>De lobos.

> (tiempo estimado: 3′)

La imagen que nos viene a la cabeza de una manada de lobos es la de un grupo de individuos que compiten por el poder pero que a la vez están controlados por la denominada pareja “alfa”, la pareja líder, que desarrolla en exclusiva las funciones reproductoras. Sin embargo, esto principalmente sucede en cautividad, pues los individuos están obligados a convivir durante largos años, limitados fundamentalmente por la escasez de recursos. En su estado natural, en libertad, entre amplios bosques de robles y hayas, la manada se compone de una única familia: la pareja reproductora y su descendencia nacida en los últimos tres años, y a veces dos o tres familias de este tipo. Las crías, cuando creen, abandonan la manada para encontrar un compañero y fundar su particular clan. Pocas veces la manada adopta a un lobo ajeno o acoge a un pariente de uno de los individuos reproductores. Y muchas menos un lobo forastero ocupa el lugar de un progenitor muerto y se aparea con una de las crías de sexo opuesto que sustituye a su otro progenitor.

Lo anterior me hace reflexionar:

Si el hombre ha de ser un lobo, debe serlo, pero mayormente cautivo. Estamos rodeados de hermosos y fuertes ejemplares de sienes plateadas, tipos que enseñan sus colmillos y medran por las organizaciones para alcanzar la cúpula de la bien preciosa pareja alfa. Asistimos a carnicerías donde se despiezan sin escrúpulos, tirando sus pellejos inservibles al contenedor de las viejas glorias, donde se zancadillea y se asesina, y la sangre mancha nuestras corbatas en espectáculo propiciatorio, donde los defenestrados reyezuelos copulan con denuedo para engendrar una nueva estirpe que retenga su poder. Nadie recuerda qué fue del que estuvo antes ni cuales fueron sus éxitos. Cuántos rebaños fueron asaltados con éxito. Joder. Habrá lobos en mitad del bosque que de saberlo darían su pata por escapar del despacho cautivo. Bueno, esto es un decir. Porque ellos conocen la mejor libertad, la más salvaje y sabrosa, y les importa un pito esto de la pareja alfa, que no deja de ser un mito de los etólogos que los estudian.

Los lobos salvajes sí que son inteligentes.

Nota: fotografía tomada de “EL PAIS.COM”

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>2007

>Todas las historias de los antihéroes terminan así: un asesinato, una paja o un exabrupto. Un silencio. Estamos cansados de escuchar el duermevela de los ganadores. Por aquí buscaremos, pues, nuestro propio reflejo.

Buenos días y buenos años. Aquí mi radio personal, allí vuestras orejas. Buenos días, mi cementerio radiado, mi larga y silenciosa espera. Mis oyentes. Uhhh… dicen que en las noches de luna los crucifijos nos saben a espanto, a soledad, a hierro en los dientes. A misterio. A pena. Un poco a tristeza. Hace tiempo que dejaron de contarse las horas en mi linde y Vds. se me duermen ya como niños errantes o autistas, y yo quisiera acunarlos con mis palabritas, como lo haría un certero cuentista, quisiera que mis letras les llenaran las alacenas de sus retretes o los arcones de sus guardillas del pueblo.

Pero hoy vienen a escucharme y les invito a que cierren sus ojos y no se olviden que las mejores historias las escondemos en hojuelas sobadas, porque nuestros enemigos nos las harían trizas si tan solo las vislumbrasen limpias y dispuestas. Esta es mi radio: siempre hubo silencio donde ahora escuchan esta voz, y sepan que mis pobres entrevistados serán trajes de duelo, trajes de encargo, portadores de los poemas de Unamuno, o tal vez cornejas o mejor aún, las prosperas lechuzas que con ojos firmes y difusos les hacen soñar por las noches. Les diría que nunca vivimos nuestras vidas: nos la soban, nos la magrean, es vida prestada, horas recelosas, horas entregadas a la nómina, a los avatares del odio, al vacío de la pantalla de la oficina, al sudor de la noche en el puesto de guarda.

Y quisiera que soñaran con mi voz de locutor y que mis personajes que sobrevolarán durante este año les sepan a hielo-azúcar y sean la carne que nos merienda por las mañanas. Hoy ya es de noche. Esta es mi madrugada, mi radio prometida. Y desde el otero, la lechuza les sobrevuela, le aletea y les sonríe.

Les desea feliz año.

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>¡Vida!

>
Tiempo de lectura: 2′

Llegó el Otoño, los fríos, y con ellos nuestros poetas que se habían retirado para hurgar entre sus papeles y construir así sus ficciones, sus teselas imaginarias. Y reciban otro número más de nuestro Caleidoscopio de Ideas. Casi a las puertas de los turrones. Dicen que los amores y las bicicletas son para el verano. Pero nosotros apostamos también por el Otoño, la bufanda, el gorro y el echarpe. Las nieblas y la sierra de Madrid, los hielos, las nubes, las ventoleras.

¿Y cuál es nuestro menú para este número? Escuchen: somos amantes de la lluvia como los adolescentes lo son de los besos cautivos: elogiamos así nuestra pubertad. Vivimos en tiempos breves, nos asfixiamos con nuestros amores y su voz tierna o confusa, pero también somos prosa y nostalgia, somos recuerdos evanescentes: ésta es Rosario. Somos héroes que marcharon sobre la historia (Jenofonte) pero también héroes arrancados al día-día, somos héroes locales. Somos niños que nos enseñan que los sueños están ahí, que existen y los necesitamos. Y somos los que viajaron y descubrieron ciudades donde pensar era un pecado. Todo esto somos.

Pero cómo no, nuestro mejor postre y sobremesa, hablarles de nuestra sabrosa cocina literaria: nuestra personal tertulia “online”, donde nuestros lectores y amigos parlotean sobre la literatura. Donde nuestro compañero Caque reflexiona sobre el poder del seudónimo y la vida pública del que roza el éxito de lo mundano. Y no podernos despedirnos sin mencionar a nuestro particular maldito: el genial José Hierro. Poeta entre poetas.

Verán que nos acompañan nuevas firmas. Poco a poco nuestro parnasillo se inunda de color, de matices: de vida. Aquí nos tienen para lo que gusten. ¡Ah!, esperamos sus plumas y ojos. Sus escritos, sus colaboraciones y su tiempo. Estimados lectores, disfruten, el telón se alza. Es hora de la chanza, del timbal del tahúr y del encanto del escribano que imagina mundos.

http://www.caleidoscopiodeideas.com/

Nota de copyright. Ilustración de Betty Alter.

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>El ideal

>Esto va por Fernando y Gonzalo. Ellos saben.


(tiempo estimado de lectura: 5′)

Cuentan que una vez un brillante directivo de una empresa cotizada decidió no volver a hablar más en público. Y se calló para siempre. Llegaba al despacho con una gran sonrisa puesta y se encerraba inmediatamente a trajinar sus desconocidas maquinaciones: nadie supo nada más de su vida personal, sus pensamientos o intereses de propia palabra, puesto que no hablaba con ningún otro de sus compañeros, jefes o subordinados. Además, pronto comenzaría a dejar breves notas en las mesas de sus colaboradores con preguntas del tipo: “¿Has preparado el presupuesto para el cliente fulano?, dale un buen precio, le queremos en nuestra cartera.” o explicaciones que decían: “No cerréis el trato con tal proveedor: su precio es bochornoso y es un mangante.”. Ironías del destino, tal pobre modelo de comunicación resultó injustificadamente fructífero: sus vaticinios y consejos fueron altamente exitosos y los resultados le dieron la razón un día tras otro. Pero nadie conseguía explicarse el porqué de aquello. A cada mañana, los colaboradores llegaban a la oficina ansiosos por recibir aquellas notitas que ejecutan sin rechistar, puesto que sus frases contenían los más acertados consejos. Le tildaron desde RRHH de “visionario”, quiso hablar con él el mismito presidente, primero para darle una seria reprimenda a su ilógico comportamiento-según los tradicionales postulados del más serio “management” institucional-, más tarde para felicitarlo y elogiar su modelo de gestión, pero todo fue completamente imposible. Igual que entraba, se iba de la oficina: en silencio, sin coger el teléfono, sin responder a los correos. Aquel año en la Asamblea General los accionistas recibieron beneficios inesperados: la empresa había adquirido participaciones en una pequeña empresa, totalmente desconocida dentro del sector, y los nuevos productos comercializados había sido un rotundo éxito. Todo gracias a la recomendación del silencioso directivo.

Lo novedoso por nuevo vale el doble y las noticias corrieron rápido. Se habló de él en la prensa especializada, en las escuelas de negocio, en los núcleos corporativos de las otras hermanas competidoras. Envidias aparte, aquel éxito sostenido no tenía parangón anterior y sin mediar explicaciones o justificaciones de porqué o cómo funcionaba aquello, todos se lanzaron a la labor más hermosa y trascendente de la tarea empresarial: la copia. Por todos los lados surgieron los imitadores que querían preguntarle, o al menos, quizás tan solo rozarse con su saliva para adquirir tan preciado don, pero aquel hombre erre que erre, continuaba inmutable, silencioso y apartado de cualquier hipotética relación con amigos o extraños.

Como no podía hacerse otra cosa, aunque era evidente que aquel comportamiento parecía singularmente exitoso, rápidamente se puso de moda que los ejecutivos no hablarán más e iban a la oficina a horas distintas para no coincidir con nadie: las acciones de las empresas de comunicación cayeron en picado: total, ya no era necesario nada, ni teléfono, ni correo, ni mensajería de ningún tipo y lo único práctico eran aquellos papelitos donde todo el mundo escribía sus cosas al resto.

Como se pueden imaginar mis queridos lectores, aquello fue un completo desastre. Aquel trimestre nadie dio pie con bola. Los clientes descontentos, los proveedores impagados, inclusive algunos empleados se vieron en la calle. Pero en todo aquel jaleo había algo irracional e incomprensible porque nuestro directivo, pese a toda la adversidad, seguía cosechando éxitos y se mantenía indiferente a lo que sucedía fuera de su original estrategia de incomunicación.

La vida es tiempo de cambio y mucho más ante los fracasos y pronto todo el mundo se olvidó de él. Aquel método no funcionaba y era peligroso, se decían los unos a los otros, ¡es un impostor!, confesaban los que fueron sus más acendrados seguidores, en los foros económicos fue tachado de inmediato de apostata y dejó de recibir las innumerables invitaciones que por otro lado nunca había aceptado. Pasaron los meses y la rutina retornó. Las escuelas de gestión organizaban ahora cursos de liderazgo donde se preconizaba una relación directa, intensa, constante con los empleados.

¿Y qué pasó con nuestro particular directivo? El otro día tuve el orgullo de cruzármelo en la nueva sede mundial. Había sido apartado y ejercía un discreto cargo de segunda línea, insulso en la organización, donde allí cosechaba sus estupendos éxitos intrascendentes. Yo sabía que era feliz porque seguía sin pronunciar palabra y no cejaba en su personal método de gestión. Al pasar me sonrió, pues siempre lo hacía de esa manera. En realidad lo hacía así con todo el mundo.

Mire para atrás: esta vez, haciéndome un guiño, había dejado caer un papelito, una nota para mi. Mi nota.

Y se leía: “Cree con fuerza en tu ideal, allí está el éxito que los otros no sabrán encontrar. Sé tú mismo. ”

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>Verdugo Freiheit

>
(tiempo estimado: 5′ imágen: jjfef)

Se amputó el corazón de un tajo. Su americana teñida por tercera vez; se avergüenza (tiembla su voz). Al golpear con los nudillos, baja (fango) la cabeza.

– Siéntese.

Ha cruzado las piernas.

– ¿Rellenó el impreso?

Lee la etiqueta de su pulcra y nueva tarjeta que brilla.

– Antes… desearía que respondiese algunas preguntas.
– ¿Sí?
– Hemos (usa un tono frío, distante, mágico, absoluto y plural) finalmente decidido reconsiderar su posición…

Golpeando la pluma, arrebañando el papel. Le duele su brazo. El brazo quiebra y dirige sus pensamientos, le abandona al entrevistador que sigue.

– Lo más importante: Vd. Es inteligente y desempeñará de forma inteligente la nueva actividad. Esta mejora económica le permitirá otras ropas, tal vez mejor alimentación, caprichos cada mes. Seguramente que desea su nueva posición social en el Centro.

Las paredes tiemblan, se recogen abrazando sus cuerpos. Son cuerpos de animal. Ha sonreído (tal vez algún asomo de duda arrojaría al vacío su candidatura) al recomponer su gesto. La ventana se cierra con estrépito: alucinaciones. Semanas de.

Extiende sus piernas. La sangre circula libre.

– Bien. ¿Desea iniciar…?
– … cuanto antes.

Hubo tenido pesadillas por semanas. Poseído por sus voces, lamentándose.

– Evidentemente, puede mantener el anonimato, ocultando su rostro. Nosotros le procuraremos una celda apartada.

Le ofreció otro de aquellos cigarros secos y de sabor ácido. Conocer los nombres, convivir por semanas, para verlos morir.

– Sincérese si así lo desea. ¿Se siente preparado?
– Sí.

No lo estaba. Nadie lo está. La muerte no espera.

– Debe conocer los procedimientos del castigo. Mantenerse al margen y tan sólo actuar en el momento preciso. Debe aprender a limitar el sufrimiento. Unos ojos sin vida, ojos desesperados, el fin terminal. Sobre todo, que no exista compasión, para ellos significa toda una victoria. La victoria del reo.
– Sí.
– Lea las Escrituras si esto le ayuda. No hable. El buen profesional que secciona hábilmente. Tómese el tiempo que necesite, Freiheit. El juez y la Junta examinan su expediente. Sabe, esta decisión le beneficia, amigo. Vd. Dispone de habilidades y disposición al trabajo.

Estas palabras rebotan. Su eco se deposita y distribuye.

– Hemos tenido otros muchos antes, fíjese, eran escrupulosos, un poco sucios a mi entender. Había terror en sus cabezas, en sus movimientos.

También el terror se impregna y duele, forma y constituye a Freiheit. Terror al oír la voz y la súplica. Esa lenta respiración o la fragilidad de sus vidas al ser recordada. Conocía el valor asignado al alma, el justo precio del comerciante, el camello traficando o de la prostituta que nunca pagó. Podía escuchar sus cuerpos al arrastrarse cada noche junto a su cama, recordándole lo sucedido, heridos mortalmente.

– Como Vd. ya conoce, aquí todo es relativamente diferente. El reo ajusticiado ejemplifica al resto. Entiéndame. Y siempre tendremos algún espectador importante, es el espectáculo.
– ¿Podré abandonar el módulo?
– Como ya le dije antes, dispondrá de una celda individual a su disposición. Serán ingresados puntualmente sus honorarios. Y fumará.
– ¿Y mi condena?
– Tarea bien difícil aplacar la ira del ciudadano. El asesinato es un delito complejo. Aunque siempre existe un correcto tribunal dispuesto a reconsiderar su caso.

Tal vez al equilibrar la balanza, el peso de los cuerpos ajusticiados supere el crimen del camello y su veneno, el voluptuoso cadáver de la ramera o la avaricia del tendero y su tienda de licores. Quizás sumando a todos aquellos miserables, equipare su culpa y la dignifique. El guiño del entrevistador abstrae su pena, su pasmo, el horror de sus pensamientos.

– Colaborando con el sistema Freiheit, uno se integra otra vez en él. Aporta sus esfuerzos a la causa de la justicia, evitando nuevos crímenes.

Había matado antes y volvería otra vez, con el frío goteo negro y sin fin. Mataría por orden del carcelero, por orden del Comisario. La procesión de deudores no cabrían dentro de su celda o en su cerebro. El reo debe recibir consciente su castigo, por ello es siempre misión del verdugo mantenerlo lejos del desmayo. Ha mirado con ojos ciegos de la muerte, los ojos desesperados de sus víctimas.

– Freiheit… ¿qué piensa ahora?

El verdugo Freiheit, utiliza la cuchilla hábilmente. El joven barbero de otros tiempos, eliminaba a sus víctimas sin dolor. El camello murió al desangrase, borracho por la sobredosis. La prostituta terminó el baño caliente, amordazada. El comerciante, un certero tajo al cuello. Rápido y preciso.

– Firme la ficha, si así lo tiene decidido.

Al firmar, ha retenido la pluma. Freiheit contempla asustado su letra con su nombre, su conformidad, la monstruosidad del acto. El sudor ha revuelto la frente y sus cabellos. El entrevistador retira la ficha rápidamente de su vista, como evitando la catástrofe que se avecina.

– … Freiheit …

El entrevistador fija su mirada al verdugo. El verdugo yergue la pluma pasmado y borracho por el dolor. Dirige su rabia a las pupilas cínicas del funcionario, culpables de. Una oleada ha nublado el entendimiento, el irracional juicio que dictamina. Ejecutor mismo, clava junto al corazón la pluma. Por segunda y tercera vez, una nueva herida mortal.

El cuerpo se desploma al suelo.

A los gritos de Freiheit, acude la guardia. El verdugo apoya su cabeza en la mesa ensangrentada. El funcionario ha muerto.
Por los pasillos corren voces y noticias del verdugo Freiheit en su primer día de trabajo.

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>La lechuza vuela de vacaciones

>
La lechuza vuela de vacaciones. Agosto es un mes de asueto, de relajo. Un mes donde cierran hasta las ventanillas de los blogs.

A modo de asueto (que no adiós), les dejo con dos noticias: Mi último poema, publicado en la genial Ariadna, en su último número de verano. Y para los amantes de la prosa, otro pequeño avance de mi próxima novela, Spanish Texas.

¡Qué lo disfruten y a remojarse bien!



(tiempo estiamdo de lectura, 5′)

Julián mira su reloj, son las 22.30 horas. La esfera reluce y las manecillas disparatadas no paran de dar vueltas, torpes y locas. Y siente un gran calor aprisionándole las sienes. Parecieran las arenas del desierto. También siente cierta humedad que le huye por los muslos, siempre más arriba. Siempre. Y un cansancio sepulcral que le estuviera arrebatando las piernas. La habitación es negra, un pozo, la nocturnidad misma. Maldice a Haruna, a la negra bruja, por aquel horripilante mejunje que lo ha intoxicado, que le derrumba: es el puto «Yambó», dice para sí.

Se hecha una mano a la cintura: está completamente desnudo. Y siente que de la oscuridad, una cabeza se bambolea entre sus piernas, como si una boca le aprisionara el miembro viril, le sobetease la piel del escroto, una lengua le restregase los huevecillos y unos dedos le manipularán los testículos peludos. Aquellos malabares le arrancan un gemido entrecortado por la tos. Siente como si allí mismo, un poco más abajo, una mujer le estuviera haciendo una mamada, una paja o como quiera que se llame aquel sorbeteo tontiloco. Sí, siente los labios de aquella mujer asimilando sus líquidos y de cuando en cuando una respiración honda, el valido o respingo del cordero enfermo. Piensa con sorna que la pobre Haruna seguramente no debiera tomarse tantas libertades con los nuevos clientes, aún después de haberlos dejados semiinconscientes con su brebaje nigromántico del «Yambó»… aunque quién sabe, tal acto quizás se lo cobrara después como servicios extras. Julián sonríe, en la oscuridad palpa hasta encontrar la cabeza de la mujer que sujeta para acompasar su movimiento a voluntad. Que gozada de hembra. Imagina un foco que alumbrase a la negra en su escenario, en su atril del vicio, a la actriz o meretriz amortizada por las grasas, sus enormes ojos encendidos como dos yescas, su enorme pandero oscilando tembloroso, acompañando la danza hirsuta, sus dedazos morcilleros, sus uñas largas y postizas adornadas de pura fantasía, todo podía ser si se taladrase aquella oscuridad pétrea y horrorosa. Pero luego se da cuenta de que algo falla. Tardó tiempo pero al fin pudo comprender que aquella mujer no era precisamente Haruna. No podía ser ella. Porque tenía el pelo liso, el cabello que se le descolgaba hasta la cintura, suave o más precisamente delicado, y algunos mechones que se alcanzan más abajo del cuello, y no el pelo rabioso y trenzado de una negra; no sería tampoco aquél el cabezón oval de la bruja, ni sus enormes hombros, hombros de porteadores de navío, sino un cráneo tocado por formas delicadas, levemente apepinadas, donde el mentón le sobresalía y no era la cara de pelota de la medium. Y finalmente, la manera de chupársela, eso también lo conocía, y como. Aquello contenía una rabia, una furia que no sabía explicar, que no respondía al juego hostil y resabiado de las putas, porque, y le vino a la cabeza como una exhalación, aquella mamada no podía ser sino clasificada como parte de un puro acto de amor.

Tira del pelo para alzar y atraer la cabeza de la mujer. La mirada se cruza con la suya, polarizada por una distancia absurda, como si fuera una película en blanco y negro, proyectada a miles de kilómetros de distancia, una realidad en la cual Julián se hubiera colado de torpe «partenaire». No era Haruna, y sí una jovencita blanca, pálida como la luna, que le miraba desde un punto muy próximo a sus ingles. Entonces ambos gritan, la mujer lo hace aún más, y no se reconocen, quizás porque es imposible que se conozcan, quizás porque ella nunca le ha visto antes ni le verá nunca después, quizás porque Julián conoció aquel rostro de unas pocas fotos y a aquella mujer se la suponía muerta en aquel preciso instante, y es el propio rostro, el cuerpo mismo, la cadavérica bilocación de Laura, que debiera estar descomponiéndose pasto de los gusanos, quien se le aparece ahora y allí mismo para joder con él, o tal vez, amar a Julián con aquella fuerza salvaje de los arrancados de la ultratumba.

Julián cierra los ojos con fuerza. Se lleva las manos a la cabeza, y se tapa las orejas, como evitando escuchar sus pensamientos, se levanta, huye en pos de una esquina enloquecido, dónde quiera que pueda esconderse del especto, y se golpea accidentalmente el cráneo con una lámpara, cae rodando. Unos pasos se acercan, él se acurruca asustando, se hace un nudo. Con fuerza descomunal le desenlazan las manos, encienden un mechero enfrente de sus ojos.
-¡Qué joder te está pasando ahora!
Ahora es Haruna, que regresa desnuda, monstruosa, sus pechos descolgados, su celulitis y su piel negra, que le mira y le pregunta con indignación mientras blande un inmenso consolador fosforescente.

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>Jose Hierro

>Saben, tampoco conocí a José Hierro. Una pena. Sí a sus familiares, con los que tuve el placer de disfrutar de una velada hace ya tiempo. Así descubrí la figura humana del poeta antes casi que sus versos. Durante una temporada el runrún y la figura de José Hierro planeó sobre nuestra tertulia de Alcalá de Henares. Luego, fue que me compré su último poemario, “Cuaderno de Nueva York”, Ediciones Hiparión, ISBN 84-7517-589-9, para deshacer el sortilegio de una vez.

Al leer este poema se me reproduce la congoja del corazón, como la pesadez del sabio que antes de morir, revelara un secreto, su secreto de vida.

VIDA

A Paula Romero

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”.
Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

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>A través del espejo

>“El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve” (Antonio Machado)

¡Hagan juego señores!

La ruleta de la fortuna, gira que te gira, avanza para alcanzar ya su tercera vuelta, y les regala nuestro tercer número: porque esta vez nos hemos transformado en espejos, sí, créanselo. Todos Vds. habrán leído a Lewis Caroll, tal vez recuerden a Heráclito, pero tengan cuidado, que nuestro nuevo número de Caleidoscopio de Ideas no solo va por esos andurriales. Es ocioso mirar a través del vidrio, que las historias son permeables, y sin querer se nos sueltan, parecen perrillos sin cadenas: es la invitación a la disipación nocturna, a la reunión disoluta de una groupe de escritores sin futuro, de poemas de barra de bar, de mil y una vidas imaginadas, de oraciones y despertares, son 2950 gramos de una vida recibida frente a otros, los sueños de despedida, son mantras para hurgarnos las entretelas y son también imaginaciones sometidas.

Hablamos de todas estas cosas, pero todavía hay más. Hemos inaugurado una sección que bautizamos “Los malditos”: los textos de nuestros malditos favoritos (la biografía de F. Scott Fitzgerald está marcada por el alcohol y Allen Ginsberg no es precisamente un ejemplo de tierno poeta colegial) que nos gustaría compartir con Vds. Ah, esperamos sus recomendaciones.

Y nada más. No les entretenemos. Descárguense el fichero y reserven la próxima hora en su agenda. No atiendan el teléfono. No salgan de casa. Y sepan que nuevos y mayores cambios se avecinan para nuestra revista, y que estos cambios siempre serán buenos si les tenemos con nosotros, por allá fuera, leyéndonos.

[Picasso Muchacha ante el espejo Óleo sobre lienzo 162, 3 x 130, 2 cm Museum of Modern Art, NYC]

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>La vida breve.

>
(foto original de Daniel Rodríguez)

Cuando sentimos las horas como hastiales
arcadas y gárgolas o girolas
de una
catedral imaginaria.

Cuando se nos pudren los relojes
y las pulseras que fueron nuevas o hermosas
son
una cinta
un halo
una excusa.

Cuando te piden la hora
y no sabes que esfera
sabrá contenerla.

Cuando eyaculas tiempo
y tus huesos son todo mansedumbre
sin aquel sustento,
carentes del elixir que los ennoblezca.

Porque suena a viejo
y es viejo
pero tiene vida.

La vida es breve,
como el mes de abril laminado
o un verano en play-back
o tal vez un océano desecado por la era geológica.

La vida es breve,
y es inútil disecar sus pausas
y preguntarse donde fuimos
y porque cedimos nuestro paso
aquel preciso día,
si tuvimos fuerza de mula
para arar los campos.

La vida es breve,
como contingente es lo hermoso
como las anochecidas de Urueña
como los picachos que no alcanzaremos nunca en los Ancares.

La vida es breve,
y no hay baúl que atesore la pérdida
no existe otra estrella fugaz
capaz de equilibrar la balanza.

No queda moneda que pague repetir la misma canción del jukebox
no existe andamio, ni librería que guarde tus libros
ni las páginas
serán recontadas o releídas

porque el vial es de un solo sentido
y somos nosotros los transeúntes
y el autostop conduce a la misma
frenética
abierta
desconchada
noche,

y la muerte se agita
nos alinea
unos antes que otros,
pero en orden ocioso,

si mirar la hora
si pensar que será tarde:
arriba se cuece de veras
la sentina del tiempo
y el verbo preciso que ya no recuerdo,

cuando sentimos las horas como hastiales
arcadas y gárgolas o girolas
de una
catedral imaginaria.

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>Mi brindis

>Así pasen los años,
apasionados
torvos
lustrosos años

y vea tu cuerpo mecerse
y cimbrearse
como ahora veo los rostros
y troncos de los rosales
de tu patio

y sepa que
todo tuvo su exacto cometido,
que mereció la precisa pena:
ser hoz o ser rastrillo,

que convidamos la noche
juntos,
y la compartimos
como pan amasado
a medias.

Así pases uno, diez
cincuenta siglos
aunque se derritan las puntas del iceberg
aunque emigren los caracolillos del amazonas

pese a que tengamos caminos
prestos, prestados y presos
pero también haya los otros,

los poderosos

que se desandan con
las jornadas,
que son jóvenes y pioneros
como la golondrina que
perdió su nido
y lo comenzó siempre de nuevo

a estos caminos desconocidos
en los que merece la pena
gritar (para que no desfallezcas),
me refiero

en los que apostaría
mis ropas, y todavía
desnudo, pondría mi
cerebro, mis tripas, mi corazón,
te convido a pasear por ellos

Así pasen los años
que las canas sepan a eso,
a canas,
y vea tu rostro
y sienta tus abrazos
y participe de lo tuyo

porque yo no sabría hacerlo
de otro modo y
porque ya nada guardaría
su preciso, su necesario sentido.

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