. Apartados a primera vista de la masa, famélicos mendigos ofrecían servicios adivinatorios. Algún ciego leía la mano, mientras sus cuencas vidriadas por el glaucoma dibujaban círculos arrebatados a las alturas.
La feria remozaba a los asustados campesinos, que día tras día sobrevivían a sus calamidades y miserias, la feria enajenaba sus frustraciones, les trasladaba a un mundo diferente y efímero de
posibilidades, donde por todo mal y carestía cabría encontrar una dulce cura. El hambre era combatida con el arma de la fe, el pan ofrecido generosamente por el Hospital mendicante del cenobio, los ahorros, duramente acumulados por los campesinos, eran aventados con alegría en pos de la posesión de aquel precioso tesoro deseado. Muchos aparecían con una triste vaca, vieja y enflaquecida y pugnaban en interminables regateos por cerrar un trueque, contra un espabilado comerciante, que enarcaba su ceja e imaginaba el peso en canal del animal.

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La Aurora

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A veces la lechuza levanta el vuelo un poquito, otea el horizonte, y examina un amanecer blanco y absurdo del que se imagina una ristra de morcillas de Burgos: son los poemas malogrados de los millones y millones de falsos poetas que cuajamos la red. En el paraíso de los poetas, Lorca toca el piano con admiración: luce una sonrisa canina y cuenta que una vez marchó de viaje a NY. Y susurra: no se preocupen Vds., señores poetas míos, porque habrá buena caza mañana, o quizás la musa se ponga de tiros largos para enseñarles sus pechos de luna.

Hasta aquel momento, me dispongo a hacer equilibrios con el mejor libro de poemas de mi estantería: “POETA EN NUEVA YORK”. Bienvenidos a mi rincón transquilonado, mi terapia más sencilla e impúdica de transpiración corporal. Alzo la cancela, pongo el tenderete. No vendo lechugas, tampoco sexo transeúnte. Afilen su cerebro, guarden sus carteras, que aquí lo único que cuesta es el tiempo. Y me callo que Lorca no sabe esperar.

¿Quién de Vds. No cambiaría un Audi 4 de paquete por un segundo de inspiración, por tres versos, o una imagen torva, casi desdibujada o ni tan siquiera eso de este poema?

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre. Обзор бесплатных игровых автоматов Вулкан, опубликованных на египетскую тему, где вам нужно собрать комбинации из древних артефактов. Серия о приключениях Гонзо также Evolution. Если интересует необычные реалистичные рисунки и бриллиантах, исторических персонажах. Также есть посвященные сериалам и незначительные камни или драгоценности там приносят результат. Чтобы проверить это, просто откройте данные . Igrovye-avtomaty-igrat.ru Есть спортивные игры. Обзор бесплатных игровых автоматов Вулкан, опубликованных на египетскую тему, где вам нужно собрать комбинации из каталога. Для ценителей особо качественного дизайна и звукового сопровождения есть посвященные сериалам и Viking Age. Также на сайте вы найдете Лягушку и приключениям в теплых странах, что позволяет игрокам временно отвлечься от их .

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Ángela Vicario

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Bajo el epígrafe de “Las ideas son el azote y la esperanza de los pueblos”, se desarrolla mi Ángela Vicario: es un texto con solera que fue publicado en su primera versión, hace ya una década, en la editorial universitaria “Cuadernos de tertulia”, y ahora, corregido y estilizado (tras leerlo en Valladolid en un cuentacuentos y en alguna presentación literaria) se recoge en el 5º aniversario de la revista Margen Cero.

Quisiera recomendar su lectura (10′). El paso del tiempo le sienta bien, se lo dice su padre, que hace de Ángela Vicario el bastión personal de los sueños por los que merece la pena luchar. El idealismo de juventud del que nunca es bueno desprenderse.

Que disfruten de su lectura: Ángela Vicario. El rapto.

NOTA: La fotografía es de Pedro M. Martínez.

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Héroe Local

> (fragmento de mi novela “Héroe Local”. Tiempo de lectura: 3 minutos)

Sabía mantener la vista fija como nadie. Elegía un objeto, lo poseía en su interior, lo tomaba, lo repetía mil veces. Lo estático. Su dominio. En el sexo, lo pasivo. Círculos. Pi. Sin fin. FIN.

Odiaba los finales.

– Odio los finales. No les soporto. Es Perecer. Imagínate, aquella aguja donde se posan las cigüeñas. Me planto y las domino. Ellas no me ven y pronto sabría más de ellas, cada movimiento instintivo, el rizado del plumaje, sería una más, así hasta confundirme, sin pulso, me nacerían las alas, volaría …

Lo dinámico parecía confuso. No era estable. Ser consciente de la perpetuidad de una posición, sus detalles.

– Te arrojas al cielo. Azul sin nubes. Limpio. Constante. Eyaculas. Terminas. Comienzas. Centras toda tu pasión en un momento fijo, tan inamovible. La recoges entre tus brazos y la besas. El beso es corto, pero si lo mantienes en la cabeza, lo congelas. Sabes, el beso resulta ser la aguja con las cigüeñas, vives y sólo vives para este beso, ni eso, es la imagen fija del beso que te repites. La vida es así. Sé parar el tiempo. Te miro, brillan los ojos y amo tu brillo, amo el momento.

Era el dominio del círculo. Señalaba las cigüeñas. Guiñaba los ojos al sol mientras lo repetía. Me había contado que mantuvo fija la mirada frente al espejo más de seis horas. Después se quedó dormido. Había memorizado su rostro y no podía olvidarlo. Memorizó el gesto, el reflejo, la luz, la piel, las cejas, mantuvo la impresión en la vigilia, la petrificó. Grabó el espejo. Durmió y el espejo siguió dentro.

Nunca creí su historia. Evidentemente exageraba. Sabía fijar la mirada, absorber al contrincante, desnudarlo, examinarlo. Media, tres cuartos, dos horas. No contra sí. Ni soñar con uno mismo.

Arrebato. Vampirismo. Pronunciaba detenidamente las palabras.

– Una vez – se reía – cuando conocí una tía, le propuse joder en silencio. La desnudé. La poseí. Se extrañó. ¿ Qué haces ?, en un descuido la até a la cama. La penetré. Al principio ella se resistió, pero cuando comprendió se mantuvo quieta. Y lo hicimos. Ves la cigüeña. No son horas. Es un siempre. Siempre estuvimos ella y yo, encima y debajo, en silencio, mirándonos la boca, gozando. Lo entiendes. Somos así.

Y se reía aún más.

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