El origen de los Nmemonautas #cienciaficción #historiasparaZenda

Eran sobre todo aquellos campos amarillos y sus trigales; era aquel rubor tornasolado del horizonte o tal vez el destello de las cupulillas impresas de la neopolis, y de aquellas líneas que se dibujaban en las avenidas, de las cuadrículas repetidas, en donde, decían, ahora se vivía en paz. Eran las proyecciones sobre las nubes, y el sol impoluto, y el trasiego de los astropuertos o el volteo organizado de sus fábricas estelares: era todo tan bello.
Habíamos vuelto y como siempre que sucedía, ellos habían cambiado el planeta… Fuimos a lo que una vez llamamos París y ya nada se erguía sobre lo que parecían unas colinas desmochadas. Fuimos a su Londres, y la muchedumbre ya no estaba; en su lugar, una vasta llanura ocupaba el espacio donde solo pastaban unas aburridas vacas; en Moscú todo era hielo y rugía un atroz vendaval. N.Y. permanecía bajo las aguas, y los pulpos y las anémonas eran sus únicos habitantes arrollados por las mareas.
Pero la humanidad seguía por aquí, tan prolija y exánime como siempre. Fuimos a sus hospitales y nos mostraron las nuevas criaturillas. Las tomamos en brazos y las acariciamos y las cantamos aquellas viejas nanas que nos hubieron enseñado nuestros abuelos.
Pero buscamos en sus bibliotecas y no encontramos nada más que edificios derrengados.
«El conocimiento que no es útil no se almacena», nos decían. «Los gobiernos se organizan algorítmicamente, automáticamente. No queremos arqueólogos. No queremos saber nada de nuestro pasado. Es absurdo, no os imagináis cómo…»
Les hablamos de sus ancestrales guerras. Hasta inclusive les enseñamos las fotografías, las grabaciones. Ellos sonreían y tecleaban en sus enormes bases semánticas y nos preguntaban. No quedaba nada de aquellos horrores, se habían volatilizado y nos parecía sorprendente que no quisieran recuperarlos.
Les hablamos de los romanos. Les hablamos de las religiones. Les hablamos de Cristo. Juntaron a sus filósofos y apuntaron nuestras ideas, tomaron notas y nos escucharon con una intensidad inusitada, aparentemente interesados por sus viejas desventuras. Pero era una torpe impostura y lo sabíamos. En cuanto nos íbamos… olvidaban nuestras palabras y retomaban la rutina. Decían estar muy ocupados con la prosperidad futura. Decían llamarse sus albaceas y no supimos por qué hasta mucho después.
Pero fueron amables y los gobiernos nos recibieron entre vítores, entre alabanzas. Pese a todo, decían, éramos los Mesías, los egresados. Nos explicaron que nos habían estado esperando durante milenios. Les dijimos que nuestra máquina del tiempo estaba ya vieja y que era complicado detenerse en una era concreta. Se la enseñamos, y sonreían al ver aquella obsoleta tecnología. Nos ayudaron y la parchearon… así podríamos continuar nuestro viaje, nos decían. En realidad, pensamos, nosotros éramos mucho más viejos que todos ellos juntos… y en cierta medida… con aquella felicidad y perfección conseguida en su nuevo mundo nuestra función podría darse por terminada. ¿Sería el momento de descansar en cualquier playa de los trópicos? Ellos decían otras cosas a nuestras espaldas y se reían.
Luego nos llevaron al Coliseo. Al menos así llamaban al gran estadio de futbol, aunque ni uno solo podría explicar algo sobre aquel deporte. Era lo único que conservaban de nuestro tiempo. Nos contaron la historia de lo que sucedió allí… y era la misión de los Nmemonautas, aquella enorme épica a la que fuimos encomendados. Conservaban allí unas hermosas palabras grabadas en laminillas de titanio. Nos emocionamos al reconocer nuestros rostros. Pero sus historias eran otras distintas. Una por una ninguna ya coincidía con el original designio al que no encomendaron y no comprendimos el porqué. Pensamos que el tiempo y sus interpretaciones las había tergiversado… El devenir de los acontecimientos, creíamos, les había ayudado a olvidarlas; porque fuimos enviados para mantener el espíritu de la prosperidad humana… y cuando les interceptamos en aquel tiempo… parecía que ya nadie nos necesitaba.
Por eso recogimos nuestros bártulos. Nos acompañaron hasta la zona de lanzamiento. Nos despedimos y les dijimos que pondríamos rumbo al siguiente eón: otra humanidad nos esperaba y quizás nos necesitara mucho más que ésta…
Les vimos alzar sus brazos, despedirnos con miles de palomas y coronas floridas.
…..
Decían que habían vuelto a salvaguardar la conciencia. Nos decían con su absurda razón: «no sois libres, los recuerdos os atan aunque no lo queráis, y os vamos a salvar de todas formas». Quizás por eso decidimos acabar con ellos y evitar que volvieran a interferir en la humanidad, que volvieran a ponerla en peligro una vez más. Porque es mejor olvidarlos y todo eso. Olvidar sus creencias y las supercherías ancestrales que portaban. Ahora sabemos que es mejor comenzar con todo cada cierto tiempo. Como reiniciar nuestras mentiras. Ellos fueron reclutados para salvar a la humanidad y solo tiempo después se comprendió la medida del error. Dicen que cuando marcharon en sus naves portaban un mensaje de paz. Pero acarreaban la verdad envenenada, la del conocimiento que crea la indignidad. Tan solo cuando aparecieron en el horizonte tocaron nuestro corazón por lo mucho que los habíamos esperado. Pero afortunadamente les cazamos, como lo hace la tela de araña con la polilla nocturna. Como lo hace la amantis al devorar a su anhelado esposo, recién finalizada la cópula.
…..
3,2,1… en el momento del lanzamiento comprobamos que algo iba mal. Que se habían burlado de nosotros. No iríamos al futuro jamás. Habían modificado nuestra máquina del tiempo… y lo cierto era que aquella nueva tecnología retrograda funcionó a las mil maravillas. Para que todo fuera, dejaron escrito los hombres… que siempre tenía que haber sido… y por eso comprendimos que la misión postrera era bien otra para nosotros; que era la de viajar tiempo atrás y reencontrarnos con los fundadores (con nuestros yoes cualesquiera que fueran) y custodiar nuestro destino para que no fuera otro… sino desaparecer. Lo que había sido escrito no podrá ser borrado por los nuevos y sucesivos Nmemonautas… y por nuestros viajes al futuro, que habríamos de extirpar de todas memorias de las humanidades que custodiamos.

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