>Los huesos de Lorca

>Pero también fueron los huesos de Mozart. Y los de Pericles. Era el arte y era la libertad pisoteada. Era la madrugada tormentosa y ceñuda.
Y todos fueron arrebatados por el odio, fueron secuestrados, ametrallados, sepultados de por vida. Me pregunto qué pensaría Lorca al verse morir, qué pensaría su compañero de fosa. Me pregunto qué se ganó aquel día disparándolos, pero también me pregunto qué ganaremos ahora con todo esto a vueltas. Que no sea la criminal venganza.
Ponemos en hilera aquellos huesos, los transportamos en cofres, recordamos su pérdida. Hay quien escribe libros y jurisprudencia sesuda, a mí tan sólo se me ocurre esto: haya paz con los muertos. Un pueblo debe guardar la memoria precisa. Pero esta no se escribe en lápidas a la puerta de las iglesias, no se deletrea en panteones construidos ad hoc, no se persigue en juicios sumarios. Haya perdón, mis muertos caminan conmigo. Sus huesos sean la ceniza del camino. Que la memoria sea la vergüenza de habernos matado siendo todos hermanos.
Pero sepamos que Lorca no murió en balde. Digamos que hubo un tiempo de furia y que los nuevos que vengan aprenderán a ser una piña, y que las ideas son fuerza, pero deben ser sobretodo libres. Busquemos razones de convivencia. De lo contrario, muchos brazos se levantaran de sus fosas, son cadáveres doblemente entregados, doblemente fusilados, por los que fueron y por los que son ahora.

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Noticia asociada: Garzón autoriza la apertura de 19 fosas, entre ellas la de Lorca

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>Instrucciones para descorchar una FELICIDAD

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Instrucciones para descorchar una FELICIDAD: busque la excusa, cualquiera vale, no por divina o humana que le parezca la rechace; Detenga allí sus preocupaciones. Lance albures. Busque la precisa compañía; Desentierre anhelos. Entrecruce promesas. Regale tiempo. Pero no sea tentado por exclamaciones luengas. Y deje, pues, actuar al silencio: sabe expiar en felicidad lo que antes supo a reposo.

El anterior texto se presenta al II concurso de microrelatos Martín Berdugo. Si disponéis de otros 60 vocablos os recomiendo participar. Objetivo: describir la palabra “felicidad”, el premio: vuestro relato en 30.000 botellas de la bodega. ¿Tentador, verdad?

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>Mi afonía

>Me preguntaba un amigo qué pasaría si pasáramos una temporada callados, o en silla de ruedas, o cerrando los ojos, etc. Para probar, simplemente para probar. Es estúpido, pero vivimos dando por supuesto que tenemos cosas que no valen nada y que permanecen allí, apegadas a nosotros, y que es imposible desprenderse de ellas porque nunca nos fallaron hasta ahora. Y son nuestras herramientas para tantear el entorno, son nuestros palos de guía, nuestras calzas y nuestro chubasquero.
En mi caso era mi voz, y digo que era porque estoy descubriendo cuántas cosas cambian si te quedas sin ella: llevo casi tres meses mudito. Sin palabras hacia fuera aunque muchas dentro de mí. Los médicos dicen que no me asuste porque todas las enfermedades tienen su fin. Que ahora soy un «paciente» y mi impaciencia es como una losa, un impedimento gravoso y lastimero que frena la sanación. Y me callo y así la gente me augura una pronta mejoría.
Yo sé que todo esto pasará pero mi mochila no quedará vacía de este viaje. Ahora sé que sucede cuando eres mudo o sordo; justamente el otro día, en el parque, nos encontramos con un chiquito de aproximadamente cinco años. Tenía algún tipo de problema que un artefacto en su oídos intentaba corregir o tal vez aliviar. Estuvo jugando con nuestro bebé. El chaval se mostró sensible como creo que no había visto en ningún chico de su edad. Se comunicaba con signos, con algún sonido, pero poco más. Y de su interior emanaba un terrible esfuerzo por llegar a nosotros, y un arrojo por vivir que hacía tiempo que no veía.
Estos son mis pequeños héroes de los que tomo nota. Hacen mi silencio llevadero, me obligan a escuchar, otro ejercicio que no práctico con asiduidad, me obligan a distanciarme, a sentarme en un lado y esperar a que amanezca.

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>Tu sonrisa

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Marina regenta un puesto de helados. Es chilena (como Violeta Parra). Es una mujer vital, fuerte y emprendedora. Tiene la palabra franca y dos brazos para trabajar con fuerza y orgullo. Y sueños. Muchos sueños, sueños para arrancarse un palmo del suelo, para construir. Para tirar como un buey, fuerte y seguro.

Pero Marina es también una maga. Maga porque ha sabido concentrar en sus palabras todo un sabio sortilegio y ha hecho de tu sonrisa un talismán seguro para nuestro futuro. Porque tiene tu sonrisa de bebé un sabor a primavera, a rama verde, a fuerza centrípeta, a camino por desgranar. Y te cojo ahora en brazos y tú me palmoteas la espaldas y me besas o me baboseas y te arrancas raudo a gatas. Y me hablas con palabras que yo no conozco aunque comprendo a veces. Siempre sonríes como la luz del sol, como un olivo que hubiera germinado ayer mismo. Marina dijo que tras su vuelta de Chile, con la pesadilla del jet-lag y la tristeza de la familia que dejaron allá, sus tres niñas le dijeron que necesitaban verte, aunque fuera por un leve instante, por un momento. Porque los bebés dan suerte, y dan amor y más cuando tienen una sonrisa como la tuya: una sonrisa capaz de cambiarlo todo.

Eso nos contó ayer mismo, era media tarde, las familias paseaban y ella había recién inaugurado su puesto de helados. Ahora es solo suyo y son mejores tiempos para su familia. Y mientras nos decía esto y nos imaginábamos a las niñas pidiendo verte, tú allí mismo le sonreías, era extraño, sabía que le comprendías perfectamente aunque tan solo fueras un bebé de apenas un año.

Y de repente todo cabía en su lugar y las cosas permanecían en un equilibrio hermoso. Porque si somos lo que antes fuimos y construimos, tú serás la semilla de tu sonrisa, tú serás el árbol que nazca de ella.

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>Sobre la reestructuración empresarial

>Son tiempos jodidos para la lechuza, mi pequeño mundo empresarial está siendo sometido a un vaivén profundo. Escribo algo para animarme, luego escucho a Bod Dylan. Ahora me siento mejor. Que lo disfruten.

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De la reestructuración empresarial hemos obtenido el sueño heredado del cieno, el asfalto o el barro que se devora, el pie que pesa más que mide, el vacío, el hierro fofo o el catafalco de fin de semana. El poeta como ídolo maldito, un ave fénix que sin embargo nació tullida. Señores, el mundo de la empresa nos vomita, como los chulos de las esquinas a sus rameras, nos chuta las meninges operadas, es un ruido sordo, una ocupación que se entretiene y nos conduce a la cárcel, un vicio aquiescente, un dosel de tálamo contrahecho, un ardid de buhonero torvo, de Circe o Medusa, de Ulises torturado. Es la felación máxima, esto es, peor que levantarse pronto por el coito propio de la factoría, de los números, del amor sin tregua ni plaza, del viento fracturado de los clientes que se engañan con vehemencia. Me siento un muñecote, una figura de plástico vomitada, un pétreo aroma de tugurio, la lechuza parda contrahecha.

Dicen que nosotros trabajamos por dinero. Yo no, que yo lo hago únicamente por vicio, soy una puta malquerida, un Quijote descerebrado que atiende a su negociado sin cortapisas. En la cúpula del poder, bajen cien peldaños, tuerzan a la tercera, hablen con el bedel y yo estaré detrás suyo, espiándoles para siempre, exigente escriba luctuoso, certera madame del lupanar, prospero auspiciador de la vehemencia laxa e impotente.

Lo práctico de la ley: el movimiento se contrarresta y saldremos para llegar al mismo lugar. Alguien decía por aquí, “le cambiaron para seguir haciendo siempre lo mismo”. Yo recojo mis útiles (un círculo de “O” de canuto negro). Pero como no tengo otras herramientas ni me las dan, replicaré la carátula allí donde quieran que me embarque, haré lo mismo, mismo gesto, mismas palabras. El poder es férreo, aunque lo es más la burocracia, la inercia, el tándem donde yo ya no pedalearé jamás. Miren esta cara gris, afeitada, hirsuto material el mío, pandilla de lobeznos adocenados, diminuta hormiga, obrero de pirámide, diez toneladas de polvo y lodo para descansar con la doncella prometida, aquella de barba y voz cavernosa que se maquilla, el ósculo ventilado, el centurión de espada ametrallada. Joder, que serán cien reestructuraciones para descubrir que todo ha servido para nada, o que mi vida ha sido un entretenimiento parco de nombres, candencias y dependencias.

Hermanos, os insto a que os levantéis, elevéis el grito para decir no, basta de estulticias, de tanta autoridad dirimida, de tanto trasiego y confusión improcedente, de tanta reestructuración apelmazada, de tanto organigrama malquerido, son novelas y caballerías que leemos para secarnos los sesos entre todos.

Pero sabed que soy un cobarde. Que finalmente no haré nada. Hoy me iré a casa y puede que de camino alguna lágrima caiga y el resto se me seque en los ojos.

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>Imagine

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Pero presten atención a la última mirada del vídeo, un instante antes de su fin, en el silencio, con aquellos pajaritos de fondo. Era Lennon despidiéndose. Era su deseo para antes de marchar lejos, era su capital contribución al desaliño humano.
Yoko y Lennon pasean para alcanzar el mundo mágico de la utopía de las palabras, el no lugar a donde nadie ya acude, el caserón tan albo como la muerte, y es también aquel piano que ha crecido en nuestras cabezas, porque fueron los años 80, inaugurados con el cadáver caliente del músico. Hay canciones bellas y otras que nunca nos pertenecen y ésta es una de las últimas, porque Lennon se llevó su espíritu a la tumba y desde entonces todos nos sentimos humillados al escuchar “Imagine” y saber lo lejos que estamos de su sueño. Yoko pierde la mirada, parece una virgen entretejida y yo siempre he pensado que el tiempo se nos quiebra, y que esta canción hizo torcerse los goznes, y que por segundos hubo algún arresto de fuerzas para retomar nuestro camino de bien.
Desde entonces no creo en los cantos a la paz, y sí en el marketing que confabula a los titiriteros, y yo quisiera colgarme un escapulario con la virginal Yoko, aunque siempre llegará el silencio, fíjense, justo al final del vídeo, donde no me puedo quitar de encima el rostro de Lennon que ha dejado de mirar a cámara y lo tuerce y justo entonces, sólo entonces, la virgen le sonríe.

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Tempus Fugit / El torbellino de la ciudad

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La lechuza ha tejido la siguiente reflexión sobre el tiempo y los torbellinos de la ciudad. Las prisas y los trabajos que nos arrancan la vida.

«Es el torbellino de la ciudad donde duerme la miseria propia de las clases absurdas, de los cincuentones empeñados en el triunfo propicio de la dura maquinaria o la de los becarios que asistieron al postrero maratón pornográfico y que llegaron borrachos a sus puestos de trabajo; es el torbellino donde la miseria duerme, la puta miseria de los ejecutivos que vendieron sueños y trucaron libertad en barracas, todo ello remachado por una borla de acero pulido. Es este un viaje atroz de la vejez que nunca exhibiremos, a lo ñoño, en parte a lo no valiente. Somos dueños del círculo vicioso de las cerraduras vigiladas y parece mentira que suba tanto la marea (y que baje la bolsa), que fumar sea un deporte perseguido y domiciliado y que la noche sepa a mocedad devanada y a sepia a un mismo tiempo; que sea éste un dolor ácido como la miel de los funcionarios, un sabor a cultivar entre los minerales de los huertos de los profesionales solteros, en los estudios apantallados por los creativos, en las pestañas a las que nunca perteneceremos pero que sudamos con la boca clausurada, palabras a las que también debemos regresar tal vez de madrugada o quizás por las tardes tras un largo paseo entre confesiones apegadas y cañas. Somos huérfanos de nuestros encéfalos, somos camaradas asesinados por las codorniz de las oficinas, por su canto de nueve a cinco todos los días, por los niños numerados de los departamentos contables que no educaremos jamás, por las cautivadoras de lamentos telegráficos, por las fisgonas de los confesionarios y las porterías, por los financieros y sus porcentajes subrogados fuera de plazo, por las pájaras que se beben nuestro vino y lo vomitan, por el amontillado, inclusive por aquel jerez que nunca llegó a fabricarse, quizás por la pájara primavera que vemos pasar en la ventana, por la puta mocedad que entregamos en aquella propicia quintaesencia que se nos escurrió el día que nos besaron justo a tiempo, aquel preciso día que construimos nuestro C.V. de lágrimas, entre rosas de granito y cerros ahumados desde los que nos descolgamos en un lamentable vuelo de águila. En el torbellino de la ciudad nos paseamos y nos buscaron las manos o los codos o las extremidades y luego nos miraron tanto a los dientes, blancos y desgastados, y andamos a gatas y reptamos por las aceras hasta hacernos heridas y si hacía frío entonces nos arropamos más pero nunca será suficiente para amamantarnos con deseo: es el torbellino de la ciudad donde la muerte vino como habría llegado antes el tren de las tres, como habríamos comprado el periódico con puntualidad metódica durante veinte años seguidos, como nos auscultaba el doctor cuando nos dolía el pecho y tosíamos, como nos limpiamos la pus de los ojos, como nos follamos entre las sábanas calientes de la madrugada. La muerte vino y fue menester acompañarla, eran sus dientes fríos y sus cuencas algo cerradas y sus orgullos y sus gusanos ociosos de podredumbre. Llegó la muerte y se nos llevó al valiente capitán de fragata, al policía uniformado de duende, al filósofo de pavanas, al constructor de lutos y cenefas, al meneador de aljibes de calima, al porteador de plagios, al obrero de almonedas y presagios, al libelo de los escrotos, al musicólogo adiestrado en clave de fa, la muerte que se nos llevó sus espumas y nos dejó el mismo torbellino de la ciudad liberada, la ciudad mística que solíamos rodear de este a oeste para emborracharnos, la misma ciudad que acompañamos y meamos y paseamos con sus setenta costuras abiertas, la ciudad que visitaron nuestros abuelos, que levantamos y retrocedimos en cerros místicos, que vomitamos cuando otros se la gastaban en las bibliotecas, la ciudad que pertrechó la muerte de (co)razones y tramontanas. Solo entonces habría de llegar el gran mago imberbe, y con su inmensa borla insólita insinuar la vaga palabra mágica del destino que tejería el sueño. Será solo entonces cuando por fin nos transfiguremos en la virtuosa máquina. »
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>Las flores de Ariadna

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Les prometo que hoy he visto las flores de Ariadna.

Del cielo se descuelgan sabores azules y pétreos, verdes y cierzos como madrigueras. Hielos y noches que despueblan los campos, que desmochan los cantos de los páramos. La tarde cayó hace tiempo y una tornasolada ventisca rueda ya por las esquinas, arrastra sus susurros y las voces arrasadas por los caminos. Pienso, es cierto: nadie pertenece a ningún lugar y los huesos nos serán enterrados para luego no ser sino tierra. Y sí, es cierto también que los poetas fueron voces, fueron del “regio”, del corifeo de barderas bordadas, de proclamas y sus victorias; pero, ¿y ahora?¿Quién los reclama?

Apago el motor del coche, apago sus luces. Paro en cualquier cuneta del camino. El atardecer se parapeta tras una deslomada repoblada por pinos, con algunos secarrales y cuchitriles donde se guardan los aperos de labranza. Pronto la oscuridad contagia el paisaje. Llega lo negro. Así es Castilla.

Y pienso, cuando encuentre a Ariadna saldré a describirle mi destino. Sí, en pocas palabras, tal vez en una cuarteta, en un haiku, en un romance. En tres palabras. Y en dos.

Cuando llegue Ariadna lameré su corazón porque dentro se guarda nuestro mayor secreto. Siempre quise escribir algo así. Hurgo en la radio, encuentro una emisora donde ponen un tema de Neruda y lamento no guardar algún papelito para garabatear sus palabras de golpe. De golpe. Por aquí la noche es fría y tangible, es un eco al que se llega desde el centro mismo, con el silencio atroz de sus hielos, de sus inviernos de piedra. Pero pasearía por estos caminos del páramo para siempre hasta dar con Ariadna, quizás se esconda entre los majuelos o dormite por las hojas de la higuera. Quizás transportada por el runrún de la lechuza.

Si ven a Ariadna díganle que los poetas de hoy tienen VISA, que compran pasquines, que van a la piscina, que vomitan café y tienen prisa, que se acomodan al ruido. Que viajan desnudos a la muerte. Y hay galerías y pasadizos donde guardan su silencio en cofres, y pesan sus palabras y las intercambian por adoquines, que trabajan en fabricas rojas. Que venden su sangre y escriben en los ascensores.

Porque hay que escapar. Plegar velas. Volver a casa. Canjear tu hipoteca por un terreno de cebada, por un pozo y la luna. Hacer membrillo con tus propias manos. Tener una razón para ser uno mismo y nunca más en fila de a dos. Precisamente esto le diré a mi bebé cuando crezca: cuenta cien para ser digno, construye los versos pero vete.

Cuando vuelva Ariadna cambiaré su hilo por mi tocado. Ordenaré mis libros, pintaré sus flores doradas. Y si me buscan, cuenten de mi que todo fue un escándalo. Si me buscan, que ni los viejos me recuerden, ni tengan espacio mi versos, ni mi armadura cuelgue en la pared, ni mis botas hayan dejado huella alguna.

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>Retrato

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Casi un siglo después habría nacido yo. O casi cien años antes se hubo enamorado de Leonor, y también por aquellos tiempos parió “Campos de Castilla”. Son muchas coincidencias para estas dos vidas, la suya y la mía: aunque es todo broma. Antonio Machado se me representa un hombre reflexivo, un demiurgo modernista. Un soñador. Un trovador alfileteado, herido por balas de soledad. Un andaluz desterrado al paramo. Un castellano obligado a triscar los olivares. Un español confiscado en su muerte transpirenaica. Cuando releo sus versos los siento dulces, los siento de papel. Son secos y aterciopelados, descargados de engolaturas.

Por eso quisiera que su retrato visitara el corazón de mi hijo todos los días de su vida. A modo de biografía deseada, de cuerno mágico de guía, de principio y fin de su caminar. Y no pierdo la ocasión de que recordárselo. Y se los leo o se lo canto. Él sabrá por qué. Todo a su debido tiempo.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
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>Hoy en el paraíso hace frío.

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Será por el tráfico, por los tubos de neón armados, por el neopreno de los cipreses, por la noche que se nos desvela toda, por la soledad, por la intemperie.

(Hoy en el paraíso hace frío.)

Y los orgullosos ejecutivos que se masturban en las higueras, y nos ofrecen sus miserias porque no tienen otra causa en venta, y todos somos inmigrantes de tierra ajena y cambiaría mis tesoros por la gran piedra filosofal y con su toque certero para poder irnos todos de farra.

(Hoy en el paraíso hace frío.)

Porque la lluvia llega tarde y es demasiado costoso impedirlo, porque los niños lloran por la noche y no tenemos apenas tiempo para consolarlos, porque todo guarda su precio preciso y cuando llegamos al trabajo me lloran los ojos y el olvido duele y tiene nombre asignado.

(Hoy en el paraíso hace frío.)

Es inútil viajar desnudo, es cruel amamantar para después soportar el destete y cuando la mesa esté puesta para dos nunca seremos quince ni podremos serlo jamás. Para cuando todo alcance su justo sé que me arrancaría un ojo si fuera preciso alquilar un billete de vuelta al paraíso, aunque nunca lo usaré, lo sé, porque es de un solo pasaje y el retorno no me será permitido.

(Hoy en el paraíso hace frío.)

Porque escribir es un horror certero, una agotadora tarea que describo con orgullo. Porque es una condena en la que nunca participas, un horror que sabe a mar, a arrecife no visitado, quisiera olvidar las mil historias de la tormenta.

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