>Daniel

>

He recuperado estos versos de un antiguo naufragio. De una libreta que se deslizaba de una habitación a otra de la casa, como evitando ser leída. Hoy tomé las fuerzas precisas para pasarlo todo a limpio.

Será la lechuza que visita mi ventana de cuanto en cuanto.

……………………………………

Viniste, y como la noche
esparcida,
te fuiste.

En tu rinconcito malva
fuiste tesoro
y la isla
y los acantilados bruscos.

Hoy se descuelgan de la luna
tus no tirabuzones
dormías en su vientre
y en nuestro corazón
como lacre sellado,
y eran tus deditos
que se nos fueron
pero que son vida
porque son la palabra repetida.

Fuiste luz
y en tu precipicio quedaron
horrores respetables,

has sido devuelto al
cúmulo ceniciento de las mil posibilidades
de los albures largos
de las almohadas
y porque si fuiste hecho por amor
con amor acunarás nuestras palabras
y de los versos la cuna,
meceremos tu cuerpecito
al camino abierto de las alegrías
a las gardenias futuras

que por no despedirte
serás siempre semilla
y de entre las veredas
en recoletas fuentes, tu
recuerdo alimentará renovadas
promesas
potencias fuertes
con robles de sombra,

jardines donde trotarán nuestros hijos
con tu breve recuerdo
de compañero.

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>Canciones del Hospital (a lo Machado)

>0

En el hospital
las horas saben lentas
o sincopadas
y son cigüeña
o gallo.

1

Tienes los ojos del color del mar
y tus sueños son olas,
marejada de vida
nueva.

2

LA BATALLA DE LA LECHE

El titán que lucha y
retuerce los brazos
se mecía entre
los pechos de la
madre.

3
Tus ojos serán cielo o tierra,
como dos pozos que se
llenan de luz
o las linternas del faro
iluminado.

4

Esperanza eres;
Como río nuevo
como breve melodía de
instrumento de juguete.
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>El trampista

>

Me lo encontré, os lo juro, en la esquina más recóndita del edificio de oficinas donde trabajo, en una de esas salas de las que uno nunca imaginaría que existiera dentro de nuestro complejo. Vestía, inmáculo, con traje y corbata listonada -de moda-, repeinado, muy limpio, pulcro, higiénico. Era el trampista.

Cuando me vio se aproximó y me invitó a permanecer a su lado, aunque sabía que nuestro encuentro no podía durar mucho tiempo. Fumaba como una comadreja. Aquel era su último escondrijo y yo le había descubierto en pelotas.

Quien no conozca de cerca a los trampistas pasaré a describirlos sucintamente: desempeñan el turbio juego del “tocomocho” que permite que muchos asuntos de las organizaciones fluyan grácilmente. Todos nos regimos por reglas limpias y absurdas que muchos llaman los eslabones de la cadena productiva. Nos hablamos usando estas palabras simples del negocio, directas, adecuadas y blancas, que bien conducen a buen puerto aunque en otras ocasiones no llevan a nada. Y nos entrampamos en nuestro lenguaje cerril de posiciones tontas. De las directrices de mayores de colmillo templado. Es entonces cuando desembarca el trampista para arreglar las cosas y que todo avance.

Yo he conocido a pocos, ya que son caros y difícilmente alcanzables. Llegan, permanecen con nosotros el tiempo justo, canjean y tronchan conceptos, lanzan unas organizaciones sobre otras y se marchan. Este es el trabajo del buen trampista.

Cosas así le han sucedido a cualquiera, no quiero señalar a nadie: seguro que Vds. las han vivido ya. Un día cualquiera todos nos dejamos de hablar con el vecino de al lado y para eso está el trampista, que hace la alquimia del plomo en oro. Hace que veamos el camino justo y precipitado. Que nos demos besos en la palma de la mano.

Pues bien, el trampista miraba por la cristalera, mirada el horizonte y las montañas tendidas y yo sentía y leía en su interior que su trabajo ya no le gustaba. Que sería sustituido muy prontamente por otro, por el siguiente. También vi que había un brillo tierno y discreto en sus ojos. Un brillo especial que nunca exhibía fuera, a los extraños a los cuales conciliaba y camelaba a un mismo tiempo. ¿Pero a quién cojones le gusta su trabajo a estas alturas?, pensé en aquel momento. Y allí mismo, el trampista, lucía aquella discreta debilidad, y en mi desgracia, ahora yo era testigo de ella.

Se aproximó, lanzó su cigarro lejos, lejos, a una esquina. Y sonrió y me dijo:

-Chaval, ahora ya no eres uno de ellos.

No lo sabía, había pasado la prueba y mi examen, y aunque desconocía la nota, era la suficiente para salir de aquella sala para seguirle sus pasos por siempre.

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>SNUFF

>

(Aullido General al Sistema)

¿Oyeron caer los cuerpos a plomo?
¿Imaginaron el fruncir de las viseras militares
o tan sólo
adivinaron la pobreza de los indios encerrados en jaulas? /

lo SNUFF sobrevive
fuera,
en campos amotinados /

en urbanizaciones burguesas
con
sus chavales vistiendo esvásticas /

la violencia del crimen
visionado en directo
y
en hora punta/

abusando de niñas entre matorrales /

el SNUFF duro / pornográfico
del adolescente disparando
su
arma /

o del terrorista
al volar su caparazón calcáreo de justicia /

¿probaron el calor acético
de un reclutamiento en masa? /

La madre soltera enseña
SNUFF
a las crías abandonadas por el mal padre /

un mundo contaminado,
arrojo mi personal ración
SNUFF
De clorhídrico a los manantiales /

mi torpe peste
mi ridícula peste
mi amada peste

moralizando en cavernas o trastiendas,
mostrando impúdicos
genitales
a los feligreses /

gozando con sus mujeres /

véanme asido a mi espada
héroe de cristal
lúcido a mi solo
SNUFF por ti /

¿Cómo no contar los hambrientos
sin comprometerse?
¿Cómo no respetar el castigo
a nuestra singular condición depredadora? /

Temo ser viejo sin llegar
al vértigo
al absurdo
SNUFF

sin obrar sin raíces apolilladas /

quiero quedarme condenado
tan fijo y tan desolado /
sobrevivir
finalmente
al orgasmo mágico de la noche /
ser
incinerado /
pero sobre todo
no
quedar
indiferente /

tomar el SNUFF en tus ojos,
arrancarlo
lanzarlo lejos /

ver al mundo
beber tus pechos
pacíficamente morir en tu cuerpo
con o sin esperanzas /

y
saber que renovados,
lejos del atroz odio,
quedan
aún
razonables en la jauría /

no más veces que sonrío al ver
ciento treinta cadáveres incinerados
o por cierto
el último asesino en serie /

caminar los pasos
sobrecogido
admirar tu país /
tu barrio /
desesperadamente enriquecido por mis palabras /

¿Cómo cejar en mis intenciones?
¿Cómo no acumular SNUFF en fosas absolutamente vacías?
¿Cómo permitir que jueguen nuestros hijos con ello?
¿Cómo permanecer libres?
¿Cómo ser testigos de tanta miseria?
¿Cómo detener mi grito sin desbaratarlo todo?

Ilustración por Juan Carlos Castagnino
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>1 mes.

>Cada día en tierra-gaya nos parece un milagro, una maravilla que se renueva por momentos. Y más aún, cuando tan si quiera llevas un mes en ella. En tan poco tiempo no se ha aprendido mucho, pero ya damos los primeros pasos firmes: sabemos llorar con fuerza, protestamos y exigimos la hoja de reclamaciones de la existencia. El llanto es una herramienta única, poderosa, un idioma que los mayores hemos olvidado tiempo atrás, quizás porque nos descubre que somos aún vulnerables y que dentro de nuestras entrañas siempre necesitamos ayuda.

Mi bebé es totalmente dependiente en estos momentos de sus papis, aunque ahora que lo pienso lo contrario definiría mejor nuestra situación familiar: dependemos absolutamente de él, de sus horarios y sus secreciones gástrico-excretoras y hasta grabamos sus tonterías para detener estos momentos felices para siempre. El bebé abre bien los ojos –de un tono indescriptible, ojos de lactante, ojos abiertos a lo nuevo cuando todo lo es- y ha comenzado a sonreír. Y nos conoce y comienza a interpretar la realidad a través de nuestra presencia y nuestros brazos progenitores. Ser bebé es un oficio complejo: el deber de crecer, de dominar el cuello, de ser amamantado por las nanas, comprender la complejidad de nuestros cuerpos, el dolor infame del hambre, el cansancio, el sueño.

He cogido al bebé y le he acompañado por toda la casa. Le he dicho, mira, esto es el salón, mira, aquí está la cocina, qué te parece este macetero y el geranio de flores encarnadas, le he presentado su nuevo hogar y sus rincones… él no paraba de mirarlo todo, como si aquel espacio tuviera algo de magnífico e inesperado que hubiera que absorber de inmediato. Luego la luz cambia, ha caído la tarde y el bebé entonces se adormila. Se acurruca contra mi pecho, sé que sueña con la madre, sueña con la teta, también con el vientre materno, con el latido del corazón y con su pasado remoto, cuando era apenas un cúmulo de células con vida.

¡Qué pronto olvidamos! ¡Qué breve son las horas! ¡Qué difícil aprisionar sus monerías, sus pucheros! Él es ahora aquello que fui hace una treintena y será lo que soy cuando yo sea otro.

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>Fuera del útero

>Llegar a la vida implica sus trámites. Fuera del útero siempre hace frío, la conexión protectora ha desaparecido. Ahora somos dos, piensa la madre, y los ojillos del bebé nos recuerdan lo que antes fuimos y no recordamos: somos lo perdido. Y delante de nuestras narices el bebé hace mil carantoñas, agita sus manitas, abre su boca, se contorsiona al mundo.

Un bebé es un tesoro. El un río que se agota cada mañana. Es una parte de uno mismo que sin ser tuya te duele ahora y por la que darías todo (lo máximo). Hoy quisiera hablarles del amor filial. Cuando miras a tu hijo descubres que has dejado un escalón detrás de ti y que tu deber en este sentido ha cambiado.

Aunque él sólo duerma, succione y haga caca, tú eres una pura extremidad a su servicio, y el precio de todo aquello es una profunda quemazón, un amor que te contamina, que te dobla, que te prensa. Es la marca misma del sello de la paternidad. Siempre había pensado que nuestras vidas la justificaban los hijos, pero ahora ya puedo confirmar que todo aquello eran albricias y monsergas: todo va más allá.

Alguien dijo que pasamos el testigo de nuestra vida a estas masas de carnes, orondas y blandas. Apunten, otro tópico más, pero es la verdad misma. Hace unos días llegó al mundo una nueva generación (milagrosamente), y en esta renovación mágica somos un poco más tierra y aire.

Quisiera anotar en esta libreta, en mi otero, una tanda breve de valores para regalarle. Pero soy un ser inacabado y quizás me podría dejar alguno importante. Ahora saco mi linterna y de entre las tinieblas tengo que iluminar otro camino, no para mí, tengo compañero de viaje.

El bebe patalea. Le duele la barriga. Tose, regurgita. Ahora estas son las tareas prioritarias y más lo serán en los próximos meses. Atender lo humano, atender lo divino.

Seguiremos informando.

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>Casi 0

>

Llegas como las nubecillas de abril. Da gusto salir a la calle, la gente pasea, aunque ahora el aire me sabe distinto, es más denso, y palpita con un peso añadido que antes nunca tuvo.

Que sepas que la vida es un tránsito, un comodín, un ventanal de prestadillo al cual te asomas con rabia, poseído por el turno incuestionable. Bienvenido seas, bien hallado, Welcome!… Y ahora, a los treinta y pocos años, la vida nos afana por regalarnos con tu presencia. No te reconozco aún. No sé quién eres. Ni sé cuando podrás leer ni entender mis palabras. Tal vez ni te lleguen y sean palabritas arrojadas al limbo… ya se están volviendo amarillas tan pronto se posan en este papel. Quisiera encerrar mi voz en una botella de vidrio verde, ponerla un tapón de corcho y dejar que se pierda por los rincones de la casa, entre los baúles, en el armario, dentro de la americana parda para que llegado cualquier día te las encuentres y las recibas como bien nos recibes ahora mismo, en un día primaveral como éste, con los almendros y sus flores despanzurradas por las aceras, con un sol que sabe a gloria y a tomillo húmedo, una luz que se sale de todos los rincones, un cielo que pelea por ser platino y ser oro.
Lo primero: hay un olor hermoso y terrible en el mundo al que llamas. Todo es fácil, complejo a un tiempo, es la figura de color indescriptible que unos pintan de rojo y otros contagian de verde: en tu rostro se interpreta la tonalidad exacta. Y la historia más formidable encierras dentro de tu ovillo, del cual ahora eres ni siquiera el cabo, y del cual saldrá un amplio sueter, o quizás un pequeño abrigo acogedor, tal vez un cómodo pullover. Serás el tejedor de sueños, y nosotros un poquito responsables de los dibujos, de los motivos que allí reproduzcas.

Veo otros niños y te imagino. Quiero pensar que vienes, y serás llamado con fuerza, con intensidad, invocando la lluvia tras la sequía más perenne y yo entonces me sentiré un poco hilo, un poco talismán. El mago indio que transforma la lluvia en río, y la corriente en mar: y el mar, en nubes.

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>Castigo

>

Ya nos lo dijeron antes:
Todo lo que se mueve
Todo lo que se menea
Todo lo que se inerva por las venas
Tendrá su justo merecido
Su necio angosto arbitrario castigo

Nos lo cuenta en la tele el del tiempo
Nos los susurran las putas hostiadas por los chulos

Viene descrito en el prospecto de la caja de somníferos
Que nos aliena
Que nos produce cáncer y mata
-Es como un chute de nostalgia-

Es como si el hacernos viejos en un fin de semana no nos pareciera suficiente
Como si arruinarnos por beber el tarro sucio de melancolía fuera un deporte cansino

Una plantación entera de café
Un pigmeo de falo talludo que nos taladrara

Ya nos los dijeron antes y siempre hicimos caso omiso:
Porque estábamos cansados de hiparnos
Porque nos daba asco arrancarnos de la tristeza
Porque era Domingo o era Lunes o era un día como cualquier otro

Quizás porque nos quedamos sin batería y quien llamó
No tuvo la paciencia de repetir su llamada

Tal vez porque su voz se perdiera en un cric cric absurdo
De interferencias

Es un juego sucio que practicamos de madrugada
Es el desprecio a la palabra
No tenemos tiempo y si lo tuviéramos
Hasta lo perderíamos hurgándonos las legañas con tal de no hacer caso

Ya nos lo contaron y nunca escuchamos con ahínco:
Todo lo que quiebras no puede ser restaurado
Como lo que debiste hacer y se te olvido compartirlo
Lo que jodiste por no estar atento
Todo lo que rompes
Todo lo que apuñalas

Tiene su peso y su medida y su rincón
Que suma y sigue

Que suma y sigue

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>Perversión (I)

>
(tiempo de lectura: 2′)

La historia de la perversión es un camino torcido cuando no quizás umbrío y torvo.

Tomemos, por ejemplo, la pieza anónima, “Propium miase in epiphania domini” siendo reverenciada por los vates(*) al calor de la lumbre medieval, en un altozano o en la cripta de un monasterio azotado por el cierzo. La monodía de las voces debiera seducirlos, y ellos halagarían su equilibrio y contención estética, por supuesto, pero que hay de escarbar más allá para alcanzar su verdadero y último sentido: el amor humano retado por el otro, el amor eterno, lo divino y lo postrero relamiéndose. Cuando el mundo cristiano negaba lo físico lo hacía por el temor al abandono sexual cotidiano, a la cópula codiciada no permitida, y era como el préstamo del usurero que les permitiría viajar al burgo y de paso visitar las barraganas: en sí mismo constituía la parafilia máxima. Imaginemos a los poetas atormentados por las voces del coro, guiando poco a poco la antífona en sus mentes, mientras rozaban con descuido los ropajes de las damas al abandonar el templo. Quien se explicaba luego lo hacía sin alcanzar el cogollo real del asunto y los vates(*), al vilipendiar la pieza, olvidaban explicar cómo temblaron sus cuerpos aquella precisa tarde: no era de frío, tampoco del sentir el sostenido aleluya, del fraseo o sus versos de la pieza musical. Porque eran aquellos ropajes ominosos de las mujeres con sus telas gruesas, las mujeres de los otros, de los campesinos, de los jornaleros, mujeres de mirada huida y escondida. Detrás de la música, detrás de la celebración religiosa, justo detrás del “Propium miase in epiphania domini” ellas se les aparecían, y ellos, eran el macho cabrío emplazado, torciendo la música y su hermosura en el pecado, en lo su sucio, en lo ímprobo.

(* En el original se leía por error “váteres”)

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