Tened en cuenta que el depredador también sueña. Sueña con la caza. Sueña con las víctimas. Con otra, con otra más.
En la noche fría y en el rincón más lóbrego nos los encontraríamos pero ahora el depredador sueña con la luz y el campo, con los espacios abiertos, con la multitud: con el éxito. Ahhh, viejos depredadores protegidos por las sombras. Quisieran con sus zarpas rodearnos el cuello, estrangularnos, bebernos los intestinos o vaciarnos los tuétanos. Por eso transitan fuera de las madrigueras y se disfrazan para confundirnos. Sueñan con el día porque en sus lechos hacinan los huesos astillados de los cazados. Hoy sueñan contigo y tu piel se estremece. Se aproximan de espaldas y te susurran. Los depredadores sueñan y nosotros nos sentimos deseados.
Es el beso frío y dañino: el más amado, el más temido.