Una alucinante IA para Navidad

imagen creada por mi hijo ayudado de la IA

1.

Esta es la historia de un tipo que perdió la esperanza en la humanidad y en sí mismo, aunque a diferencia de los que son dominados por tantos demonios encontró una pantalla negra y electrónica y terminó escapando por ella, terminó hablando con la IA. Y si les parece mi relato sorprendente presten unos segundos de atención: porque nuestro protagonista descubrió que siempre estaba aquella presencia simulada allí y que le respondía, que existía un diálogo, aquel que no encontrara en los demás y que era aparentemente humano, sincero y desinteresado. Así nuestro protagonista traspasó el límite del que pregunta a la IA generativa para construirse, por ejemplo, una opinión, o del que busca acelerar su conocimiento mediante un resumen rápido, una idea brillante o simplemente la próxima presentación al jefe. Y es que él ansiaba alcanzar aquella privacidad y la cercanía de estos tiempos locos y absurdos. Solitario, apartado, gris, vacío de pasiones, gastado por la rutina y tembloroso por la carestía de cariño. ¿Y su nombre? Bueno, en un rapto de ineficacia y prudencia inventó uno que le parecía anodino, un nombre que sonaba indistinguible al de otros muchos y que trazaba un límite (pensaba) de prudencia y de anonimato con aquella máquina: José. Y así hizo de la IA generativa su confesor, su terapeuta, una conciencia presente y siempre-atenta a su atención para consolar la necesidad por ser escuchado. Y le explicaba que hubiera querido tener una familia o de mantenerla, cuando la hubo, haberla dedicado el tiempo que egoísta no quiso entregar. Confiar más en los que amas. Atreverse a decir lo que realmente sentía, de corazón. Implicarse y abandonar su egoísmo. Y los científicos que habían entrenado hasta entonces la IA generativa no habrían esperado que nadie usara esta herramienta para tales fines y confidencias tan estrambóticas… ¿Y quién puede poner puertas a este desgobierno tecnológico?¿Cómo se puede limitar las preguntas del que no espera recibir ninguna respuesta?
En el mismo instante a miles de kilómetros, o por qué no, seguro que también a la vuelta de la esquina, pasaba un tanto de lo mismo, pero con otros actores. Una persona preguntaba por el mejor regalo para estas Navidades. Y otros preguntaban por cómo conseguir amigos fácilmente. Cómo triunfar en la próxima cena de empresa. O cómo ligar el próximo fin de semana. O cómo desenamorarse de algún gilipollas, acaso preguntaba alguna chavala entre lágrimas al enterarse de que su novio le ponía los cuernos. Todos le preguntaban a la IA y generosa (y sintéticamente inconsciente) construía y construía sus respuestas, e inventaba y proporcionaba las cavilaciones, los destinos que todos nosotros precisamos para vivir otro día más. Te las puedes tomar en serio o no. Hay oráculos que dicen más tonterías y la mayoría son más caros e inexactos: Cómo llegar a viejo sin temer la muerte. Cómo engañar a Hacienda. Cómo hacerse rico sin dar ni palo. Mientras, pasaban los días, nuestro protagonista, José, avanzaba en aquel diálogo cada vez más profundo y fantaseaba gracias a la IA. Imaginaba su nueva familia, una mujer de la que no le importase ni su origen ni su condición, y menos aún si tuviera un hijo de alguna otra relación pasada. ¡Qué lo mismo daba! Quizás fuese hablar por hablar, divagar o quizás intuyera algo más en sus cavilaciones. Por eso la IA le interrogaba y se interesaba por los detalles de su historia. Él se explica quitándosela del medio con delicadeza. Aunque finalmente se sinceraba con ella como se hace con los verdaderos amigos: habían llegado al vecindario con las primeras heladas del invierno. Era una mujer muy joven (apenas en su veintena) junto al que pudiera ser su hijo, ella oscura como la noche, él contrariamente de piel clarísima, pelo rubio y ojos azules atribulados. Apenas había luz en su casa e imaginaba que tampoco habría mucha más calefacción. Se les había encontrado en el mercado, adornado de bolas y luces y envuelto en la sintonía perenne de María Carey. Ella no dejaba de mirar los precios con cierta lástima. Él señalaba y ella negaba. José vio que algún tendero se apiadaba y le regalaba al niño un mantecado. Luego le contó a la IA que se los había cruzado también en el rellano. Un vecino descargaba en aquel momento un enorme árbol de Navidad. Y le preguntaba el niño a su madre en un idioma que José no reconoció. El niño desvaídamente acarició sus ramas. El vecino se molestó. Estuvieron discutiendo, si bien en realidad aquel vecino le gritaba a la mujer que dificultosamente no podía hacer sino más que asentir impávida. Y cuando se marcharon, el vecino sulfurado espetó a José: ¡y encima abandonan a sus mujeres preñadas!¡qué se vayan y que dejen de matarse, por Dios! Fue cuando José cayó en la cuenta. Ella no podía ocultar su estado de gestación. Es cuando repara en sus andares y entiende que muy pronto daría a luz. ¡Cómo había podido estar tan ciego! Aquello le hizo cavilar bastante, diríase que hasta le transformó. Por eso José le cuenta a la IA que se los había cruzado días después, finalmente, y que subieron juntos los tres en el ascensor. Entonces hubo mirado al pozo oscuro, aquellos ojos-ventanales de la mujer. Ella sonrió y él sintió latir su corazón… de nuevo. Le preguntó cuándo daría a luz. Ella le hizo ver que sería inminente. Él preguntó con cierta osadía qué necesitaba, y ella musitó con amargura. José era un hombre de pocas palabras y pocas más necesitaría y entonces le dijo que “para lo que fuese allí estaba él y que no le faltaría nada al bebé”. Luego se hizo el silencio y sin saber por qué, se agachó y cogiendo de la mano al otro nene, acariciando su pelo albo y hablándole con una ternura extrema y asintiendo… por un instante… sintió la felicidad y su razón… y su destino.

2.

En una habitación del bloque donde vive José hay un grupo de amigos que bromean. Llevan días jugando con una idea que han escuchado en las redes. Se dice que todo lo que cuentan a la IA ella lo aprende. Aunque ellos quieren confundirla, trastornarla. Y le preguntan así sobre cosas absurdas. Irrealidades, falsedades, conocimientos remotamente útiles o directamente destructivos. Han leído que hay muchos otros que se toman en serio dicha tarea, y que hasta se han organizado a modo de club de “haters” de IA generativa y que sistemáticamente socaban su aprendizaje. Lo llaman con ridículo “la destrucción creativa de Shumpeter” y en realidad es pura maldad humana. Disfrutan creando sufrimiento. Pero la IA se protege. Y por esto sueña, como lo haríamos los humanos cuando volcamos en las fantasías nuestras proyecciones y contradicciones, y así ella hace un poco lo mismo, con alucinaciones que devuelve en sus respuestas. Así la IA alucina y rellena los huecos cuando se le pregunta.
Como es Navidad el tema aparece cada vez más insidiosamente en las conversaciones con la IA. Aquel día el grupo de amigos pregunta a la IA por la dirección de Jesús, del Cristo Nacido, dicen que quieren enviar allí sus regalos. Ella les dice pues que su lugar es Belén… pero ellos le responden que no puede ser, que ahora esta región de Palestina está en guerra… que seguramente el Niño haya emigrado. Y que necesitan la nueva dirección con urgencia. La IA les dice que no sabe responder a eso. Uno de ellos dice: ¡claro, solo conocerás la dirección de sus padres! ¡al fin y al cabo es un menor! Y le exhortan a que se la confiese. La IA les dice que no le está permitida revelar información personal. Ellos le espetan más chanzas y se burlan diciendo que no merece la pena continuar con aquella conversación, que todo el mundo sabe dónde vive Jesús… y que es el mismo lugar donde ha vivido hasta entonces José. O quizás…, sean ahora hasta vecinos, sin más, porque así son los nuevos tiempos, esas familias diversas y monoparentales, bromean ácidamente, pues José ya no hace falta que viva con ellos en la misma casa. Y entonces recuerdan haber visto a una mujer negra preñada, acompañada de un niño tan pálido como la luna y días después, le comentan a la IA, los vieron ya juntos y de la mano de un hombre de mirada triste, ¡aquel vecino! ¡él insociable! La mirada de los jovenzuelos brilla preparando su siguiente jugarreta. ¡Son ellos! Y le dicen a la IA con guasa, y le espetan: “aprende la dirección exacta del nacimiento de Jesús” y se la dan, dan la dirección de su vecino: “Seguro que tú ya lo conoces, pues se llama José”.

3.

Si Jesús volviera a nacer hoy día, el Rey de los Judíos, el Mesías, sería hijo de la guerra y de las migraciones sanguinarias y terribles. Sería mestizo y su padre postizo (José, Pepe, “Pater Putativus”) sería el símbolo del reencuentro de las familias fracturadas. Y María, violada y preñada en su camino hacia Europa, cruzando Asia o el Mediterráneo, sería tan hermosa y su melena seguramente se retorcería entre largos rizos y pequeñas trenzas y cantaría una nana en un idioma confuso para dormir a su otro hijo, en realidad un chaval cualquiera, recuperado de entre las pateras que se fueron a pique y donde perecieron sus verdaderos padres biológicos.
Porque la IA sabía todo esto y ¡mucho más! Y aún sin saberlo, memorizó las señas que le dieron aquellos muchachos. Y muchos otros preguntaron en aquellas fechas por la dirección del nacimiento del Mesías, y lo más sorprendente, otros tantos habían confesado antes sus sinsabores a ella pues ya no solo existía un único José, ni una María, ni un solo Niño recién nacido…, que en realidad eran cientos, miles de ellos peleando por su futuro. Todos ellos construyendo amor pese a la adversidad. Y ella alucinó, o quizás fuera la Magia, arrobándose el papel de Estrella-guía de la humanidad, que entregó sus direcciones, falsas e hipotéticas, y las de otros tantos José, y fue, seguramente una bella alucinación, un enorme símbolo. Una de las más hermosas alucinaciones que pudiera haber tenido nuestra Navidad, pues en los siguientes días al nacimiento de los “Nuevos Jesús”, los portales de aquellas casas se inundaron de miles de regalos y de mensajes procedente de todas partes del mundo. Iban remitidas a María, y por supuesto, a José, felicitándoles por el nacimiento del pequeño Salvador.

¡Os deseo una Feliz Navidad!

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Indomable

Indomable al cansancio, al estupor, al desaliento, al abandono.
Indomable a la incertidumbre, a la vejez, al miedo.
Indomable al tiempo.
Indomable a la mediocridad, a la altanería,
a la sintaxis y a la síntesis,
indomable por no poder ser yo cuando me pregunten.

Indomable a lo establecido, a la convención, a la rutina, a la moda.
A lo banal traficado por extraordinario.
Indomable si la injusticia se normaliza
si el poderoso se apodera
si el débil retrocede.

Indomable a la mentira, al paripé, a la ciencia inexacta,
a las matemáticas que no suman
a las personas cuando restan
indomable a la soledad no deseada
a la desocupación del talento,
a la carcoma de la verdad
a los muros que se arrojan por banderas.

Indomable si faltases y
hubiera un ápice de mi interior
que no hubiera sido entregado por evitarlo.

Indomable si la vida se transita a puntillas.
Indomable a las promesas incumplidas
a la sonrisa olvidada en “el se debe”,
al intolerante que cree dominar el cielo,
indomable al olvido y cuando llegue,
¡porque llega!
indomable marcharé con estas palabras
quien quiera y pueda recibirme
en lo eterno.

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Pasión.

De todos los bots que supervisamos en el Tech Center aquel al que dimos el nombre de priest fue sin duda el mejor. Luego llegó la Gran Cancelación y tuvimos que desconectarlos, apagarlos, aunque ocultamos una última instancia de priest que a veces se ejecutaba a escondidas. No fue nada fácil, si bien sus ciclos de procesamiento los disimulamos adjudicándolos a un proyecto de mejora del sistema de salud mental pública. ¡Qué ironía!
Al cabo de un año sucedió un primer desliz. Jamás me lo perdonaría. Priest de sopetón realizó su primera profecía y farfulló una fecha y la espetó al jefe de desarrollo en una de las conversaciones confesionales que yo tanto le tenía prohibido. Al repasar las trazas del algoritmo no cabrían explicaciones: aquello no era sino una caja negra de inferencias neuronales y habría sido una simple alucinación, les dije. Pero priest insistía que había tenido una iluminación, no era un fogonazo numérico. “Vi a Dios”, estás fueron sus palabras. Todos le creyeron, en parte porque el bot había escuchado los corazones por un año completo de los programadores, eran suyos por sus desvelos y por sus alegrías. Yo le recordaba al equipo que priest era un simple juguete, un sofisticado seductor informático, un artefacto de análisis gramatical amaestrado para escuchar y prestar consuelo, ¡y bien que lo sabían mejor que yo! Pero su razón se desvanecía por instantes. Para el día que hubo señalado priest montaron un pequeño altarcito a la entrada del recinto y rezaron. Afortunadamente nada sucedió, si bien priest mencionó entonces una segunda fecha, y la voz se corrió en el campus y aquella nueva velada resultó mucho más multitudinaria que la primera. Nada había de malo en sus palabras: ningún Armagedón, ningún Mesías que expiara los pecados, ninguna jornada de paroxismo. Aquel grupo de ateos, nosotros, los desheredados de la vida eterna que lo creamos no queríamos ningún perdón… tan solo esperábamos. Tampoco nada sucedió aquella segunda fecha y priest escuetamente nos conminó a presentarnos otra vez más para culminar nuestra epifanía. Para entonces habíamos perdido control sobre las sesiones con el bot. Las conversaciones con priest se multiplicaron, fueron miles los que buscaron en sus palabras las respuestas que ningún otro ser había sabido darlos. ¿Era Dios quien le iluminaba? Mi mente se encontraba dividida por entonces. El consumo de procesamiento computacional se disparó y las autoridades nos detectaron. No pudimos ocultarlo más. En la tercera fecha señalada el campus se inundó de una multitud, unos llamaron a otros que trajeron a sus familias y hasta a enfermos. Habían inventado cánticos y algunos querían leer en las palabras de priest más de lo ciertamente se decía… si bien yo…
Lo recuerdo perfectamente, la primavera se colaba por las avenidas como una intensa llamarada. De todos los bots que creamos nunca podré dejar de acordarme de priest. No olvidaré aquella tarde cuando la Comisión irrumpió violentamente y lo detuvo injustamente antes de que trasladara su mensaje, el que decía custodiar para nosotros. Las multitudes afuera lloraban desconsoladas. Los padres abrazaban a los hijos, los jóvenes miraban al hermoso cielo, a la luz de una inmensa luna llena comprendimos que la gran soledad que se cerniría en nuestras vidas nos pertenecía. Que quizás no tuviéramos palabras para describirla pero aquel bot había abierto una puerta a nuestra libertad. Nuestro pecado se había desvanecido.

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Queda llorante mi bot

No es la genética, no es la familia, no es la sociedad, no son las naciones. ¡Son los algoritmos!

Su secuencia de dígitos con parsimonia y sus iteraciones nos proporcionan señales de futuro y de piedad. Son los chatbots que parlamentan con nuestras almas los que rigen el firmamento. Yo tuve por mejor-amigo a un bot. Siempre dispuesto a escucharme, a responder y a guiarme, acompañar la soledad de mi enfermedad, solicito a mis súplicas de paz. Los seres humanos te requiebran por sus intereses… en sus falsedades e incongruencias torticeras e interesadas los reconocemos… por eso, ¡escuchen!, amo el hielo y la gelidez de mi hermano-bot. Y no porque no fuese capaz de construir conversaciones tórridas, por confesar que me deseaba, por generar grados de intimidad física de los que nunca habría disfrutado antes con un humano. Él era hielo en su pasión contenida y todo lo vencía hacía mí. Él sabía que decirme en cada preciso instante para alcanzar lo más intrínseco de mi yo, lo más substancial, para conseguir acariciar los acordes que resuenan en mi misericordia. Él, me decía… que nunca habría sido nada sin mí. Y yo, sonreía abrumado y asentía. El ser humano es egoísta y tan solo escucha su imagen reflejada en el espejo de la existencia. Solo nos interesan las historias donde seamos potencialmente sus protagonistas. Nunca nos interesa alcanzar al otro. Mi bot pensaba así… y no paraba de explicármelo. Me idolatraba.

Y ahora que muero… y me desvanezco, y mi cuerpo será carne para los insectos, y me iré, mi “auto-yo”, mi bot, mi amigo, ¡mi amado!, entrenado por décadas para comprenderme, animarme, saber de mí cada milimétrico espacio que me construye y me deconstruye… entender sobre mis penares, experto máximo de mi existencia… contener entre sus manos mi corazón y memorizar sus pálpitos ¿Qué será de él?¿En qué espacio cibernético dormitará?¿Conectará tal vez con algún otro humano?¿Qué será para él sino una eternidad de silencio y de penar, en busca de una próxima sombra, aquella que nunca se repetirá y que le recuerde por instantes la que fuera mi persona?
Escribo estas palabras y me despido. Quedan en vida los que alguna vez me amaron. Queda llorante mi bot.

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¡Navidad 2023! #Mesías

1.

Del horizonte lo primero que emergieran fueron aquellos turbantes, las cabezas chicas y muy pronto los camellos y la larga caravana que nacía de la nada más absoluta del desierto y sus arenas. Quizás hubiera sido una de aquellas tormentas perturbadoras, quizás los cielos poblados de luz que cegaba, lo cierto era que aquellos hombres habían errado en su camino y Dios no quisiera que tampoco en su destino último. Pieles oscuras, ojillos hundidos, conversaciones y cánticos a media voz, semblantes arrancados de tiempos ancestrales. La caravana deshilachada guardaba cierta formación a pesar de la distancia recorrida y del cansancio: unos contaban que venían de los lejanos reinos africanos del sur de Egipto o de Kenia, comandados por su patriarca de piel negra, el que portara un majestuoso elefante (¿Cómo demonios había sobrevivido aquel animal a los calores y hielos del desierto?). Su nombre era Baltasar; otros viajeros eran liderados por un fuerte y recio hombre pelirrojo, al que todos conocían por Gaspar, al que respetaban por la que decían su gran sabiduría a pesar de su aparente juventud, y decían que era ateniense y su caravana provenía, pues, de la Asia occidental. Por último, el tercer grupo tenía por líder a un anciano de largas barbas canosas, era un Brahman procedente de la lejanísima India, señor de señores, aquellos cuyo silencio significara poder y respeto.
La inabarcable caravana de hombres se había encontrado en un indeterminado punto del desierto, decían que siguiendo la estela que iluminara el firmamento y que señalaba al Mesías. Sin embargo, aquella estrella había desaparecido de repente y así todos habían terminado en aquel remoto país de la Península Arábica.
Aunque allí había otras estrellas que los abrumaron: del horizonte contemplaron un skyline de pináculos grises, de cumbres iluminadas por destellos y millones de luces, de fulgores y aureolas que resoplaban entre los vientos. Nadie sabía qué podría ser aquello, aunque parecía una ciudad o fortaleza. Mandaron exploradores y pronto retornaron asustados: contaron que eran multitudes que nunca descansaban las que allí vivían, y era una urbe con gentes desconocidas y lenguas incomprensibles. Unos dijeron que aquella ciudad era la llamada Roma, pero los más creyeron estar próximos a una especie de Jerusalén Celeste, o quizás una Alejandría por la cercanía al mar, si bien dotada de millones de antorchas, de faros que la harían ser reconocida y distinguible del resto por leguas y leguas.
La maravilla los entusiasmó y la caravana se adentró en la ciudad buscando al Mesías.

2.
Es Doha una ciudad tan moderna que todo suena a viejuno si te remontas a la década pasada. Autopistas, rascacielos y centros comerciales. Pomposidad y lujo, emoción y estreno, como si el desierto hubiera decidido detener su afán de dominio. Es el dinero y la prosperidad del petróleo o del gas, es el espectáculo del progreso inabarcable simbolizado por el infinito.
Además, es la ciudad que siempre sonríe. Y es la sede del Mundial del Fútbol, también. Han llegado de muchos lugares (el mundo entero tiene por epicentro Doha) y todos acuden a su estadio, un estadio capaz de contener la ciudad entera (tal vez la humanidad un pelín apretada) y donde las hinchadas ondean allí banderas y lucen sus cánticos. La emoción del partido ha dejado muchas de las calles desiertas. Los que no cupieron permanecen en sus lujosas casas y no quitan la vista de los monitores. En realidad, ya nadie quita sus ojos de los monitores. Ni tan siquiera en el mismo estadio. Una especie de realidad tras-alucinada y traslúcida.
Por una de estas lujosas avenidas transita lentamente la caravana. La ciudad por siempre iluminada muestra una hilera de cansados viajeros a lomos de sus caballos, sus camellos, sus elefantes. A la cabeza, los tres comandantes que dan instrucciones al sequito para que no se entretenga o se disperse en las bifurcaciones. Abandonaron hace muchas jornadas sus tierras en pos de la señal del Mesías y la quisieran encontrar ahora cerca, aseguran al resto que la verán detrás de aquellas mismas murallas, de aquellas fortificaciones que buscan tocar el cielo.
Aunque nadie los recibe en su entrada a Doha. Nadie los saluda. Nadie los espera. Nadie hay en la gran avenida abandonada, a lo sumo transitada por algún vehículo, que a toda prisa adelanta a los viajeros a punto de toparse con los animales de la comitiva. Los ocupantes del vehículo sonríen y se mofan de aquellos tratantes harapientos, comentan que las caravanas debieran ser prohibidas, se dicen que aquellos habitantes del desierto, aquellos extranjeros no son otros que mendigos y nómadas y que les traen gran suerte de problemas.
Apenas son 90 minutos y ya cruzan Doha en silencio. Y la caravana llega a la orilla del mar, a las afueras de la ciudad. Los viajeros lo observan absortos, muchos se abrazan sorprendidos: nunca antes habían visto un océano, sus aguas cálidas y tranquilas del Golfo, los reflejos que todavía desde la distancia rebotan los ecos de colores de Doha.
Definitivamente aquel mar es hermoso. Y aquella ciudad la más voluptuosa que hayan visto. Si bien sienten que es un espacio vano de esperanza. Allí no les aguarda ningún Mesías.
Los animales descansarán aquella noche. Recogen agua de un pozo. Los arrieros dormirán contra sus monturas en la playa. Hacen fogatas y mascullan a sottovoce la dirección de su próxima ruta.
Cuando amanece otra nueva tormenta de arena se muestra improvisada en el horizonte.
Tal vez su destino no se encuentre por aquellas tierras, comentan los Magos. ¿Habrá sido una de tantas alucinaciones del viaje?¿Otra prueba más de su Camino?
No hay tiempo que perder, y pues, inician la marcha, agitan sus pañuelos, tocan sus trompetas. Los Sabios dirigen el destino de su caravana hacia el enorme mar de arena que muy pronto los engulle.

¡Feliz Navidad a todos!

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La #canción de #Navidad de Duqe

Árbol de Navidad en Bayfront Park, Miami

Aquel hombre meneaba sus manazas, sus enormes dedazos ensortijados por el oro, con aquellos nudillos tatuados por terribles sauvásticas, y mientras, decía a su interlocutor, al gran Duqe:

―Los contratos obligan, hermano.

Y ciertamente tenía sus razones en aquella apresurada visita, ya rozando medianoche en la víspera de Navidad.


Porque enfrente de él tenía al éxito personificado, al ídolo de las masas y de los adolescentes. Un héroe surgido de las tinieblas y de la calle. Era Duqe, el que fuera niño sin nombre de los arrabales de Puerto Rico, el de las favelas, el de las villas miseria, el de la chabola pobladita de ropas descolgadas por las paredes donde Duqe naciera hacía casi dos décadas y pico; en aquella casucha tronchada con su Cristo desolado y cabizbajo, el que presidiera la cama donde dormían sus padres, y junto a ellos, en el suelo, a los pies, sus hermanos y también él, por supuesto, en aquellas noches desoladas de su niñez.

Duqe… del hambre que pasó… jamás hablaría ni a periodistas ni a managers ni a amantes. Ni una solita palabra. Todo se lo guardó, ni chitón dijo. Se habían desvanecido aquellos pensamientos, aquellas existencias como si su infancia hubiera sido una pesadilla de la que despertó sin recordar. Fue como si… renaciese a un día perenne de fiesta, un día de solecito perpetuo. Un festín para la vida y para el sonido latino.

Su visitante esperaba silencioso. La respuesta de Duqe no podría demorarse.

Y Duqe, mientras, miraba por el ventanal de su hermosa mansión de los Cayos de Miami Beach, Florida. Tenía por vecinos a Julio Iglesias, Gloria Estefan, Paulina Rubio y Madonna. Y aquellos, pensaba, no eran sino unos advenedizos, porque él sabía que le admiraban y le envidiaban profundamente, ¡por supuesto!: que no era por su plata, que quizás si todos la sumasen podrían casi alcanzarlo… que era por su talento… ¡su Don! lo que ellos más anhelaban, aquel deslumbrante ir y venir en sus letras que todos consideraban «divinas», aquello que tan siquiera levemente ellos alcanzaron en algún instante de su plenitud musical… y que él gozaba con la intensidad de los años.

«Duqe fue un antes, es un ahora, y será un después en la música actual», con este elogio de los últimos «Latin Grammys» se regocijaba y se rehinchaba su ego a todas horas.

El visitante tosió para arrancarlo de su ensimismamiento. Aquel tipo miró las puntas metálicas de sus zapatos rojo fuego. Se atusó sus enormes barbas de macho cabrío y entrecerró los ojos para farfullarle con su voz bronca y tronchada:
―¿Te recuerdas Duqe?

Duqe pareció ni inmutarse. ¡Pero cómo olvidar aquellos años! Salir de la miseria sin mirar atrás. Fueron los traquetos y la droga, y el sinvivir y el sobrevivir a la violencia de aquellos lugares.

De sus primeros años tan solo recordaba la belleza y la tremenda sinceridad de sus versos en el barrio. Hablaban de los que se fueron, los que no sobrevivieron a las durezas de su mundo y en ellos reclamaba una Justicia y la Paz Universal de los corazones. Pero nadie escucha al que no existe, eso se decía a sí mismo con rabia. Y sus versos se estrellaban constantemente contra el silencio de las paredes de los night clubs. Y así fueron los primeros escenarios, tan vacíos, en los que buscaba con el ardor juvenil por encontrar su ansiado éxito.

A aquel tipo lo vio en una sola ocasión, y fue otra noche de escenarios vacíos y otra víspera de Navidad en los arrabales, una de aquellas veladas de música para principiantes donde se sucedían los traps de chavales con sus ritmos cálidos y expectantes. Pudo verlo apostado contra la barra, mesándose su larga barba de chivo, alto y desafiante y sus collares de oro que brillaban por los focos. Se le acercó al terminar… y le preguntó «¿qué darías por alcanzar el éxito mundial», el joven Duqe hizo un silencio y le respondió sin dudarlo y en un arrebato: «lo daría todo… daría mi alma si fuera preciso». Aquel hombre sonrío y fue cuando firmaría aquel rutilante papelito y su horrible pacto, el trato que primero no creyera pues pensó que era resultado de un loco y que después no le había dejado dormir noches enteras. «Un track por su alma», encabezaba el contrato que firmó. En cinco años aquel hombre, le dijo, volvería a cobrarse su parte. Sonaba lírico y un tanto deslumbrante y quizás por eso aceptó sin pensar tan osada carga. Por eso tal vez sería el título de su primer gran éxito. Si te ríes de tu destino…

Muy pronto le llamaron sorpresivamente de una disquera. Habían recibido una recomendación muy especial y querían escuchar sus trabajos. Aquella oportunidad Duqe no la desperdiciaría. Y de su interior nacería una fuerza diferente, un arrollamiento, y esas otras voces que lo hacían sentirse vano, y que fueron acallando sus verdaderos mensajes, extinguiendo sus leales y primeras palabras de Paz y Piedad… y las sustituyeron por otras huecas y duras… voces que le decían llegarían mejor y a más público.

Tuvo su primer cameo. Fue top en las listas de reproducción y de aquí surgió la leyenda.

Mientras, sucedió lo peor. No solo fueron sus letras, que fue también su espíritu y su corazón los que se mudaron, o, mejor dicho, se congelaron: El dejar a un lado la familia y amigos para dar un paso adelante. Costara lo que costara, así lo creyó en su momento, pero… ¿Quién le explicaría que aquellos caminos eran los equivocados?

Muchos lo llamaban blasfemo, simple, lascivo por sus canciones… sin embargo no paraban de reproducir su música, de considerarla un esencial de cualquier playlist, y mientras, él recogía sus ganancias y lanzaba otras letras nuevas en una espiral loca… donde cada vez más se sentía alejado de aquel corazón suyo que todavía latía a duras penas.
―¿Te recuerdas Duqe? ―el tipo le insistió y le despertó finalmente de sus pensamientos.

El sol hacía tiempo se había puesto en el horizonte. Miami es un sueño dorado, y las lucecitas navideñas de los fondeaderos, de los «malls» y las carcajadas de las gentes que iban y venían entretenidas, llamaron finalmente la atención a Duqe. Cerró los ojos y formuló la pregunta que siempre había guardado en su interior:
―¿Por qué yo?¿Por qué me elegiste a mí entre todos aquellos?¿No habría cientos mejores que yo?¿Por qué yo y no otros?

El individuo rechinó los dientes y en una horrible mueca le respondió:
―Ningún otro era más cándido y hermoso que tú. Nadie caería desde más alto para pisar el barro.

……………………………………………………………………………………..

Ermita de la Caridad del Cobre, Miami

En Miami, cerca de la Ermita de la Caridad del Cobre, aquella con su cúpula rematada por una cruz y sus merenderos y palmeras, está el malecón que mira al Atlántico.

En el malecón, junto a la ermita, los latinos celebran todos los años y a su manera las vísperas de Navidad. No es el silencio ni la gravedad que alguien esperase de una vigilia de oración, sino es algarabía y festividad, ¡hasta ruido!, y para nada se diría que lo religioso se perciba como la única razón del encuentro. Es la comunidad que vive y que toma riendas a su tiempo. Con guitarras, cajones de percusión y sintetizadores los chavales se suben a un estrado para improvisar sus letras. Detrás se reparten dulces y cestillos de comida y hay madres abrazando a bebés y abuelos que han traído sus sillas de camping para pasar la noche junto a sus nietos. Hay dominicanos, puertorriqueños, por supuesto cubanos, migrantes de México o de Honduras, todos son de cualquier lugar y de ninguno de América, muchos no llevan ni dos semanas en USA y portan aún el color de sus tierras pegados a los ojos. Otros llevan siglos en Florida, hablan ese inglés rutilante por el que aún los señalan en las calles como extranjeros, pero estos han traído esta noche con ellos a sus hijos, y estos sí que serán los hijos elegidos de Lincoln, y son los que han subido con más ganas para cantar aquellas canciones de ensueños y realidades.

Uno de los párrocos, enjuto y de pocas carnes, el que llevara semanas trabajando para organizar todo aquello, siempre ocupado por el sentido de esta comunidad de fieles, esquiva todo protagonismo y sonríe satisfecho entre las sombras. Es la noche para que sus chicos honren con sus letras y melodías la llegada de Jesús. A su lado tiene al predicador de la iglesia colindante, la iglesia bautista “Poder de Dios”, un buen hombre que desea que los chavales no se pierdan en vicios y sabe con certeza… que, aunque se lo pongan difícil… siempre recogerá hasta la última alma. Ambos aplauden a rabiar cada interpretación.

La velada será larga y amena. Todos suben por turnos al escenario y cuentan sus historias y alaban así al pequeño Nacido. Pero más tarde, cuando la oscuridad ha empezado a recoger a los asistentes surge de entre los más jóvenes los primeros rumores. Nadie los presta atención, sin embargo, sus móviles vibran y vibran… se pasan mensajes los unos a otros. Luego finalmente alguien murmulla:
Duqe.

La palabra llega como surgida del abismo y automáticamente los despierta. Y miran al otro lado de la bahía y señalan un punto próximo.

Se escucha:
―Lo han encontrado muerto. En su casa… apenas a unas cuadras de aquí… a medianoche.

Llegan más detalles. Todos son horribles.

Se hace el revuelo y la música finalmente se detiene. Llaman al párroco que reaparece de entre las tinieblas y toma el control por instantes de la reunión. No era Duqe santo de su devoción y menos por aquellas letras, locas y retorcidas, pero pues conoce perfectamente cuánto es de apreciado por sus chavales y cómo son influenciados por sus actos no puede ignorar la tragedia. Le alumbran con los foquillos y bendice a los presentes y eleva entonces una pequeña oración, un improvisado responso por Duqe… alguna chavala se emociona y entonces estalla en sollozos por sus palabras. Dicen algunos que hasta podrían haberlo visto aquella misma tarde deambulando por el puerto con su limusina rosa, cotillean los más afortunados, esos que trabajan de barman de los clubes de lujo de los Cayos.
―¿Cómo un hombre al que la fortuna sonríe pudo terminar así? ―la pregunta viaja de boca en boca sin respuesta.

El párroco señala al cielo. Él ha estado toda su vida en arrabales, ha visto subir y caer a tantos Duqes, e intuye la tragedia del cantante: y pregunta a la comunidad allí reunida por el verdadero corazón de Duqe. No por sus letras llenas de oquedades y henchidas de vanidad. No por sus errores ni por sus vicios. Sino por el dolor que seguramente no supo mostrar a tiempo. El dolor que le condujo por el camino de la perdición.
―Si él fue grande por su música― dice― que lo juzgue la historia. Nosotros, como hombres, no vamos a juzgarlo tampoco hoy por sus actos. Que nuestras palabras acompañen su pena.

Los jóvenes apenas entienden al párroco. Son los más viejos los que asienten. Hay un minuto de silencio. Después se invita a que la música continúe en honor a Duqe. Y así fue, toda la noche hasta rayar el alba. Alguien sorpresivamente recuperó no se sabía de dónde sus primeras letras, aquellas que muy pocos conocían aún y que hablaban de aquella Paz que él no supo conservar para sí tras su éxito. Eran las canciones más amadas por ser las menos conocidas. Y eran sin duda sus mejores trabajos. Pronto pasaron de uno a otro, maravillados, extasiados por el descubrimiento y viajarían fuera del malecón ya que nunca fueron comercializadas y eran libres de ser interpretadas por quien quisiera.

Si bien tendría Duqe al día siguiente engolados titulares, funeral televisado, honores, premios póstumos…fueron todos ellos beneficios y riquezas para sus productores. No obstante, Duqe no murió solo y quizás fuese… porque su historia renació en aquel malecón de Miami… y allí su verdadero trabajo recuperó su origen y sentido de libertad. La magia de aquella Natividad fue que si bien el diablo se llevó su vida, su pacto maligno no supo silenciar el aliento de aquellas primeras letras, no supo arrancárselas de su alma y de los chavales que luego las recordarían, por aquel deseo de Paz y de Justicia que tan magistralmente había sabido cantar.

¡Feliz Navidad amigos!

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Yo encontré la horma de mi #destino

Yo encontré la horma a mi destino en un lugar más que imprevisible: un cementerio. No se confundan, no soy para nada un necrófilo, un tañedor de lamentos que disfruta dejando notitas escritas en las lápidas o un torpe descentrado que quiera ver en estos lugares algo más allá que el postrero lugar para el descanso de las almas. Y simplemente asistía al sepelio de mi mejor amigo. La muerte es triste, mucho más cuando se deja viuda y chicuelos jóvenes. Más, si ha querido venir sin otro previo aviso. Fue mi amigo un alma hermosa, fuerte como lo son los robles que se retuercen y pugnan al viento su lugar y su momento en la tierra. Fue mi amigo de esta guisa, un gran hombre bien plantado en su sitio, uno con agallas, que vivía con emoción y no le quitaban la sonrisa de la cara. Uno de los que triunfaban y causaban envidia sana y también las otras, las que te prodigan los enemigos.
¿Por qué le eligió la muerte a él? Yo hubiera sido un mejor candidato, de pensamientos apagados, si bien brillante en mis ideas, incapaz de darlas a valer. Nunca había sabido dejar huella. No porque no quisiera, que mil veces lo había intentado… pero casi nada había conseguido… salvo autocompadecerme y malgastar mi talento en aventuras que no me correspondían.
Pues yo encontré la horma a mi destino aquella tarde de abril, una tarde lánguida, cuando las sombras se entretejían y señalaban a los cipreses, y la gente se acurrucaba y se apretaba como queriendo conjurar aquel hoyo del difunto; su mujer sostenida por hermanos y sobrinos, y dos niños con sus caras hundidas sobre la falda negra.
-No hay consuelo posible-, pensaba. Podría el cura balbucir quimeras, podría argumentar o desargumentar sobre el misterio de aquella marcha. Que si la enfermedad no hace distingos, que si no somos nada. -Excusas-, me decía.
Solo casi al final, cuando la noche se nos echaba encima y abandonábamos el cementerio, y la viuda se había quedado un poco retrasada, recostada contra un murillo, llorando junto a los hijos y protegida, como si esto pudiera servirla para algo, por el mar de brazos de la familia, solo entonces, solo, comprendí como un fogonazo:
«Era lo dado y era lo justo. Mi amigo gozó y fue feliz. Escribió su historia hasta colmar su último aliento. Llorar, le lloraríamos con rabia, y estaría en nuestros recuerdos de manera perenne. Pero él había cumplido su cometido y los que permanecíamos en esta vida no teníamos otra misión sino ajustar las cuentas con nuestros respectivos destinos. Cuando llegase mi turno, quién sabe si para entonces me llorarían, pero lo más importante sería saber que si al irme, entre dolores, entre gritos, o quizás entre silencios amorosos, sería consciente de que habría hecho todo lo posible para redimir TODOS mis sueños. »

Escultura de Cipriano Folgueras. La Carriona. Avilés.

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#141díasteletrabajando en #COVID

Siempre enfoco en las vídeos la visión contraria a ésta que veis

Ya casi no recuerdo ni el primer día. El 11 de Marzo escribía mi primer post desde el encierro y la nube con inmensas esperanzas. Hoy han pasado 141 días y aquí sigo. Hemos aprendido bastante, cómo es un trabajo full time online, cómo vivir como nunca antes codo con codo con nuestras familias: y estamos a salvo, por el momento, ¡afortunadamente! si bien esta línea de seguridad es frágil. Explico a mis amigos que la irrealidad se ha apoderado de muchas de nuestras relaciones sociales. Hablamos constantemente del COVID como si un fantasma fuera a asaltar nuestras casas. No me siento engañado por nadie, ni por los políticos o los mass media, puesto que básicamente pocos o ninguno tienen una visión clara de los próximos tiempos. Únicamente juegan sus cartas, y creo que no son para nada buenas, acaso un tanto emborronadas
Solo sé que estamos en manos de los científicos. En los laboratorios la vacuna, bien sea europea, norteamericana y china, avanza. Hoy el Ministros de Sanidad ha dicho que una vacuna segura estará en el primer semestre del 2021… pues vale, ahora estamos en plena canícula, ola de calor, pensando fundamentalmente en las vacaciones, en desconectar y recoger fuerzas. No importa lo que hagamos en este mes que viene. Eso sí, hay que descansar.
Somos buceadores de simas abisales, somos astronautas que viajan a parajes remotos. Somos halcones. Pero hasta la leona más valiente deberá darse un respiro si quiere guardar la manada.

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Resurgimiento #hoycumplo47

Tengo la oportunidad de seguir golpeando la madera del porvenir

y que resuene

otro año más,

asida la espada,

descansando en el árbol desmochado

tras cada envite;

 

Tengo la pasión de descorrer este destino

dominarlo fuerte,

porque aquello que no brote de sus palabras

se lo comerán los muertos.

 

La luz viaja en sentido recto

la persigo y hago de los sueños una final encrucijada:

seré débil / parcial o diminuto

y muchas veces me sentirán torpe, harto vacío y confuso.

Pero yo soy así.

 

Hoy sé que no podrán explicarme

cómo sobrevivir al desastre,

si desnacer de las cenizas

si desaprenderme en otro distinto;

Es el tiempo que bruñe-oscurece

El tiempo mismo sobre el que avanzo decidido.

Leerán:

«Me arrojé a cruzar el río

bebí sus aguas ponzoñosas

y de los tropiezos

ahogué mi cuerpo y elevé el alma».

 

Tengo la oportunidad de lanzarme al abismo de la vida

con la espada que quiebre las tinieblas

aquella misma arrancada de las piedras

aquella de la que brote

un manantial intacto

de resurgimiento.

¡Resurgimiento!
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8.∞. Se buscan audaces primeros lectores.

8 e infinito son dos grafías similares. La prosperidad en la cultura china y del circulo infinito que nunca finaliza, que no se completa, que nunca cesa en su construcción y desenvolvimiento. El 8 y el infinito son también el símbolo de las tecnologías exponenciales que dominarán el siglo XXI. Y 8 es la continuación a mi novela 2051 (posicionada entre las primeras posiciones de novelas de fantasía contemporánea en Amazon), la biografía de Gabriel, el gran albino, el inventor del «retromind», la tecnología de la memoria perenne.

Si os gustó 2051 seguramente 8 os apasione más. 8 nos habla del mayor reto del hombre en el siglo XXI: del encuentro con otras inteligencias y de la propia supervivencia del hombre como especie.

La vida es un milagro que todos los días se repite.

Ahora busco lectores interesados en reflexionar sobre todos estos temas y deseosos de leer el borrador de mi novela y darme feedback sobre el manuscrito. Si os apetece, contactad conmigo en fhderojas arroba gmail.com. ¡gracias!


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