―¿Por qué existen las fronteras, mi Señor?
―Para salvaguardar a los dueños de los otros dueños y señores.
―¿Por qué desaparecen a veces las fronteras, mi Señor?¿Por qué se unifican los reinos en otros, más grandes y poderosos?
―Para dignificar a los amos; unos dicen que crecen con más siervos, otros que la libertad atraviesa sus fronteras y los engrandece.
―¿Por qué luego han de multiplicarse en número los reinos, pues se dividen sus territorios de nuevo, mi Señor?
―Allende las cosas van, deberán luego ser otras; es un juego de cadenciosos equilibrios el que se procura en el hombre. Obsérvalos.
―¿Por qué mi Amo y Señor los menos cruzan siempre estas fronteras en carroza dorada y los muchos lo hacen en malas condiciones y cuajados demiseria?¿No son todos hechos a tu imagen y semejanza?
Fue entonces que Dios no dio respuesta alguna y masculló un reprobatorio.Apartó su rostro del Ángel Caído y de entre las alturas señaló las hileras de cuerpos desgraciados, corpachos hacinados en aquellas lindes de países sin nombre. Aquellas gentes se habían arrastrado por miles de kilómetros, habían atravesado desiertos, selvas y mares. Portaban los corazones calcinados por el dolor, y eran sus familias, las que gritaban:
―Elohi, Elohi, lema’ šĕbaqtani (“Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?”)