El que mira… el que mira lo hace habitualmente con la intensidad suficiente para trasponer el tiempo.
Pero ¡ah!, quién fuera mirilla y tras la puerta cerrada espiara (o expiara) sin ser visto. Este baile a través de aguas que corren libres o se detienen, de las gentes que van o vuelven, de ventanas cerradas y de balcones que destilan esencia.
Cuando el caminante, el visitante deja por fin de ser un “turista” y tras el silencio de sus pasos permite que las cosas que le rodean recobren su voz. Tal y como siempre ha sido.