Ella tenía el corazón sistemáticamente roto. Había sido amarrada al fondo del océano y desde allí nos contemplaba con los ojos abiertos. Era una mujer ahogada en vida, y sin embargo yo aún la contemplaba con mis ojos de niño enamorado. Todavía guardo los poemas que le fabriqué en mi torpe adolescencia, los primeros versos que me nacieron a torrentes y que ella nunca leyó. Eso lo fue todo.
Hay momentos donde el tiempo se retuerce. No importa pero sobrevive una herida que llevas en la cara y que muchos confunden con esquirlas de una batalla que no fue. Era morena, delgada, qué sé yo… pero siempre quedarán un par de paseos por el río y quizás el saber que hubo un hilo tan sutil que se quedó adherido finalmente a nuestra niñez: son los restos que adoramos.
Sé que cuanto crecimos se lo debemos en parte a esos momentos. Ahora ella nos mira desde su tiempo sin tiempo, y conjuraría las fuerzas por saber que su felicidad tiene un destino. Y que la muerte se la llevará con su deseo realizado y que habrá podido finalmente reunirse con sus hijos.