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Aquella noche, ya próxima la Navidad, quiso el padre contar la siguiente historia a su pequeño antes de acostarse.
En la Navidad del año Cero Asterix tendría por misión ayudar a un extraño sequito que decía llamarse Reyes Magos de Oriente y que deseaba viajar a otra aldea, aldea situada en el extremo opuesto del mundo conocido. Más lejos de lo que uno se piensa habían perseguido un extraño cometa hasta perderse por Lutecia y así habían alcanzado el lejano Noroeste del imperio, para cruzar la Galia donde finalmente dieron con el último territorio bárbaro, todavía no conquistado por los romanos: esto es, la pequeña aldea habitada por nuestros irreductibles galos. Cruzaron el campamento de Petibónum, dieron esquinazo a la legión romana que lo guardaba y se internaron en un bosquecillo donde vieron una alta empalizada; allí se detuvieron con las monturas y los camellos completamente agotados. No había otro remedio, aquella estrella estaba realmente loca. Y la tradición decía que ella los guiaría hasta encontrar al niño Dios y que deberían entonces adorarle…pero algo había ido mal ya que en su lugar fueron a parar a aquella aldea atrasada, una aparente aldea bruta, esto pensaron a primera vista, completamente indignados por el timo del augur: pero ni Dios Bendito ni Santas Pascuas. No obstante preguntaron a los lugareños, unos extraños tipejos de nombres impronunciables con largos “bigotoncios” y les contaron que traían muchos presentes y que habrían de entregarlos con urgencia a su Señor: oro e incienso. Oro, puesto que era Rey. Incienso puesto que se trataba de un Dios. No había tiempo que perder, por tanto. Sin aquellas ofrendas todo su esfuerzo no habría valido para nada y el pequeño niño Dios no sería adorado ni su venida celebrada con reverencia y regocijo.
En la aldea todos reían… eran sus ropajes, los camellos, la parafernalia de los magos, sus largas barbas canosas, todo aquello les resultaba muy gracioso… ¡nada menos que un sequito de magos había decidido visitarles! Todos reían menos el anciano Panoramix, el druida, y Asterix, el más valeroso e inteligente guerrero de la comarca, acompañado por su inseparable amigo Obelix. Se preguntaban qué importante sería aquel niño para requerir un viaje tan largo: es nuestro Rey, repitieron por respuesta una y otra vez de los magos. Pero los galos no lo conocían, y menos si era cierto que aún no había nacido todavía.
El jefe de la aldea, Abraracúrcix, a lomo de sus portadores y sobre un pesado escudo engolaba la voz y preguntaba:
-¿Y los romanos?¿Y el Cesar?¿Y las riquezas del niño?¿Y su poder?¿Seguro que no queréis ir realmente a Roma?¿No será al hijo del Cesar al que buscáis realmente?
Pero los Reyes Magos se encogían de hombros ante todas aquellas preguntas. Porque querían llegar a tiempo para adorar al no nacido… y poco más. Y como no podrían romper el cerco de los campamentos romanos, ejércitos fuertes y bien armados, lloraban amargamente, pues no les quedaban muchas fuerzas para seguir su desconocido destino tras aquella estrella turuleta.
Asterix se mesó el bigote. Abraracúrcix reunió al consejo de sabios de la aldea. Aquello pintaba muy raro, un sequito tan notable no habría pasado inadvertido a los romanos; seguramente traerían tras de sí un par de cohortes cabreadas, pues no es de recibo que uno quiera ir de Egipto a no sé sabe qué lugar de su imperio dando un rodeo por las Galias sin preguntar o pedir permiso. Algo no cuadraba. ¿Sería una nueva triquiñuela del Cesar para robarles la fórmula de su irreductibilidad? O era unos timadores o unos visionarios…
A petición de Karabela, la mujer del jefe, decidieron dar hospedaje y descanso a los magos mientras tomaban una decisión, había que demostrar que eran unos galos civilizados; por otro lado, pensó Abraracúrcix, que así les interrogarían más a fondo. Mientras, aquella estrella aumentaba su resplandor hora tras hora, impaciente por indicar un nuevo camino y rumbo hacia aquel niño rey. Asterix preguntó por el poder del que iba a nacer, del niño Dios. La respuesta fue breve pero sincera:
-Ninguno.
-¿Entonces a que ha venido a este mundo si no tiene corona ni trono ni nada con que ejercer su voluntad? -inquiría muy intrigado el druida.
-Nos trae amor. Nos trae amistad. Nos trae respeto. Nos trae justicia. Nos trae igualdad. -fue la respuesta al unísono de los Reyes Magos.
Asterix dejó a los Reyes Magos preparando las monturas. Recuperados aunque fuera mínimamente gracias a la cortesía de los galos continuarían su camino, en cuanto despuntará la estrella en el horizonte, y ni cien legiones romanas impedirían su destino.
Asterix y Obelix conversaron en privado junto con Panoramix y el jefe de la aldea, Abraracúrcix. Obelix mondaba una pata de jabalí y mientras le decía a su amigo:
-Los romanos están locos pero estos magos lo están aún más: siguen una estrella que según dicen les guiará donde nacerá un niño portador de amor, amistad y todo eso. Asterix, estos hombres son unos idealistas. Pero los Reyes Magos serán devorados por los leones de los romanos.
-Pero sin ideales… nada se consigue -le respondió Asterix con sonrisa astuta- .Quizás la estrella haya querido pasar por aquí por alguna razón que ahora desconocemos…
-No sé quién será aquel niño del que hablan pero si es cierto la mitad de lo que cuentan que hará me cae bien. Este imperio romano le sobra ejército y necesita más a un chaval así. Alguien puro, alguien leal. –apostilló el druida.
-Y yo creo que estos magos y su estrella necesitan ahora de nosotros una ayudita…-le guiñó el ojo Asterix.
La decisión había sido tomada en aquel mismo instante. Asterix empaquetó lo que pudo rápidamente y junto con Obelix decidieron guiar a los Reyes, ayudándoles a esquivar las legiones hasta donde aquella estrella quisiera llevarlos.
-Alea jacta est! –Se reían y gritaban los amigos pronunciando las pocas palabras en latín que conocían.
La despedida fue bien sencilla. Panoramix entregó una botella de poción mágica a Asterix, aunque le previno que no la usará más que como último remedio, puesto que sobretodo debería utilizar su inteligencia en aquella aventura. Obelix gruñó un poco, no terminaba de comprender que habiendo caído en marmita de la poción siendo pequeño no la necesitara en absoluto. El inmenso corazón de Asterix se vio reconfortado cuando el druida propuso que su pequeña mascota, Idéfix, le acompañase. Además le entregó un saquito y le hizo su custodio, era un presente de parte de toda la aldea gala para aquel pequeño Dios.
El jefe proclamó:
-Id amigos y ayudad a este sequito de hombres buenos en busca del niño Dios. ¡Por Tutatis, que no se dirá que los galos somos malos vecinos!
El bardo, Asurancetúrix salió a acompañarles mas no duró mucho su camino, tan horrible eran las notas de su arte. Los reyes, amables hasta la saciedad, hubieron con maestría de entregarle unos cánticos para que los practicará y pudiera festejar el retorno de sus amigos:
-Con ellos, ya verás como la gente quiere cantar contigo –dijeron los magos
-¿Qué son? -preguntó interesado el bardo
-Se llaman villancicos –respondieron enigmáticos…. pero esta es una historia de la que hablaremos otro día.
No habrían recorrido ni una jornada cuando se les cruzó toda una legión bloqueando el paso a la comitiva. Aquel cometa en el firmamento había llamado también su atención y tras avisar al cuartel general en Roma, el mismo Cesar había mandado tropas para averiguar su naturaleza. Imaginad: las cohortes desplegadas en perfecta formación, los escudos y los pilum listos para iniciar la batalla. El centurión, orgulloso, arrogante, exigiendo la rendición incondicional de los extranjeros, creyéndoles invasores o señores de aquella estrella del firmamento, inició la carga con los tamboriles y trompas en vanguardia…
…bueno no quisiéramos importunarles en este relato navideño con una descripción de una crudelísima batalla… porque si hemos de ser ciertos y fieles a la historia… no sucedió apenas nada. Salvo por un par de mandobles a la primera línea de combate que Obelix propinó con voz en grito de “¡para mi estos romanos!” y una alegría infinita en su rostro mientras los sacudía. Apenas hubo destrozos salvo por el par de pilas de cascos como trofeos para Obelix e Idefix mordisceando el precioso armamento de campaña de los soldados angustiados por tan singular tropa. Los ardorosos romanos, al reconocer a los invencibles galos escoltando a los magos, se lo pensaron dos veces y retrocedieron. El centurión quedó así solo frente a Asterix, temblequeando. Asterix, no obstante, siempre razonable, decidió pactar. Explicó al centurión que aquellos hombres no eran invasores sino sabios que buscaban al niño Dios. Que aquella estrella del firmamento estaba un poco turuleta y que les estaba dando un rodeo por el imperio antes de alcanzar la aldea donde el pequeño nacería en breve. Que tan solo necesitaban paso franco… pero claro, que si oponían alguna resistencia, los magos serían adiestrados en su poción de invencibilidad gala y que los romanos de esta guisa se ganarían otros invencibles enemigos…aunque que en realidad iban en misión de paz, y no querían anda de eso, y que les vendría bien un buen avituallamiento y algunos pertrechos para continuar su camino hasta Oriente. El centurión comprendió que era mejor facilitar el paso de aquellos hombres y él personalmente decidió escoltarles gran parte del camino. El mensaje del centurión al Cesar como respuesta a sus pesquisas fue por lo tanto breve: “Los extranjeros marcharon tras su estrella. Yo mismo les escolté siendo nuestros prisioneros a los confines del imperio. Sus ejércitos han sido diezmados… salvo por dos galos. Su rey es un niño indefenso y sin tesoros de nuestro interés. Nuestro poder no está en peligro.”
Y así fue como los galos hicieron posible que una madrugada, varias semanas después, un pequeño niño, llamado Jesús por sus padres y conocido mucho tiempo después por Cristo, fuese visitado en Belén por el sequito de reyes. Recibió en señal de adoración oro, puesto que sería también rey, e incienso, pues era Dios nacido. Lo que las crónicas no explican son las razones por las que dos guerreros vestidos con ropas galas, uno pequeño y otro grandullón, acompañados por una pequeña mascota entregaron un pequeño saco de mirra. Y es que la mirra simboliza al hombre. Al fin y cabo aquel niño lo era, y como hombre mortal debería hacer llegar aquel importante mensaje de amor y fraternidad a los cuatro costados del imperio y de todo el mundo conocido y por conocer: que era el mejor regalo de unos guerreros que sabían que su poción los hacía indestructibles, aunque siempre por un brevísimo lapsus de tiempo; que aquel pequeño debería disponer de armas más poderosas y duraderas para conseguir su Misión de Paz.
De esta forma tan hermosa nació la Navidad y así fue como Asterix y sus amigos participaron de ella.