Hay otro proverbio chino que dice algo así como “lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”.
Lo he traído a colación por la reorganización en nuestras vidas. No podemos lamentarnos ya de lo que estamos dejando atrás. No hay tiempo. En este sentido, por ejemplo, hoy he tenido que cambiar mi pequeño campamento de trabajo, abandonar mi escritorio y usar la mesa de la cocina. Ahora hemos reconfigurado una habitación para mis nuevos tiempos de teletrabajo. El lugar, finalmente, ha quedado mono y ciertamente, me gusta, y desde aquí escribo estas palabras.
Mi hijo se ha hecho dueño del Teams en sus clases a distancia y creo que mañana, si sigue esta curva de aprendizaje, lo manejará mejor que yo. Hoy hemos tenido los compañeros de empresa múltiples interacciones y nos hemos enseñado las casas, nuestros hijos entrando sin avisar y colándose por las pantallas, nos hemos difuminado el fondo de la imagen y luchamos por hacernos a la idea de que las cosas serán así por semanas. Enseñamos nuestros cascos y micros y bromeamos.
Fuera las cosas tienen otro cariz distinto.
El día es despejado y casi, diría que primaveral, y sin embargo la bolsa se hunde. Me da miedo mirar el valor de nuestros pequeños ahorros. El viento se los lleva.
Espero que el gobierno nos aguante. Y que estén aprendiendo a teletrabajar en esa especie de parlamento y administración virtual que se avecina. El valor de las personas y su capacidad para reaccionar más allá de eslóganes y piltrafas de ideas es ahora.
En un rato saldremos a pasear mi familia y espero olvidarme un rato de toda esta pesadilla. Porque por encima de todo me siento un privilegiado, auto-recluido para no contagiar a los más débiles, pero con capacidad de hacerlo, de seguir trabajando en lo que me gusta desde mi portátil. No tengo a nadie enfermo cercano a mí y no debo salir ni ir a ningún sitio, salvo por aquellos espacios que se visitan en la nube sin riesgo.
Este es en realidad el día primero de lo que sea.