>1 mes.

>Cada día en tierra-gaya nos parece un milagro, una maravilla que se renueva por momentos. Y más aún, cuando tan si quiera llevas un mes en ella. En tan poco tiempo no se ha aprendido mucho, pero ya damos los primeros pasos firmes: sabemos llorar con fuerza, protestamos y exigimos la hoja de reclamaciones de la existencia. El llanto es una herramienta única, poderosa, un idioma que los mayores hemos olvidado tiempo atrás, quizás porque nos descubre que somos aún vulnerables y que dentro de nuestras entrañas siempre necesitamos ayuda.

Mi bebé es totalmente dependiente en estos momentos de sus papis, aunque ahora que lo pienso lo contrario definiría mejor nuestra situación familiar: dependemos absolutamente de él, de sus horarios y sus secreciones gástrico-excretoras y hasta grabamos sus tonterías para detener estos momentos felices para siempre. El bebé abre bien los ojos –de un tono indescriptible, ojos de lactante, ojos abiertos a lo nuevo cuando todo lo es- y ha comenzado a sonreír. Y nos conoce y comienza a interpretar la realidad a través de nuestra presencia y nuestros brazos progenitores. Ser bebé es un oficio complejo: el deber de crecer, de dominar el cuello, de ser amamantado por las nanas, comprender la complejidad de nuestros cuerpos, el dolor infame del hambre, el cansancio, el sueño.

He cogido al bebé y le he acompañado por toda la casa. Le he dicho, mira, esto es el salón, mira, aquí está la cocina, qué te parece este macetero y el geranio de flores encarnadas, le he presentado su nuevo hogar y sus rincones… él no paraba de mirarlo todo, como si aquel espacio tuviera algo de magnífico e inesperado que hubiera que absorber de inmediato. Luego la luz cambia, ha caído la tarde y el bebé entonces se adormila. Se acurruca contra mi pecho, sé que sueña con la madre, sueña con la teta, también con el vientre materno, con el latido del corazón y con su pasado remoto, cuando era apenas un cúmulo de células con vida.

¡Qué pronto olvidamos! ¡Qué breve son las horas! ¡Qué difícil aprisionar sus monerías, sus pucheros! Él es ahora aquello que fui hace una treintena y será lo que soy cuando yo sea otro.

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>Fuera del útero

>Llegar a la vida implica sus trámites. Fuera del útero siempre hace frío, la conexión protectora ha desaparecido. Ahora somos dos, piensa la madre, y los ojillos del bebé nos recuerdan lo que antes fuimos y no recordamos: somos lo perdido. Y delante de nuestras narices el bebé hace mil carantoñas, agita sus manitas, abre su boca, se contorsiona al mundo.

Un bebé es un tesoro. El un río que se agota cada mañana. Es una parte de uno mismo que sin ser tuya te duele ahora y por la que darías todo (lo máximo). Hoy quisiera hablarles del amor filial. Cuando miras a tu hijo descubres que has dejado un escalón detrás de ti y que tu deber en este sentido ha cambiado.

Aunque él sólo duerma, succione y haga caca, tú eres una pura extremidad a su servicio, y el precio de todo aquello es una profunda quemazón, un amor que te contamina, que te dobla, que te prensa. Es la marca misma del sello de la paternidad. Siempre había pensado que nuestras vidas la justificaban los hijos, pero ahora ya puedo confirmar que todo aquello eran albricias y monsergas: todo va más allá.

Alguien dijo que pasamos el testigo de nuestra vida a estas masas de carnes, orondas y blandas. Apunten, otro tópico más, pero es la verdad misma. Hace unos días llegó al mundo una nueva generación (milagrosamente), y en esta renovación mágica somos un poco más tierra y aire.

Quisiera anotar en esta libreta, en mi otero, una tanda breve de valores para regalarle. Pero soy un ser inacabado y quizás me podría dejar alguno importante. Ahora saco mi linterna y de entre las tinieblas tengo que iluminar otro camino, no para mí, tengo compañero de viaje.

El bebe patalea. Le duele la barriga. Tose, regurgita. Ahora estas son las tareas prioritarias y más lo serán en los próximos meses. Atender lo humano, atender lo divino.

Seguiremos informando.

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>Casi 0

>

Llegas como las nubecillas de abril. Da gusto salir a la calle, la gente pasea, aunque ahora el aire me sabe distinto, es más denso, y palpita con un peso añadido que antes nunca tuvo.

Que sepas que la vida es un tránsito, un comodín, un ventanal de prestadillo al cual te asomas con rabia, poseído por el turno incuestionable. Bienvenido seas, bien hallado, Welcome!… Y ahora, a los treinta y pocos años, la vida nos afana por regalarnos con tu presencia. No te reconozco aún. No sé quién eres. Ni sé cuando podrás leer ni entender mis palabras. Tal vez ni te lleguen y sean palabritas arrojadas al limbo… ya se están volviendo amarillas tan pronto se posan en este papel. Quisiera encerrar mi voz en una botella de vidrio verde, ponerla un tapón de corcho y dejar que se pierda por los rincones de la casa, entre los baúles, en el armario, dentro de la americana parda para que llegado cualquier día te las encuentres y las recibas como bien nos recibes ahora mismo, en un día primaveral como éste, con los almendros y sus flores despanzurradas por las aceras, con un sol que sabe a gloria y a tomillo húmedo, una luz que se sale de todos los rincones, un cielo que pelea por ser platino y ser oro.
Lo primero: hay un olor hermoso y terrible en el mundo al que llamas. Todo es fácil, complejo a un tiempo, es la figura de color indescriptible que unos pintan de rojo y otros contagian de verde: en tu rostro se interpreta la tonalidad exacta. Y la historia más formidable encierras dentro de tu ovillo, del cual ahora eres ni siquiera el cabo, y del cual saldrá un amplio sueter, o quizás un pequeño abrigo acogedor, tal vez un cómodo pullover. Serás el tejedor de sueños, y nosotros un poquito responsables de los dibujos, de los motivos que allí reproduzcas.

Veo otros niños y te imagino. Quiero pensar que vienes, y serás llamado con fuerza, con intensidad, invocando la lluvia tras la sequía más perenne y yo entonces me sentiré un poco hilo, un poco talismán. El mago indio que transforma la lluvia en río, y la corriente en mar: y el mar, en nubes.

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>Castigo

>

Ya nos lo dijeron antes:
Todo lo que se mueve
Todo lo que se menea
Todo lo que se inerva por las venas
Tendrá su justo merecido
Su necio angosto arbitrario castigo

Nos lo cuenta en la tele el del tiempo
Nos los susurran las putas hostiadas por los chulos

Viene descrito en el prospecto de la caja de somníferos
Que nos aliena
Que nos produce cáncer y mata
-Es como un chute de nostalgia-

Es como si el hacernos viejos en un fin de semana no nos pareciera suficiente
Como si arruinarnos por beber el tarro sucio de melancolía fuera un deporte cansino

Una plantación entera de café
Un pigmeo de falo talludo que nos taladrara

Ya nos los dijeron antes y siempre hicimos caso omiso:
Porque estábamos cansados de hiparnos
Porque nos daba asco arrancarnos de la tristeza
Porque era Domingo o era Lunes o era un día como cualquier otro

Quizás porque nos quedamos sin batería y quien llamó
No tuvo la paciencia de repetir su llamada

Tal vez porque su voz se perdiera en un cric cric absurdo
De interferencias

Es un juego sucio que practicamos de madrugada
Es el desprecio a la palabra
No tenemos tiempo y si lo tuviéramos
Hasta lo perderíamos hurgándonos las legañas con tal de no hacer caso

Ya nos lo contaron y nunca escuchamos con ahínco:
Todo lo que quiebras no puede ser restaurado
Como lo que debiste hacer y se te olvido compartirlo
Lo que jodiste por no estar atento
Todo lo que rompes
Todo lo que apuñalas

Tiene su peso y su medida y su rincón
Que suma y sigue

Que suma y sigue

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>Perversión (I)

>
(tiempo de lectura: 2′)

La historia de la perversión es un camino torcido cuando no quizás umbrío y torvo.

Tomemos, por ejemplo, la pieza anónima, “Propium miase in epiphania domini” siendo reverenciada por los vates(*) al calor de la lumbre medieval, en un altozano o en la cripta de un monasterio azotado por el cierzo. La monodía de las voces debiera seducirlos, y ellos halagarían su equilibrio y contención estética, por supuesto, pero que hay de escarbar más allá para alcanzar su verdadero y último sentido: el amor humano retado por el otro, el amor eterno, lo divino y lo postrero relamiéndose. Cuando el mundo cristiano negaba lo físico lo hacía por el temor al abandono sexual cotidiano, a la cópula codiciada no permitida, y era como el préstamo del usurero que les permitiría viajar al burgo y de paso visitar las barraganas: en sí mismo constituía la parafilia máxima. Imaginemos a los poetas atormentados por las voces del coro, guiando poco a poco la antífona en sus mentes, mientras rozaban con descuido los ropajes de las damas al abandonar el templo. Quien se explicaba luego lo hacía sin alcanzar el cogollo real del asunto y los vates(*), al vilipendiar la pieza, olvidaban explicar cómo temblaron sus cuerpos aquella precisa tarde: no era de frío, tampoco del sentir el sostenido aleluya, del fraseo o sus versos de la pieza musical. Porque eran aquellos ropajes ominosos de las mujeres con sus telas gruesas, las mujeres de los otros, de los campesinos, de los jornaleros, mujeres de mirada huida y escondida. Detrás de la música, detrás de la celebración religiosa, justo detrás del “Propium miase in epiphania domini” ellas se les aparecían, y ellos, eran el macho cabrío emplazado, torciendo la música y su hermosura en el pecado, en lo su sucio, en lo ímprobo.

(* En el original se leía por error “váteres”)

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>De lobos.

> (tiempo estimado: 3′)

La imagen que nos viene a la cabeza de una manada de lobos es la de un grupo de individuos que compiten por el poder pero que a la vez están controlados por la denominada pareja “alfa”, la pareja líder, que desarrolla en exclusiva las funciones reproductoras. Sin embargo, esto principalmente sucede en cautividad, pues los individuos están obligados a convivir durante largos años, limitados fundamentalmente por la escasez de recursos. En su estado natural, en libertad, entre amplios bosques de robles y hayas, la manada se compone de una única familia: la pareja reproductora y su descendencia nacida en los últimos tres años, y a veces dos o tres familias de este tipo. Las crías, cuando creen, abandonan la manada para encontrar un compañero y fundar su particular clan. Pocas veces la manada adopta a un lobo ajeno o acoge a un pariente de uno de los individuos reproductores. Y muchas menos un lobo forastero ocupa el lugar de un progenitor muerto y se aparea con una de las crías de sexo opuesto que sustituye a su otro progenitor.

Lo anterior me hace reflexionar:

Si el hombre ha de ser un lobo, debe serlo, pero mayormente cautivo. Estamos rodeados de hermosos y fuertes ejemplares de sienes plateadas, tipos que enseñan sus colmillos y medran por las organizaciones para alcanzar la cúpula de la bien preciosa pareja alfa. Asistimos a carnicerías donde se despiezan sin escrúpulos, tirando sus pellejos inservibles al contenedor de las viejas glorias, donde se zancadillea y se asesina, y la sangre mancha nuestras corbatas en espectáculo propiciatorio, donde los defenestrados reyezuelos copulan con denuedo para engendrar una nueva estirpe que retenga su poder. Nadie recuerda qué fue del que estuvo antes ni cuales fueron sus éxitos. Cuántos rebaños fueron asaltados con éxito. Joder. Habrá lobos en mitad del bosque que de saberlo darían su pata por escapar del despacho cautivo. Bueno, esto es un decir. Porque ellos conocen la mejor libertad, la más salvaje y sabrosa, y les importa un pito esto de la pareja alfa, que no deja de ser un mito de los etólogos que los estudian.

Los lobos salvajes sí que son inteligentes.

Nota: fotografía tomada de “EL PAIS.COM”

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>2007

>Todas las historias de los antihéroes terminan así: un asesinato, una paja o un exabrupto. Un silencio. Estamos cansados de escuchar el duermevela de los ganadores. Por aquí buscaremos, pues, nuestro propio reflejo.

Buenos días y buenos años. Aquí mi radio personal, allí vuestras orejas. Buenos días, mi cementerio radiado, mi larga y silenciosa espera. Mis oyentes. Uhhh… dicen que en las noches de luna los crucifijos nos saben a espanto, a soledad, a hierro en los dientes. A misterio. A pena. Un poco a tristeza. Hace tiempo que dejaron de contarse las horas en mi linde y Vds. se me duermen ya como niños errantes o autistas, y yo quisiera acunarlos con mis palabritas, como lo haría un certero cuentista, quisiera que mis letras les llenaran las alacenas de sus retretes o los arcones de sus guardillas del pueblo.

Pero hoy vienen a escucharme y les invito a que cierren sus ojos y no se olviden que las mejores historias las escondemos en hojuelas sobadas, porque nuestros enemigos nos las harían trizas si tan solo las vislumbrasen limpias y dispuestas. Esta es mi radio: siempre hubo silencio donde ahora escuchan esta voz, y sepan que mis pobres entrevistados serán trajes de duelo, trajes de encargo, portadores de los poemas de Unamuno, o tal vez cornejas o mejor aún, las prosperas lechuzas que con ojos firmes y difusos les hacen soñar por las noches. Les diría que nunca vivimos nuestras vidas: nos la soban, nos la magrean, es vida prestada, horas recelosas, horas entregadas a la nómina, a los avatares del odio, al vacío de la pantalla de la oficina, al sudor de la noche en el puesto de guarda.

Y quisiera que soñaran con mi voz de locutor y que mis personajes que sobrevolarán durante este año les sepan a hielo-azúcar y sean la carne que nos merienda por las mañanas. Hoy ya es de noche. Esta es mi madrugada, mi radio prometida. Y desde el otero, la lechuza les sobrevuela, le aletea y les sonríe.

Les desea feliz año.

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>¡Vida!

>
Tiempo de lectura: 2′

Llegó el Otoño, los fríos, y con ellos nuestros poetas que se habían retirado para hurgar entre sus papeles y construir así sus ficciones, sus teselas imaginarias. Y reciban otro número más de nuestro Caleidoscopio de Ideas. Casi a las puertas de los turrones. Dicen que los amores y las bicicletas son para el verano. Pero nosotros apostamos también por el Otoño, la bufanda, el gorro y el echarpe. Las nieblas y la sierra de Madrid, los hielos, las nubes, las ventoleras.

¿Y cuál es nuestro menú para este número? Escuchen: somos amantes de la lluvia como los adolescentes lo son de los besos cautivos: elogiamos así nuestra pubertad. Vivimos en tiempos breves, nos asfixiamos con nuestros amores y su voz tierna o confusa, pero también somos prosa y nostalgia, somos recuerdos evanescentes: ésta es Rosario. Somos héroes que marcharon sobre la historia (Jenofonte) pero también héroes arrancados al día-día, somos héroes locales. Somos niños que nos enseñan que los sueños están ahí, que existen y los necesitamos. Y somos los que viajaron y descubrieron ciudades donde pensar era un pecado. Todo esto somos.

Pero cómo no, nuestro mejor postre y sobremesa, hablarles de nuestra sabrosa cocina literaria: nuestra personal tertulia “online”, donde nuestros lectores y amigos parlotean sobre la literatura. Donde nuestro compañero Caque reflexiona sobre el poder del seudónimo y la vida pública del que roza el éxito de lo mundano. Y no podernos despedirnos sin mencionar a nuestro particular maldito: el genial José Hierro. Poeta entre poetas.

Verán que nos acompañan nuevas firmas. Poco a poco nuestro parnasillo se inunda de color, de matices: de vida. Aquí nos tienen para lo que gusten. ¡Ah!, esperamos sus plumas y ojos. Sus escritos, sus colaboraciones y su tiempo. Estimados lectores, disfruten, el telón se alza. Es hora de la chanza, del timbal del tahúr y del encanto del escribano que imagina mundos.

http://www.caleidoscopiodeideas.com/

Nota de copyright. Ilustración de Betty Alter.

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Ariadna, especial de Otoño.

>
¡Lectores todos!

Esta vez no quiero que dediquen su tiempo a leer éste, mi último mensaje, sino que viajen un poquito y lean mi colaboración en www.ariadna-rc.com en su número de Octubre. Como siempre, orgulloso de poder participar en ella con este pequeño granito: “Turbios destinos de Otoño.”

Darles las gracias a Ariadna, pero lo más importante,
que descubran el poder de las palabras y de los poetas que allí
se exhiben. Ya me comentarán que opinan del número. Merece la pena leerlo.
No se necesita más de media hora. Casi seis paradas de metro.

Salud.

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>El ideal

>Esto va por Fernando y Gonzalo. Ellos saben.


(tiempo estimado de lectura: 5′)

Cuentan que una vez un brillante directivo de una empresa cotizada decidió no volver a hablar más en público. Y se calló para siempre. Llegaba al despacho con una gran sonrisa puesta y se encerraba inmediatamente a trajinar sus desconocidas maquinaciones: nadie supo nada más de su vida personal, sus pensamientos o intereses de propia palabra, puesto que no hablaba con ningún otro de sus compañeros, jefes o subordinados. Además, pronto comenzaría a dejar breves notas en las mesas de sus colaboradores con preguntas del tipo: “¿Has preparado el presupuesto para el cliente fulano?, dale un buen precio, le queremos en nuestra cartera.” o explicaciones que decían: “No cerréis el trato con tal proveedor: su precio es bochornoso y es un mangante.”. Ironías del destino, tal pobre modelo de comunicación resultó injustificadamente fructífero: sus vaticinios y consejos fueron altamente exitosos y los resultados le dieron la razón un día tras otro. Pero nadie conseguía explicarse el porqué de aquello. A cada mañana, los colaboradores llegaban a la oficina ansiosos por recibir aquellas notitas que ejecutan sin rechistar, puesto que sus frases contenían los más acertados consejos. Le tildaron desde RRHH de “visionario”, quiso hablar con él el mismito presidente, primero para darle una seria reprimenda a su ilógico comportamiento-según los tradicionales postulados del más serio “management” institucional-, más tarde para felicitarlo y elogiar su modelo de gestión, pero todo fue completamente imposible. Igual que entraba, se iba de la oficina: en silencio, sin coger el teléfono, sin responder a los correos. Aquel año en la Asamblea General los accionistas recibieron beneficios inesperados: la empresa había adquirido participaciones en una pequeña empresa, totalmente desconocida dentro del sector, y los nuevos productos comercializados había sido un rotundo éxito. Todo gracias a la recomendación del silencioso directivo.

Lo novedoso por nuevo vale el doble y las noticias corrieron rápido. Se habló de él en la prensa especializada, en las escuelas de negocio, en los núcleos corporativos de las otras hermanas competidoras. Envidias aparte, aquel éxito sostenido no tenía parangón anterior y sin mediar explicaciones o justificaciones de porqué o cómo funcionaba aquello, todos se lanzaron a la labor más hermosa y trascendente de la tarea empresarial: la copia. Por todos los lados surgieron los imitadores que querían preguntarle, o al menos, quizás tan solo rozarse con su saliva para adquirir tan preciado don, pero aquel hombre erre que erre, continuaba inmutable, silencioso y apartado de cualquier hipotética relación con amigos o extraños.

Como no podía hacerse otra cosa, aunque era evidente que aquel comportamiento parecía singularmente exitoso, rápidamente se puso de moda que los ejecutivos no hablarán más e iban a la oficina a horas distintas para no coincidir con nadie: las acciones de las empresas de comunicación cayeron en picado: total, ya no era necesario nada, ni teléfono, ni correo, ni mensajería de ningún tipo y lo único práctico eran aquellos papelitos donde todo el mundo escribía sus cosas al resto.

Como se pueden imaginar mis queridos lectores, aquello fue un completo desastre. Aquel trimestre nadie dio pie con bola. Los clientes descontentos, los proveedores impagados, inclusive algunos empleados se vieron en la calle. Pero en todo aquel jaleo había algo irracional e incomprensible porque nuestro directivo, pese a toda la adversidad, seguía cosechando éxitos y se mantenía indiferente a lo que sucedía fuera de su original estrategia de incomunicación.

La vida es tiempo de cambio y mucho más ante los fracasos y pronto todo el mundo se olvidó de él. Aquel método no funcionaba y era peligroso, se decían los unos a los otros, ¡es un impostor!, confesaban los que fueron sus más acendrados seguidores, en los foros económicos fue tachado de inmediato de apostata y dejó de recibir las innumerables invitaciones que por otro lado nunca había aceptado. Pasaron los meses y la rutina retornó. Las escuelas de gestión organizaban ahora cursos de liderazgo donde se preconizaba una relación directa, intensa, constante con los empleados.

¿Y qué pasó con nuestro particular directivo? El otro día tuve el orgullo de cruzármelo en la nueva sede mundial. Había sido apartado y ejercía un discreto cargo de segunda línea, insulso en la organización, donde allí cosechaba sus estupendos éxitos intrascendentes. Yo sabía que era feliz porque seguía sin pronunciar palabra y no cejaba en su personal método de gestión. Al pasar me sonrió, pues siempre lo hacía de esa manera. En realidad lo hacía así con todo el mundo.

Mire para atrás: esta vez, haciéndome un guiño, había dejado caer un papelito, una nota para mi. Mi nota.

Y se leía: “Cree con fuerza en tu ideal, allí está el éxito que los otros no sabrán encontrar. Sé tú mismo. ”

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