La prisión y palacio de justicia del condado tenía dos puertas. La mayor de ellas, una hermosa puerta enrejada, permanecía cerrada no se conocía desde hacía cuándo. Así que el acceso se realizaba habitualmente desde la otra, mucho más pequeña, apenas una puerta de madera de nogal macizo; si bien en sus tiempos debió ser hermosa, hoy se había degradado a fuerza del tránsito constante de los carros con las avituallas de la prisión, los familiares de los presos y cualquier otro que saliera o entrase del lugar, y a primera vista ofrecía un aspecto lóbrego, repugnante y a todas luces, impropio de un edificio público.
No obstante, todo aquel que quisiera acercarse y pedir justicia a Humboldt debería primeramente cruzar por aquel lugar.