Humboldt había dictaminado la siguiente ley: «tan solo quedará espacio en este país para un único Justo que seré yo. Los demás harán lo posible, pero ante todo disimularán.»
Esta medida fue grata. Los débiles comprendieron, los fuertes asumieron. El último Justo, esto es, Humboldt, se aseaba y disfrutaba con regocijo.
Nadie necesitaba justificarse y se devoraban los unos a los otros sin tregua.