El amor es un imperdible
de esos tan chicos que suelen esconderse en los ojales
o en la caja de zurcir calcetines,
o como aquel que se nos extravió en el asiento del auto
y fue muy lindo de picharse entre nuestros dedos.
El amor suele avisar cuando llega
nunca si se va, porque deja las puertas chicas y las ausencias ocupadas
con multitud de trajines que nos impiden
sincerarnos.
El amor duele si le llamas y nunca acude
porque fuiste promesa…
solo entonces se nos ocurrió decir «ya basta».
Es territorio de vigilia nocturna
del «te espero hasta siempre»
porque acelera la vida
y desacelera la muerte.
Yo he comprado tu pócima…
tengo días que no sé por cuánto seguirás embrujado:
tal vez sea un raro sabor a tierras
un amargo-áspero-diletante trago,
éste que me obligue a ofuscarme
a rugir,
a codiciosamente preguntarme
cuando todavía buscas
esperarme
levantado.