>Lectores todos. ¿Recuerdan aquel encuentro (http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/04/un-reencuentro.html) con un compañero de infancia? Me prometió enviarme textos para que los colgará en mi blog. Y ni corto ni perezoso. El otro día recibí esto: a juzgar por el contenido, comienza con buen pie… juzguen Vds.
___________________________________________________________
– Follar bien, tío, moral de caballero. A todos nos hace falta. Un buen culo donde menearse. Nada de pajas, ¿entiendes?, quiero decir que están muy bien cuando tienes quince años o no te jalas un roscón, pero nosotros debemos reivindicar las buenas costumbres: follar y follar.
Ya desde pequeños hubimos de demostrar unas dotes especiales al ojeo. Madroño y yo de pura risa nos mirábamos, abrumados de nuestro afán clasificatorio. Era un amante rápido, veloz, precavido a zancadillas, ajeno a imprudentes romanticismos. Su sexo era próximo a un proceso digestivo. Dotado, vidente orgiástico, entusiasta de lo retorcido.
Algo desentrenado, eso sí, últimamente. Tomando café, muy chistoso, recordaba las veces que juntos salimos de safaris. Los meses de verano ofrecían espectáculos poco habituales. Mangas amplias, escotes y vuelos, ceñidos, labios y pezones pronunciados. Entusiasta nato.
Claro que había cientos de leyendas, hermosos desvirgadores de hembras, orgías y todo lo demás. Me lo explicaba muy lentamente, repitiéndolo mil veces. Cada gesto, una palmada, la ceja que contraía, el botellín de Mahou en la mano.
– Hay que vivir.
Apoyado en la pared frente a mí, fumaba. Oteaba con sus ojillos verdes, acechaba. Era todo un deporte.
– Ellas sólo esperan para que tú las entres. Eres demasiado buenazo. Quieren hombres, no tímidos… mira esa, a que te gusta, debes pensar que te la vas a comer. Hay que hacerlas daño, de otra forma …
Hablaba así. Medio en broma o en serio, quién sabe.
– Claro que tiene razón. La tiene porque somos un par de mocosos con apenas veinte años, sin dinero, pero sobre todo con muchas ganas. Tiene la razón en que nuestras aspiraciones se reducen a bien poco: follar.
– Pero hay otras cosas.
– Costumbres burguesas.
– ¿ Cómo ?
– Tú y yo no tenemos coche. No hay pelas. No hay papi adinerado. No hay drogas. No hay emoción. A qué coño vamos a llegar. No quiero crecer, me jode verme trabajando y explotado, manteniendo a una esposa gorda, tres hijos, la hipoteca. No hay trabajo. no hay expectativas. Qué nos queda a nuestros veinte años. Lo sabes, justamente eso, los veinte.
Hay un ridículo juego consistente en creerse alguien importante, salir al centro, mirar los culos-culos, hablar con menosprecio. Pasear y creerse a sí mismo dueño. Pasear por la tiendas. Entrar y preguntar por un traje demasiado caro. Es nuestra estúpida destrucción, la de los llamados mediocres. Las tetas. Cientos de sujetadores transparentes, divertidos, ramificados.
– Leí que los pezones tienen conexiones nerviosas directas al clítoris de la mujer. Pueden sufrir espantosos orgasmos sencillamente si manoseas sus pezones.
No deseábamos crecer. Era fácil vivir sin más respondabilidades.
– Eres la hostia Madroño.
– Y tú un parao.
– Lo sé.
A los trece años perdió la inocencia ( así lo explica ) y nada pudo remediarse.
– Al principio yo también era como tú, dulce, amable … pero mira, que me las dieron, y me los pusieron. Tú no sabes lo que jode cuando te engañan, como cambias. Imagínate en un baile, y ves como alguien le soba las tetas, y ella dejándose como una puta. Te vuelves malo. Pero tú eres aún así.
Menudos consejos.
– Lo peor llega cuando imitas esta maldad. Te gusta hacer daño, el dolor físico nunca es comparable a nuestro propio e interno orgullo dañado.
– Pero todo puede pensarse de otra manera. Imagínate. Ella se deja. Bien, puede que no sepas como manejarla. Ellas son más inteligentes que nosotros, nos seleccionan, en realidad nos dominan, son casi monstruos …
– … con tetas.
Cuando se nos había subido lo suficiente el alcohol, discrepábamos sobre como debíamos actuar con ellas, y casi nunca llegamos a conclusiones definitivas. Ellas adornaban terriblemente sus deformes permanentes. Existían sonrisas cómplices entre nosotros. Cinemascope a nuestros ojos, hablando de cine o de cultura, se resbalaban nuestras miradas en su escote, y aunque ellas parecían no darse cuenta ( en verdad toda ), continuábamos jugando a mostrarnos dignos en apariencia, y por dentro, un fiero instinto se cegaba. Al final, como buenos chicos, siempre invitábamos, deseando escaparse algún beso furtivo.