Los niños, sorprendentemente, no rellenan ningún formulario.
Es más, los niños no entendieron nada de aquella carta de Nöel y respondieron al formulario con un gran ¡¡NO!! de vivos colores, explicando que querían en realidad recibir para siempre los regalos de Papá Nöel y de los Reyes; les hacía tanta ilusión decidir qué pedir, escribir aquella carta eligiendo entre las diferentes posibilidades, y luego finalmente enviarla junto a sus padres. Y, claro está, había que esforzarse por merecer aquellos regalos y hasta por compartir un poco con el resto de los amigos. Aquello justamente hacía más valiosa la recompensa.
Los Reyes recibieron una riada de respuestas en este sentido. Eran todos los niños del mundo. Se avisó con urgencia a Papá Nöel y al elfo. Estaban en la playa, y si bien, alguien de lejos los creyera sonrientes, sus corazoncitos penaban y anhelaban una señal de esperanza. ¡Y fue aquella la mejor que podrían haber recibido nunca! Rápidamente retomaron su trabajo con aquella respuesta unánime de los niños y nunca más lo abandonarían. Se dieron cuenta de lo importante que eran y de que no podían fallar a la humanidad.
¿Y qué pasó con los grandes fabricantes? En realidad, nada, porque ellos también tienen sus hijos y comprendieron su equivocación a tiempo, por tratar de malmeter, y que sobre todo la Navidad era un momento importante para cuidar, y desde entonces respetarían el duro trabajo de Papá Nöel y de los Reyes.
Y es que la Navidad no es una mera compra…es más bien un regalo, pues tenemos la oportunidad cada año de recordar y practicar que la generosidad nos hace mejores personas. Y de esta manera en nuestro mundo podrá crecer la felicidad.
¡FELIZ NAVIDAD!
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Todos los niños rellenaron los formularios y desde entonces recibieron los regalos directamente.
Aparentemente era una buena elección porque se aseguraban los regalos cada año. No hacía falta ni siquiera portarse bien un ratito.
Así fue, desde entonces que ya no recibirían los regalos aquellas noches mágicas de Navidad y de Reyes, ya no estarían ni al pie del árbol ni escondidos entre los zapatos. Tampoco tendrían que poner una taza de leche ni turrones. Ningún elfo ni nomo se colaría por entre las rendijas de la ventana. Ningún trineo les visitaría. Ahora esperarían todo el día a que sonara el timbre de la puerta… y a que un mensajero en moto les hiciera la entrega.
Entonces los centros comerciales se aprovecharon…y pusieron los regalos mucho más caros que antes. Pronto ya nadie se acordó de Papá Nöel y de los Reyes Magos. La última vez que la gente escuchó algo sobre ellos fue cuando se murieron… muy solos y los periódicos publicaron una pequeña noticia que a nadie le importó. Así fue como la ilusión de la Navidad… se perdió. ¡Eran tan fácil conseguir todo lo que queríamos! Unos años más tarde ya ni tan siquiera la llamaban Navidad: la llamaban Tiempo de Regalos y en realidad eran simples compras, puesto que era más práctico y sencillo pagar (si podíamos) por lo que uno quería… y ya está.
Este final puede que sea bueno para cierta gente… los fabricantes y los vendedores que se hicieron mucho más ricos, y que aparentaban ser más felices y que hasta solían alardear de sus nuevas riquezas porque todo el mundo les envidaba… pero pensad: eran tan pobres de corazón como el resto, ya que el espíritu generoso de los regalos nunca se podrá comprar.
¡FELIZ NAVIDAD!
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Y sucedió que Nöel, aburrido de recibir cientos y cientos de cartas, todas ellas similares entre sí, copias simples y duplicados de modelo de supermercado sin imaginación alguna… pues…se cansó de la Navidad. Y es que se veía a sí mismo como un simple acarreador de obsequios vacíos, un empaquetador de antojos y de estorbos apilados, y los niños, sin ilusión aparente, le resultaban tan egoístas e interesados, pedigüeños que no hacían sino repetir lo que escuchaban a los mayores: cuanto más caro, mejor.
―Pero la culpa no es de ellos…―le explicaba con dificultad su pequeño elfo mientras gruñía. Y en esto tenía bastante razón.
El elfo era verde y bastante feo y de nombre un tanto particular: Mr. Scrooge.
Nöel era mayor. Salvo el elfo nadie se preocupaba realmente por él. Y el elfo no estaba tampoco para tirar cohetes, ya tenía sus años. Vivían los dos solos, entre los hielos del Ártico. Tenían sus achaques y trabajaban ciertamente muy duro todo el año para preparar aquel interminable almacén de regalos. Por eso y porque estaban siempre muy cansados no paraban de gruñirse el uno al otro, no paraban de envidiar la suerte de los demás:
―Al menos los tres Reyes tendrán más gente que les ayude… los pastorcillos, los pajes… ¡un montón de personas a su alrededor! ―se quejaba Mr. Scrooge cuando recibía el plan de trabajo diario.
―Y viven en un sitio con menos frío y lluvia. ¡Allí en el Oriente sí que hace rico calor! ―le respondía Papá Nöel cabizbajo.
En realidad, la cosa no es que fuera mejor en el cuartel general de los Reyes Magos: hacía tiempo que sus pobladores habían olvidado el verdadero sentido de su trabajo y se comportaban como si fuera una fábrica sin sentimientos: que si las compras, que si el acopio de material para los juguetes, que si la eficiencia en los trabajos de la preparación navideña. Nadie podría quejarse, siempre cada año mejoraban los tiempos, el número de regalos de las cartas entregadas, la precisión de las operaciones en la Noche de Reyes. El trabajo había sido cuidadosamente dividido entre todos… pero finalmente… a nadie le importaba, nadie se preguntaba para qué estaban allí. Y todo el mundo trabajaba triste y meditabundo, esperando haber finalizado su trabajo y descansar un poco.
Y un buen día, la noche previa a la gran noche de Navidad, un viejo elfo verde se presentó en su cuartel: era Mr. Scrooge, en bermudas y maleta de viaje en mano, prácticamente oculto por una gran tabla de surf, que traía un mensaje de Nöel; se lo entregó, y tal silenciosamente como vino, desapareció. Decía la misiva así: “Lo dejo. No lo soporto. En nuestro almacén están los regalos listos delos niños de este año. He pensado que ya no somos necesarios y que bien pensado vosotros podéis entregarlos en vuestro día. Mi elfo y yo nos tomamos la Navidad libre. Nos vamos a la playa. Si queréis, el año que viene os relevamos”.
A pesar de lo terrible del mensaje por lo que significaba abandonar tanta responsabilidad, la propuesta tenía sus claras ventajas: si se turnaban solo deberían trabajar la mitad del tiempo. Pensaban apenados los Reyes que a nadie le importaba quién finalmente le llevara los regalos a los niños. Por lo menos trabajarían un año y descansarían el siguiente. Aquel periodo de ocio lo podrían dedicar a viajar, a hacer fiestas o sencillamente a vaguear. Ya todos se imaginaban la nueva forma de vida… y que, aunque fuera por un tiempo, se librarían de todo aquel esfuerzo esclavo de entregar los regalos de Navidad.
Aquella noche de Navidad fue la primera en siglos que nadie recibiese nada. Únicamente llegó una breve carta a los niños, una carta escrita y firmada por Papá Nöel, en tono administrativo y formal, pidiendo disculpas y justificando las nuevas condiciones de entrega de los juguetes. Aquel primer año los Reyes se ocuparían de todo y en lo sucesivo se irían turnándose con Papá Nöel… Aunque aquella carta contenía algo más… los fabricantes, que vieron peligrar su negocio, tramaron un golpe de efecto… la carta se acompañaba con el logotipo de muchas marcas de enormes centros comerciales e incorporaba un formulario para que los niños lo firmaran, adjuntasen un número de tarjeta de crédito y comenzasen a solicitarlos regalos directamente… comprándolos. ¿Por qué en el fondo qué valor aportaban aquella panda de haraganes que ya no querían hacer su trabajo y repartir los juguetes? ¿Nos podríamos realmente fiar de ellos en un futuro?
Los fabricantes se frotaron las manos: ahora las Navidades serían finalmente ¡todas suyas!, ya nada importaban aquellos tristes de Nöel y Reyes Magos. Se habían dejado comer el pastel.
¿Y qué pasó entonces?
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Tengo que hacerles tres apreciaciones a los paraísos propios: la primera, solo sobreviven sin te los tragas, si esa burbuja donde los imaginas se localiza en tu estómago y baja que te baja se asienta un poquito más abajo, en el intestino delgado y busca allí asiento. La segunda, han de achucharlos, tanto como haría la madre a su hijo pequeño. Háganlo a diario, porque los paraísos si no se exploran se nos morirán por inaniciones varias.Dicen de los paraísos muertos que son como los corazones ultrajados: pintan bien en los poemas pero son horribles para convivir con ellos a diario. De aquí me nace la tercera apreciación, escuchen. Sean generosos con sus paraísos enfermos, denlos tiempo, permitan que se enfaden con ustedes, que se alejen de sus vidas, que se vuelvan chicos o que sean destructivos, y quieran que no, antojadizos cuando lo que necesiten principalmente sean sus mimos. Y es que los paraísos se exploran a escondidas. Y solo es así como uno se acostumbra a ellos, se hace uno a su traje, y esta medida de nuestros sentimientos los hacer florecer; porque de lo contrario esto será como aquel gran amor, uno que hubo por momentos precisos irradiado soles y al que habrías dado un brazo por besarle, y sin embargo, falto de coraje no le dijiste nada, no diste el paso, y ahora le ves todos los días, y por causas diversas, os saludáis, y sentís ambos este grave silencio, pero hay una distancia cosmológica de paraíso que se murió y que procuráis evitar. En el estómago lo sabéis perfectamente pero es tarde para que haya un hueco donde fructifique este paraíso.
Los más envidiosos le llamaron «el gran mamporrero cañí» y querían así en parte denigrarlo, en parte auparlo a su merecido pódium de villano; eran aquellos que no alcanzaban las secretarías más sabrosonas, aquellas trufadas de influencias, de viajes colosales y de colosales Comisiones por presidir. Eran los envidiosos que no habrían de conseguir ningún beneficio ni parabién en su oficio político. Pues cuando lo que otros hablaban era… neta y mera torcedumbre, postureo, alarde fútil… era un mero «rasca-rasca», un complacido derrape y tontorrón aplomo para las conciencias. Era repetir un dale-que-toma cansino, un qué-se-yo desesperantemente escuchado siempre antes; él, no obstante, fue el canto del cisne e iría cien pasos por delate del resto… pues con orgullo abría su bocaza y simplemente al hablarnos… nos mentiría… Y nosotros, todos, allende fuera nuestra simpatía le creíamos y le seguíamos, tal cual la luz del día persigue al sol. Y la razón de su comportamiento y de sus patochadas tenía su cierto quid práctico: creo que pensaba… «si nada sirve ya en esta ágora social, por lo menos que el corazón se ilusione y rule y siga unos pasitos más para delante». Muchos le escupían y se hartaban de llamarle populista. Él les llamaba los tristes de corazón. Esto me lo contó con una fanta después de un apasionado mitin y mi corazón entregado a sus pies. Yo fui por un tiempo uno de sus discípulos. Tomé su pan y bebí su vino de primera mano. Él era un enorme ser. Un humano que refulgía. Vivía de los demás, era un absoluto servidor público. Quiero decir que no quería (aparentemente) el dinero de nadie, y era pobre de solemnidad (aparentemente) y me decía que en su cuenta no se guarda un chavo ni robado ni mal conseguido. Le gustaba chupar cámara para imaginarse un mundo más feliz. Y decía que el amor era un parabién por distribuir entre todos. Y decía que esta era su enorme misión en España. Pero el «mamporrero cañí» no sabía por entonces que no sería inmune a los miles de venenos y trampas de periodistas, contertulios y compatriotas de partido. Este sufrimiento, esta pasión, esté manto de espinas le hizo doblemente noble: dijo que nos amásemos los unos a los otros y prometió la redención de nuestros pecados. Y si nunca sucedió ni se cumplieron las promesas… fue porque fiarlas a sus palabras era un brindis al sol. Pero si todo lo que nos dijo fueron mentiras… ¡qué mejores mentiras nunca hubo por admirar! Fueron meses hermosos mi caminar con el «el gran mamporrero cañí». Comprendí que faltan muchos hombres como éste en nuestra política. Porque a falta de héroes… al menos tener villanos que merezcan nuestra condescendencia…
―Allende las cosas van, deberán luego ser otras; es un juego de cadenciosos equilibrios el que se procura en el hombre. Obsérvalos.
―¿Por qué mi Amo y Señor los menos cruzan siempre estas fronteras en carroza dorada y los muchos lo hacen en malas condiciones y cuajados demiseria?¿No son todos hechos a tu imagen y semejanza?
Fue entonces que Dios no dio respuesta alguna y masculló un reprobatorio.Apartó su rostro del Ángel Caído y de entre las alturas señaló las hileras de cuerpos desgraciados, corpachos hacinados en aquellas lindes de países sin nombre. Aquellas gentes se habían arrastrado por miles de kilómetros, habían atravesado desiertos, selvas y mares. Portaban los corazones calcinados por el dolor, y eran sus familias, las que gritaban:
―Elohi, Elohi, lema’ šĕbaqtani (“Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?”)
La diferencia entre lo cierto y lo irrelevante suele habitar en un lugar ameno al parloteo humano. Los conspiradores y los políticos comprenden dicha diferencia y al dedillo la explotan. Los magos también utilizan habilidades similares… y por eso convierten el agua en vino, ¡ojo!, siempre en este sentido, nunca al revés. Los sabios suelen ser discretos, y nos explican que la verdad mide y pesa exactamente la misma cantidad. Por eso no presentan magazines, y si escriben libros es complicado que terminen en nuestras mesillas y los aplaudamos.
Si miras al reloj y esperas una respuesta rápida a tus problemas te invito que cojas un número más en la fila de la vanidad humana. Sus mentiras tendrán las patas cortas… ¡pero las muy jodidas se camuflan que da gusto! Por eso las amantes y las pitonisas suelen pensar lo mismo cuando las preguntamos: lo pronto que me vienes y lo mucho que molestas… muchacho. En eso último lo cierto y lo irrelevante prácticamente coinciden.
A J. le gustaba pasear de vez en cuando con este Félix, le parecía un tipo un tanto particular, un escritorzuelo ingenioso de gran corazón, aunque quizás pelín pedante. Creo que aquel sentimiento de amistad era recíproco, con sus altibajos, claro está. No era que J. fuera un vago o un putero en sentido estricto; no era que se quedará prendido entre las faldas o el sujetador de la camarera en todo momento; tampoco que en sus eternos paseos hablarán de grandes temas, fundamentalmente guardaban silencio. J. se consideraba un esteta, un filósofo del sol y sombra abocado a perseguir fulanas y familias desestructuradas.
En aquella ocasión y para aquel encuentro habían escogido Alcalá de Henares. De noche aquella ciudad vuela. ¡No será por las cigüeñas, que por entonces duermen!, se bromeaban y era la excusa para que Félix le explicará a J. sus desesperaciones: aquello de escribir es casi como un deporte de lucha, un chute metódico, un sueño y un puñetero paraíso.
―¡Te lo tomas demasiado en serio!
Era un buen consejo. Pasaron por el palacio del Arzobispado y llegaron a la plaza de los Santos Niños y a la Catedral Magistral.
J. señalaba los edificios y explicaba las pasiones, los duelos y las muertes y vicios inconfesables de las gentes que allí vivieron. Todo había quedado impregnado.
Después buscaron una librería. Justamente había una cerquita, se llamaba Notting Hill.
―Lo mejor por el momento está aquí ―y señalaba a los libros que se apilaban en las estanterías―, pero lo siguiente sigue estando allí ―y señalaba la cabeza calva de Félix con ironía.
Cuándo: 22 de Septiembre, sábado
Dónde: Notthing Hill Bookshop. Plaza Santos Niños, 5, 28802 Alcalá de Henares, Madrid
¡Compañeros y amigos todos!¡detectives en paro, viajeros y curiosos, ocupados lectores e inapetentes famosos! Sabed que en la hermosa Villa de Alcalá, Patrimonio de la Humanidad por su cultura, su historia y sobre todo las buenas gentes, este próximo sábado 22 de Septiembre, a las 19.30 horas tenéis una urgente cita con J., mi borrachuzo y bilocado detective. Allí os espera para explicaros qué sucedió en realidad con Laura Buendia, a la sazón historiadora de este periodo que algunos osan llamar Spanish Texas. Creo que nos espera una sesión de intriga, humor y quizás despiporre. ¡Id armados y predispuestos!¡No os olvidéis de los niños, los perros y la suegra!
Cuándo: 22 de Septiembre, sábado
Dónde: Notthing Hill Bookshop. Plaza Santos Niños, 5, 28802 Alcalá de Henares, Madrid
Sinópsis:
Laura Buendía es guionista de Spanish Texas, un documental que describe el periodo de tres cientos años durante los cuales Texas estuvo bajo soberanía española. Laura muere aparentemente en un desafortunado accidente y J., alucinado detective de serie negra, deberá elaborar un sencillo informe… que sin embargo desembocará por derroteros inesperados y que dará pie a una fascinante aventura que cruza el Atlántico. Borrachuzo y de seguro perdedor, J. solo tiene a su favor para realizar esta investigación una singular arma conocida por bilocación: sor María de Ágreda ya la utilizaría en el s. XVII y pudo así ser vista en Texas y Castilla a un mismo tiempo. Sueño o estupidez, mediante dichas bilocaciones seremos espectadores de una conspiración inquietante que busca cambiar el designio de mundos conectados.
Estos misterios hacen de Spanish Texas una novela de fronteras: a medio camino de lo policiaco y de lo histórico, de lo procaz y de lo descreído, y en suma, de lo americano y de lo español. Su lectura habla de sociedades en tránsito, poderosas por aquello que comparten y unen, más que por lo que las separa.