>Me arde la Navidad

>¿Calamaro estaba loco o qué? O no. O tal vez sí, o todo, o nada o quizás un poquitín.

Me arde, dice, ¡dice que le arde!, le arde la vida, le revientan las cañerías de los intestinos, le arde el encefalillo de su entrecejo, le arden los entrepaños de los genitales.

¡Le arde la Navidad!

Le arde los cambios que giran y giran y vienen para volver a irse por nuestras vidas.

Llevo días obsesionado con esta canción y ya se repite sin tregua, qué latosa: parece un estribillo estroboscópico, un villancico tosco que no puedo detener jamás en mi cabeza. Le arde, me arde, qué jodido, salto a la pata coja (con la pata buena, la no esguinzada, por supuesto) y le grito: ¡qué arda la muy…!

Y pido perdón a quien ame la Navidad. A mi me devora y me enamora. Soy el perfecto amante “autofago”.

Tan sólo le salva a Calamaro la frase con que termina su canción: “…el problema es que la nena, era linda pero buena gente,…y me tocó la frente…”

Y me tocó la frente.

Feliz Navidad, y que les arda a todos.

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>El sueño de Amalfitano (2666)

>Roberto Bolaño está muerto. Como lo está Cervantes. Como lo está Flaubert. Como lo está Dostoievski.Vds pueden elegir, o dejar que sus vidas discurran plácidas, breves, aplacacadas o apalancadas. O leer la gran aventura: 2666

“Y le decía: escucha mis palabras con atención, camarada. Te voy a explicar cuál es la tercera pata de la mesa humana. Yo te lo voy a explicar. Y luego déjame en paz. La vida es demanda y oferta, u oferta y demanda, todo se limita a eso, pero así no se puede vivir. Es necesaria una tercera pata para que la mesa no se desplome en los basurales de la historia, que a su vez se está desplomando permanentemente en los basurales del vacío. Así que toma nota. Ésta es la ecuación: oferta + demanda + magia. ¿Y qué es magia? Magia es épica y también sexo y bruma dionisiaca y juego. Y después Yeltsin se sentaba en el cráter o la letrina y le mostraba a Amalfitano los dedos que le faltaban y hablaba de su infancia y de los Urales y de Liberia y de un tigre blanco que erraba por los infinitos espacios nevados. Y luego sacaba una petaca de vodka del bolsillo del traje y decía.
-Creo que es hora de tomar un copita.
Y, después de beber y tras mirar al pobre profesor chileno con una mirada maliciosa de cazador, retomaba, con más ímpetu, si cabe, su canto. Y después desaparecía tragado por el cráter veteado de rojo o por la letrina veteada de rojo y Amalfitano se quedaba solo y no se atrevía a mirar por el agujero, por lo que no le quedaba más remedio que despertar. “

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>Tres visiones para un cambio: Libro Electrónico

>

¡lectores todos!

Quisiera invitaros al siguiente acto en el que participo en su organización a través de ESADE, la Escuela de Negocio, en Madrid. Libro Electrónico: tres visiones para un cambio.

Tema candente de este año, a todas luces.

“El libro electrónico llama a la puerta. La industria cultural por excelencia, la industria editorial, afronta trascendentes retos y transformaciones, que ya muchos consideran similares a los que se plantearon en las industrias de la música o del cine en los pasados años.

Y no se trata solo del papel. También influye en el canal de distribución y venta, el marketing de los contenidos y la promoción de los autores, los gustos del público, el sentido de los editores y el propio modelo de negocio.

Las nuevas formas de consumir libros, de comprarlos y de leerlos darán lugar a que muchos agentes de la cadena de valor desaparezcan. Los editores más tradicionales ven peligrar su influencia. Las pequeñas librerías deberán transformar su oferta. Cabe la posibilidad de que la piratería erosione los ingresos y dañe la reputación o pueda incluso ponerse en peligro la iniciativa empresarial. Frente a los riesgos anteriores, también se presentan grandes oportunidades: Internet es la ventana a las nuevas generaciones de lectores y a los autores con iniciativa e imaginación, a la difusión y a la pluralidad de las apuestas.

No existe una única fórmula de éxito. Hay quien piensa en copiar estrategias del mundo off-line y trasladarlas a las nuevas formas de hacer negocios. Otros creen que el éxito se encuentra muy próximo a la idiosincrasia y a las formas del mundo digital.”

Para más información e inscripciones (es gratis) picha aquí.

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>What's this?

>Como cuando enciendes la luz y
te das cuentas que nada falta y
que en ese preciso instante
un pequeño andamiaje se
nos desliza,
y que el nogal desprende su fruto
que el girasol oscila en el horizonte,

es un cuento largo y preciso,
una prosa con narrador que cambia
y son las palabras novedosas
del próximo cuento irrepetible,
un teorema de príncipes arrojados
una voz que antes fue mía
y que ahora es preciso entregarla,
el testigo fiel
que debo alimentar
y que se duerme esta noche
entre mis brazos.

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>El cielo dirimido

>Estimados lectores, hace tiempo que no actualizo mi pequeño otero, que no es lo mismo que decir que no escribo. Las vacaciones fueron intensas en proyectos, unos más fructíferos que otros, pero la suma total sigue siendo buena.

Decirles que en este lapsus terminé un nuevo sueño: GOMORRA. Un cuento que trabaja mi visión de la narrativa empresarial. Me apasiona lo que sucede en nuestras empresas. En ellas encontramos lo mejor y lo peor.

Quiero descubrirles este pequeño fragmento de la obra. No les dirá mucho, pero para ponerles en contexto imaginen al ejecutivo, que una vez finalizado su trabajo (con éxito o no), es recibido por el “cielo dirimido”.

Que les guste. Deséenme suerte, lo he presentado a buenas puertas, concursos y lugares de propicia publicación.

PD. Recomiendo escucharlo con este aria de Rinaldo, de Haendel. Es la banda sonora de la obra.

«Dicen del cielo dirimido y de sus proximidades, dicen del sol, del tiempo que se nos vino, de la proximidad de la noche, del tiempo negro desvelado o revelado, del tiempo lelo o del cielo dirimido.

Acerca del atardecer de los soles. De las nubes trabucadas. Del cieno que huele a trinchera de combate. Del pecado original pero baldío. Del fin atisbado gracias al prócer hueco, de la noche dislocada, y en fin, que fueron también todas las ausencias y nuestros proyectos traviesos al atragantarse. Porque era tarde o fue demasiado pronto. O quizás ya no era, ni sirvió de nada, era la fruta no recogida del árbol. Pero nos pidieron salir con fuerza, salir con las botas puestas y semidesnudos o en pelotas cruzamos la calle, cruzamos las aceras ardientes, atravesamos los mares hasta alcanzar la platea del teatro público, y allí vociferamos a todos, nos jodimos allí mismito, y nos sobaron las tetas en directo, y del graderío nos asaltaban con insultos, y nos arrastramos en el cieno de los tirantes de la cacería, y fuimos como pécoras muy viejas, muy viejas, porque sucedió que se hizo tarde para aterrizar entre las tinieblas y fue que subimos a las almenas y fue que lanzamos dardos y caímos y fuimos de carne muerta donde luego hubo huesos y finalmente quedó solamente nuestro polvo.»

Éste era nuestro cielo dirimido.

«Yo tuve una gran piscina. Yo tuve varios coches de lujo. Tuve servicio. Tuve poder. Tuve secretaria, despacho. Tuve palco. Coche y tarjeta de empresa. Comidas con proveedores que se alineaban como esclavos para darme la mano, venían a besarme los tubérculos, era un plácido contubernio de focas obesas. Era la llamada del ganso, la sentina y cruel llamada del ganso fosco, aquel que no cabría por las puertas, aquel que no subiría las escalera sin la preceptiva humillación, la justamente correspondida, gentilmente aclimatada, la abonada, que reinó por una hora y que dejó escuchar sus gritos por las esquinas. »

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>La vida es sueño

>

Ayer nos reestructuramos, ¡otra vez! Estas grandes empresas más que empresas son ahora culebras retorcidas, algunas de ellas enfermas, histriónicas. La lechuza eleva su vuelo y sueña, sueña, y de madrugada se libera de la prisión dorada, cárcel de presos, condena por arrancar las monedas que nos alimentan. Huye.

Y mucha suerte que tenemos trabajo, no hay que quejarse tanto. Otros sueñan con él.

Les dejo con el inmortal Segismundo, que creo que también sabía mucho de todo esto que me pasa hoy.

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>El agente literario

>Cuando el autor finalmente hizo de la capa su sayo, como sucede a los mariquitas que salen del armario y que renacen a su nuevo entendimiento, decidió atravesar el pasillo de los creativos muertos en vida; se sacudió el polvo de sus zapatos (unos mocasines que irradiaban un lustre concomitante), se atusó los frontales de la cabeza, hermosos bastiones donde reposaban aquellos últimos y sectarios cabellos rubios para fruncir el ceño y picar al portero automático. Lo hizo con fuerza, puesto que quería causar una impresión inmejorable al agente literario.
Pero pasar, no pasó nada. Luego espero, espero otro buen rato… y nada. Silencio, bueno, casi, de no ser por un río de automóviles que ahuyentaban todos los pensamientos del autor y de paso las palomas de la avenida. Otra vez más, tomó aire, dio un traspiés, suspiró y se ajustó el nudo de la corbata. Era de seda, de buen lustre y acabado. Y casi limpia, descontando alguna mancha de grasa extraviada en su reverso.
El autor habría de aproximar la mano lentamente al timbre, enfocando sus fuerzas en aquel voluptuoso acto, pero fue entonces cuando sonaría el móvil de trabajo: qué fastidio, esta vez era un cliente.
—Sí.Los clientes llamaban por las mañanas, por las tardes, eran unos completos maleducados, no le permitían la prolija pausa necesaria para aquel importante momento.
—Por supuesto que puedo atenderle ahora mismo
Cochina mentira, hubiera preferido colgarlo. Pero es lo que hay en la vida, sobre todo si tienes que compaginar cuerpo y alma, trabajo y crucifixión. Y mientras, pulsaba el botón con la máxima fuerza, con la terrible ambición del que buscar librarse del crudelísimo presidio aceptando así cortarse el pene (acaso como los toreros su coleta)
—Pues, dígame —Del telefonillo de la puerta partió solícita una voz.
—Quisiera ver al agente —esto lo dijo al micro del móvil y al darse cuenta de la confusión — … al agente literario… —esto último lo repitió al telefonillo y después continuó asistiendo a la voz que nacía de su móvil de trabajo.
Se hizo el silencio, fue una pausa muy larga, aunque el autor no pudo prestarla atención, puesto que seguía muy entretenido y azogado por el requerimiento del cliente.
—Ah… pues no está, no ha vuelto de comer. Inténtelo más tarde.
—¡Imposible! Había concertado una visita —dijo apesadumbrado, pero aquella voz no le respondió, y por contra le colgó el telefonillo.
Por la otra oreja la conversación con el cliente se alargaba y el autor se ponía por momentos más nervioso. Los sudores se dibujaban en su camisa a chorretones. Decidió entonces esperar a la puerta del edificio. No cabía duda, era un comercial nefasto. Y porque a él lo que le gustaba sobre todo aquella la caña de la escritura, aquel chute de creación y miseria.
La conversación con el cliente se complicaba por momentos. No llegaban a un acuerdo, y el señor cliente reclamaba no sé que aspectos sobre ciertos incumplimientos de contrato, cuando de repente imbuido por aquella conversación sintió una palma sobre su espalda para arrancarla del atontamiento. El autor giró la cabeza y allí, detrás suyo, vio una mujer bajita, con una sonrisa entre ridícula y socarrona que le señalaba la puerta insistentemente.
—¿Me permite joven?
Ágilmente le esquivó, sacó un manojo de llaves del bolso y entró al portal y así el autor tras de ella, casi a punto de pisar la falda listonada. Ambos fueron al ascensor, al fondo del pasillo, un vetusto aparato. Mientras esperaban, el tono de la conversación entre el comercial-autor y el cliente había comenzado a elevarse, a complicarse, se estaban perdiendo el respeto y el autor fruncía el ceño con enervamiento. Cedía terreno sin esperanzas de recuperarlo.
La puerta del ascensor se abrió y ambos (mujer y autor) entraron apelotonadamente. El autor pidió disculpas. Para entonces se le había caído la cartera en par de ocasiones y todos los originales habían rodado por el suelo, se doblaban y eran pisados por los cuatro pies. Quien haya subido en aquellos armatostes comprenderá cual es sobre todas las cosas la situación más embarazosa: quedarse encerrado en aquella caja metálica con un desconocido, y más si es una mujer y tú eres hombre. O al revés.
Cuando el ascensor se detuvo bruscamente entre el primer piso y la entreplanta ambos cayeron al suelo con desconcierto. Ella encima de él, de ser necesario un mayor detalle. Quizás el autor se apoyara en su trasero para recuperar el equilibrio, evidentemente este exceso había sido causado por el accidente no por ningún interés accesorio. Ella aún atontada recogió el móvil, se lo aproximó, todavía se oía el tris-tris de la conversación y el cliente iracundo clamando por su contrato y los incumplimientos.
—Su móvil
Y se lo pegó a la oreja alejándole lo más que pudo de sí con cara de asco.
El autor miró a la mujer, y quizás fuese el calor, la tensión, los gritos o la tontería del agente literario que lo esperaba presuntamente escaleras arriba, que tuvo la proclive estulticia de enamorarse unos momentos de ella. Y eran aquellos ojos negros, ojos voluptuosos, pero quién sabe si tal vez rogaran liberarse de aquel tipo que la mantenía presa contra el suelo del ascensor, pero los escritores son en parte poetas y también en parte púgiles. Que nunca violadores.
Como no dejaba de mirarle entre hipnotizado y semiaturdido ella le sacudió un sopapo (que afortunadamente le vino bien para despertarlo) y gracias a ello el móvil definitivamente retornó su camino sideral, aunque previamente se golpeó contra las paredes. Allí se desarmó en varios pedacitos, y el cliente y su conversación trascendente se esfumaron. El autor sudaba como un cerdo. Por suerte el fluido eléctrico retornó (aquellos cortes veraniegos eran unos puñeteros) y el ascensor suavemente se deslizó hasta su destino final. Justo a tiempos de haberse producido una agresión en primera regla entre los allí presentes.
La mujer abrió la puerta con prisa sin decir palabra, eso sí, murmurando una sarta de barbaridades, y le dio en las narices al autor que recogía los folios y los restos desperdigados de batería y carcasa de móvil. Salió corriendo y entró justo enfrente, en una puerta con un letrero grande, uno donde se leía “Agente Literario”. El autor no pudo verlo, se recompuso, pensó que aquella vida a tiempo parcial de escritorcillo le era insufrible, que daría todo por unas vacaciones, y repasó mentalmente su discurso y estrategia:
—Señora Paloma, soy su autor, no lo dude. Salgo del lodo para hacerla rica. Para que mis palabras le surtan de euros, que mis textos sirvan de trasunto y divertimento a niños y familiares, que mis relatos seduzcan, que pueda jubilarme de tanta estulticia atontecida. Nadie me conoce pero esto no es lo relevante; seré su negro escribano, escritor peregrino, apostata y remitente de libros, guiones o novelas por entregas a un mismo tiempo. Fabrico heroínas de plástico, dioses acolchado, paradigmáticos oficinistas. Tengo oficio de mendigo, no quiero ganar dinero, quisiera entregar mi corazón…
Y mientras repetía esta letanía llamaba a la puerta donde el agente literario le estaba esperando desde hacía unos momentos. Aquella mujer estaba de un humor de perros, había tenido que abandonar precipitadamente su comida y en el presuroso retorno a la oficina un estúpido se le había terminado arrojando encima en el ascensor, momentos antes.

[Ya sé que el siguiente poema de Benedetti no tiene nada que ver con el texto, lo mismo me da. ¡Chao compañero!¡Nos veremos allá o acá, con tus palabras, lo mismo da! ]

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>Primavera en Ariadna

>

Hay primaveras de prestamo, primaveras de temporada, primaveras de supermercado, primaveras de crisis. Mi hijo nació en Abril y aunque siempre me gustó este mes, ahora más si cabe, lo adoraré por siempre.

Me pasaría el día entre los caminos mirando el horizonte.

Y no me lío con más palabras, que les invito a que lean el nuevo número de la revista Ariadna, compañeros de fatigas y creadores infatigables de poesía. Como no, glosan la gran “llegada” y temo que mi corazón se vuelque de un palpito. Yo me doy un paseo por allá, por su estación fresca de Primavera, que ésta sí es la genuina.

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>Las aventuras del valeroso soldado Schwejk

>He de confesar que fui uno de los últimos “agraciados” que hicieron la mili en España, lease, si alguien se acuerda aún, del antiguo “Servicio Militar Obligatorio”. Eran mediados de los años 90, uno terminaba la carrera con el corazón henchido de ilusiones y muchas ganas de trabajar. El resto de amigos míos fueron objetores (honorable decisión la suya). Yo, pensando por aquel entonces que la pena sería más breve de esta guisa, asumí el castigo con resignación y le dediqué unos meses al país.

Y así fui soldado “raso” del Regimiento de Caballería Ligero Acorazado “Farnesio” (años más tarde conocí la historia y trasunto de dicha unidad, poderío y orgullo del Imperio de los Austrias), fúsil en ristre, acuartelado en una dependencias, custodias y rehenes, que, por cierto, se derrumbaban ante nuestros ojos.

Nunca amé lo castrense, y desde entonces lo amo bastante menos. Ya tengo mis razones. Aprendí muchas cosas, unas buenas, otras malas. Aprendí lo necesaria que era la profesionalización del cuerpo, aprendí el gran corazón que existía en muchos de aquellos militares, su tesón y ganar de trabajar, porque creían y de verdad en su oficio, pero también lo perverso y la negritud de otros, de intereses torticeros: no se daban cuenta que yo era un civil travestido que les observaba y tomaba buena nota, como ciudadano que soy, libre de opinión. Al final, que ellos están para servir al pueblo, no para defender “su” patria. Y algunos, y lo recalco, algunos, no se daban cuenta de este matiz.

Pero no quiero hablarles de mi, que eran otros tiempos, y quiero hablarles esta vez de un soldado especial: creo en la paz, creo en el entendimiento de los pueblos. No creo en la venganza ni en la muerte, ni en la ira.

Por eso he venido a hablarles del soldado Schawejk. Y les recomiendo el libro “Las aventuras del valeroso soldado Schwejk” del checo Jaroslav Hasek. Éste buen hombre tenía que elegir entre él o morir por un ideal fofo y hueco. Por un Estado que reprimía sin sentido a sus ciudadanos sin arbitrio. Por unos intereses que todos eludían con descaro y que no representaban sino los de una minoría. Fue un libro visionario, originado por una guerra (la Primera Guerra Mundial, antesala del horror del s.XX), pero de una actualidad asombrosa. Tan sólo lean la prensa estos días: Cumbre de la OTAN y Alianza de las Civilizaciones.

Schwejk confude magistralmente al lector pues raya lo tonto, es cómico y sagaz a un tiempo porque no es sino un sobreviviente histriónico del campo de minas. Cuando no entiendes qué sucede, cuando te persiguen para castigarte, cuando la pena es impredecible, los tontos o los ilusos, capaces de reirse de todo el mundo, incluidos de ellos mismos, sobreviven.

Buena lección. Que les guste.

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk
Autor: Jaroslav Hasek.

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>Largos Pasos

>Lo escribí hace años y forma parte de mi cuento largo “Héroe Local”. Siempre pensé que necesitaría una buena ranchera de acompañamiento. Pongan en marcha el vídeo y lean.

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Primera Escena.

Estamos en la estación de trenes. La gente se despide y se besa. La tarde cae y puede dibujarse entre las sombras. Quizás el atardecer llegue por momentos, pero esto no lo sabemos tácitamente. Más trenes. Planos generales. Nos dejamos envolver por momentos en el ambiente tristón y desarrapado de la estación, es el murmullo de los viajeros, de los viejos y sus pipas de madera esperando no se sabe a quién en los bancos oxidados.
La cámara sortea a indecisos viajeros (nombres anónimos e indeterminados) y termina en primeros planos de una bolsa de viaje. Sube lentamente, y aparece nuestro protagonista.
De fondo escuchamos la ranchera. La ranchera nos presenta el interior de nuestro recién llegado, sus ropas un poco abandonadas (seguramente lleva varios días con ellas) y un sino ciertamente dramático que lo ha traído hacia nosotros. No habla con nadie, no espera, simplemente permanece con una cara que dice algo así como -Llegué.- Sin embargo el espectador no es capaz de comprender y sencillamente le parece misterioso. Por señas físicas nos parecerá ni excesivamente joven ni viejo, de media edad, alto y un poco distinguido, y cómo no, debe ser fotógrafo (la bolsa de viaje y la propia máquina que cuelga de su cuello nos lo descubre). Ahora sonríe. Parece como si estuviese escuchando el fondo musical, las exageradas expresiones del cantante.
Aún con la música de fondo, los primeros planos que han descrito físicamente al protagonista pasan a medios y más tarde a planos de conjunto. Ha cogido la maleta y camina despacio cruzando la vía. La cámara le sigue cada vez más de lejos, y casi al final desaparece entre alguna pareja que se despide melancólicamente. Ruido de algún tren que llega o marcha. Fundido a negro, mientras las primeras luces traen la noche a la ciudad.

Segunda escena.

La escena discurre en varios exteriores. En realidad esta escena y las posteriores vendrían a ser un reencuentro con la ciudad en la que creció nuestro protagonista. Por ejemplo, unas tomas nocturnas de calles en silencio y abandonadas. Ha cogido un taxi. Son planos subjetivos. Las plazas que pasan una y otra, seguramente alguna palabra con conductor, aunque en general hay silencio. Han llegado, y se detiene el vehículo frente a la que debiera ser la vieja casa de sus padres. Se queda quieto con todo el equipaje sobre la acera, deja marchar al taxi, mira lentamente, se dirige a llamar… la imagen se funde sin dejarnos apreciar ningún otro detalle más del momento.

Tercera escena.

La importancia de ser fotógrafo; la mirada del fotógrafo es una mirada forzada, ha perdido la ingenuidad, queda educada y sabe elegir precisamente sus objetivos. En las sucesivas escenas (parte nocturnas y diurnas) veremos deambular (cámara en mano) al protagonista. Se mezclan planos visuales en formato de vídeo y sus posteriores fotografías. También se nos enseñan otras más antiguas (peor tratadas) en color, mientras que él sólo las saca en la actualidad en blanco y negro. El tiempo no transcurre en vano, y tenemos recuerdos que nos dominan con sus colores dentro de nuestra realidad monocromática. Son calles y edificios ruinosos, el río, caras de trabajadores cansados, sus padres, talleres, chicas monas de las tiendas de barrio, policías y claro está, la ciudad que ahora le sobrevive, ignota, ajena a su historia. No existen apenas diálogos. Como dije antes domina el silencio, la no palabra. Quizás algún poema de libros olvidados que se encuentra en el desván o en su antiguo dormitorio.

Cuarta escena.

Bien podría ser la séptima o quedar intercalada entre otras. Estamos en un bar. Podría introducirse con un encuentro casual. He imaginado a nuestro protagonista paseando por la plaza de Santa Cruz llena de críos y familias paseando. Es una mañana de Domingo y todo el mundo puede ir a misa. Una chica con un bloc inmenso de dibujo sentada en un banco garabatea e intenta copiar la fachada.
Se encuentran y se saludan (se abrazan). Los planos son largos y generales y nos es imposible distinguir qué dicen. Es una conversación privada, inclusive a nosotros, los espectadores. Ella cierra contundentemente el bloc, le agarra del brazo, comenzando a hablar, la cámara desde lejos realiza un intento vano de seguirlos…
En un primer momento he pensado que la escena del bar tendría que ser cómica. Ella mantiene un diálogo (más bien un monólogo) donde recita los chismes que han sucedido estos últimos años. No para de hablar así que no bebe nada y el vaso permanece intacto. Por otro lado, nuestro protagonista permanece en silencio, mirándola, hipnótico.
Tenemos primeros planos de ella, sus ojos, sus manos, sus gestos un tanto nerviosos, su pelo. Su aspecto físico es atractivo aunque su actitud nos resulta levemente repulsiva, fundamentalmente por el trajín. La cámara salta de uno a otro. Planos detalle de ambos, sus oídos, el café que se toma el protagonista, su boca…
Se deben conocer (o debían de haberse conocido muy bien) y sobra la confianza. Finalmente, apenas le escucha, realmente poco importa cuánto le dice. Los planos entonces pasan a recorrer el bar, los otros clientes, y la voz de ella continúa machacante y agónica, un tanto aburrida. En cierto momento le hace callar y la detiene. Plano de ambos. La pregunta algo, aunque no somos capaces de entenderlo. En ese momento vuelve a sonar la ranchera, sus palabras.
Ahora sí, somos capaces de inmediato para comprender que le interroga acerca de aquella mujer, aquella cuyo recuerdo le obligó a regresar. Ella cambia su tono, se calla, se entristece, le sonríe pero su sonrisa en cambio no alberga esperanzas. Le acerca así la mano, y hace gestos negativos, se le acerca aún más y le besa la boca…
Pero la escena no termina justo con el beso. Éste se funde, casi en un primer plano con la música y reaparece en un plano de su dormitorio. La ranchera se retoma, a modo de despedida. Han estado haciendo el amor y ahora ella duerme en silencio, en posición fetal. Él permanece despierto, la mirada fija al techo y fumando. Tal como si estuviese escuchando durante todo el tiempo la canción…

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