Lo llamaron posverdad pues sonaba pijo y culto, más respetaba cierta mesura y bajo mi antojo lo convertía en un concepto lisonjero y justificable. Luego invocaban a pensadores abstrusos, occidentales en su mayoría, de esos que viven ojipláticos en los campus de Oxford o de La Sorbona, estrujando la realidad liquida (que luego me enteré que no mojaba ni na) y por eso nos dimos cuenta de que teníamos por delante nuestra última oportunidad. ¡Eaa! ¿Y qué sucede cuando le das a quien te quiere escuchar exactamente y exclusivamente lo que quieren oír de ti! ¡Tienes un triunfo en las próximas selecciones!
De las estadísticas aprendimos que las cosas suceden pero que no nos importa su porqué ni la causalidad de los acontecimientos. Yo de esto no entiendo ni pá aunque las universidades están llenas de geniecillos. Por eso me colé y rebusqué hasta encontrar un Data-Think-Lab y les plantee el reto: construyamos la neo-ideología que arrase, la que disponga de los mejores predictores algorítmicos. Se sonrieron y hablaron entre ellos hasta el que se había erigido de portavoz me chistó e impuso sus condiciones:
―¿Pero que sea una qué mole!
No sabía que contestar. Allí mismo recluté al equipo a completo.
Había llegado un momento que uno dudaba de todo. Antes recuerdo lo fácil que era nuestra profesión: que si Marx, que ni el Liberalismo o la Socialdemocracia. Existía un argumentario de enfrentismo y división, eso era todo lo que había que construir. Pero se nos cayó el telón de acero y fracasó la posmodernidad y uno se sentía vivir en una noria entre la izquierda gerontocrática y la derecha proletaria; todos los caminos, ¡todos!, los heréticos o los falsados inclusive, habían sido recorridos y estaban ocluidos.
A los viejos líderes del partido les quedaban tres telediarios y apostillaban en sus discursos con las viejas hazañas, esos grandes momentos donde esquivaban a los grises y promulgaban libertad y sexo a grito pelado y pasquín en mano. Ahora entre solomillo y botella de vino resoplaban y decían que nosotros, los más jóvenes, lo tuvimos todo gracias a ellos y que nunca habíamos luchado por conseguir nuestra prosperidad. Que éramos unos desleales con aquellos ideales por los que tantos habían muerto y a los que dábamos la espalda. Luego tosían y trataban de no atragantarse con el hueso de la taba. No era cuestión de terminar en urgencias por cualquier sarao.
En resumidas cuentas: yo no era tan viejo como para permitirme el lujo de sobarme y dejar que los canticos de tiempos pasados acunasen mi retiro, ni tan joven como para clamar por la inexistencia de las estructuras político-sociales, pues también era tarde para que me dejara greñas y decidiera un camino sin un destino en concreto. Y aquí me tenéis, un político con hipoteca y compromisos de partido y presupuesto y resultados y qué sé yo más por… joder, todos nos miran y no paran de pedirnos, una cosa cualquiera y la contraria, ¡todas al mismo tiempo!, que si renta básica y despido libre, que si subvenciones a la pesca y a la vez protección a los caladeros por cuestiones ecológicas, que si aranceles comerciales a la par de un impulso del comercio interoceánico… la mayoría de las ocasiones no entendía nada de nada y echaba de menos aquellos ideales prósperos y señeros; maoísmo, sionismo, nacionalcatolicismo, qué se yo, caminos sencillos por recorrer y declamar a la especie humana: ¡todos pa’ya!
Les prometo que ser político en el s. XXI es complicado. La gente no es tonta y nos ve con facilidad el cartón o el plumero, y tenemos que ingeniarnos mil argucias para evitar ir al grano, para explicarles que tenemos poco dinero (y cada vez menos) y que básicamente nos pasamos el día en ardua contradicción y deslealtad.
De aquí que haya pensado en los números. Nunca me gustaron especialmente y sin embargo me echo en sus brazos como el vejestorio sobre la amante furibunda. Veo a estos chavales míos dale que te pego con los filtros Bayesianos (sean lo que sean), las redes neuronales (donde quiera estén entre las carpetas de sus portátiles) y cuando me llaman y me explican y me susurran que este tema la peta, yo me deshago en halagos. Luego contratamos a youtubers, a trenders, y aprendo de viralidad lo que no está escrito. Lo llamamos el funnel-ideológico. Solo hay que determinar la mayor preocupación de nuestro segmento de electorado y la respuesta razonable maximizada, descubrir a tu audiencia, clusterizarla y… en fin, mil palabros de los neopolíticos, tecnicismos de salón que no pienso descubrir aquí.
Lo llamáis posverdad si bien estáis equivocados. Esto es puñetera algorítmica. Toda palabra que pronuncio tiene su perfilado, toda promesa su público medido, toda falsedad su contraverdad comprobada. Nada importa salvo la tasa de adscripción y la recurrencia del votante. Uno dice lo que se quiera oir y la realidad viene… después y nos corrige. ¿pero quién tiene huevos para enfrentarse con la señorona realidad?¿Acaso no visita todos los días nuestras casas para poner el orden histórico y dadnos lo que nos quitaron por justicia y si ella y también lo contrario!
¡Pues riamos, gocemos hasta entonces, juguemos a ser ídolos de paja, practiquemos la algopolitics a destajo!