These Exit Times (Thank you for not breeding)

Benjamin escribió:
«Para quien no lo entienda aún… la vida brota por cualquier esquina, por los rincones más oscuros e inhóspitos de nuestro hogar, por ejemplo, cuando no barres y nacen las arañas, o cuando las hormigas o las cucarachas se desplazan por las cañerías y nos despiertan por la noche porque no supimos exterminarlas. Por eso, los que han ido a Marte nos han traído un gran regalo… ¡la oportunidad de comprender que no somos el ombligo del universo!».
Como pro-marciano convencido pensaba que la vida en la tierra era un don. Porque Benjamin era un panteísta y hacía tiempo que había cerrado su corazón al Dios cristiano… tras las setenta veces siete llaves de la peor condena: la rendición de la fe. Si el hombre fue creado en el último día… ¡qué demonios hubiera sucedido si se hubieran olvidado de él! ¿No sería éste un planeta mucho mejor? ¿No seguiría viviendo en el mismo vergel?
Había entrevistado sobre este punto a gente muy particular y de concepción radical en su posicionamiento de especie: aunque especialmente resultó un tal gurú del VHEMT, siglas del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria o en inglés, Voluntary Human Extinction Movement. Aquello visto por encima y por cualquiera parecía un despropósito. Dejarse extinguir, dar un paso por delante del destino. Su fundador fue Les U. Knight, nacido en Oregón opinaba que la mayoría de los peligros enfrentados por el planeta giraban en torno a la superpoblación. Por eso comenzó a publicar en los años noventa del pasado siglo un singular boletín que llamó «These Exit Times» y que popularizó entre sus seguidores el grito de «Thank you for not breeding».
El tipo del VHEMT en la entrevista de Benjamin le decía:
―No somos una organización política, solo somos un movimiento de ciudadanos preocupados por el planeta, una filosofía. No tenemos líder. No somos unos frikies maltusianos. La raza humana es un parásito que destruye todo. Nuestra concepción de alternativa sostenible es bien simple: sobramos nosotros… mejor que el resto de las especies. Para contrarrestar los miles de extinciones recurrimos a la nuestra, a la humana. Y para ello… nos negamos a reproducirnos. Así de fácil.
Y el tipo hablaba muy en serio: es más, aquellas siglas de su movimiento pronunciadas en inglés significaban «vehemencia», lo cual confirmaba una intensidad dolorosa, a su parecer responsable de su concepción existencial. Vestía de manera muy simple: una camiseta de mangas cortas, blanca, y de algodón que seguramente fuese de agricultura ecológica, con un inmenso logo de la tierra y encima el consabido eslogan que instaba a dejar de procrear de forma inmediata. No llevaba ningún adorno corporal y su mejor arma era una mirada despejada, incisiva, inteligente y sus palabras, las que pronunciaba lentamente, regurgitándolas de la garganta y seguramente de las entrañas.
Luego se marcaba el símbolo de la victoria y soltaba su eslogan: «May we live long and die out» aunque apostillaba que muchos seguidores no estaban de acuerdo completamente con él. Escuchado el discurso de sopetón ponía los pelos de punta a Benjamin. Recibió muchos comentarios online sobre el asunto: aquello en era un filón y lo cierto era que no dejaba impasible a la audiencia. ¡Había que explotarlo! Era, para comenzar, absolutamente antinatural. Violaba cualquier precepto darwinista y muchos pensaban que hasta rozaría el mal gusto. El partidario del VHEMT se ofrecía a contestar cualquier pregunta que se le hiciera:
―¿Qué opinaba de la eutanasia? ¿Y de la castración química?
―¿Qué opinaban de las familias numerosas y de la moral cristiana y de eso que Dios había dicho de «creced y multiplicaos»
Otros eran más mundanales:
―¿Se había hecho la vasectomía o simplemente había escogido el camino de la contención, de la castidad?¿Tenía pareja?¿Follaban a menudo?
―¿Era vegano?
Luego Benjamin realizó la siguiente reflexión y lanzó la cuestión: hizo un recuento de sus familiares y de los familiares de sus amigos más cercanos e intentó contabilizar los hijos, los sobrinos… pero no le llegaban a la media docena; vale que sus abuelos fundaron fecundas familias… aunque ahora… existía un poderoso deterioro… y las nuevas eran una sucesión pírrica de relaciones infecundas… una manada de solteros y desparejados que mostraban que la extirpe occidental caminaba a la extinción… como si aquel VHEMT hubiera contaminado su ideario entre los occidentales. Alguien entonces realizó un comentario en este sentido. Benjamin le dio pasó para retransmitir su voz, una voz grave y angustiosa de varón:
―No me he casado. Mi salario es una basura. Vivo en casa de mis padres. Aunque lo poco que tengo me lo puedo gastar en mí. No me siento capaz de mantener una familia, es muy caro, no puedo comprometerme. No pienso en el futuro, solo puedo pensar en mi maquillaje, en mi moda, en mis gadgets, en salir cuando puedo…
―¿Diría que es feliz? ―preguntó el activista de VHEMT casi merendándose el micrófono y con una mirada ácida
―Por lo menos tengo trabajo. Mis amigos… ni eso.
Benjamin concluía su programa así: «El hombre, este ser superior que dominó la naturaleza, el que había bajado del árbol hace 2 o 3 millones de años, el que inventó el fuego y migró abandonando África y colonizó hasta el Ártico… el que se reproduce hasta la extenuación… el que consume los recursos y los agota… aunque también… el que desaparece»

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El gran silencio

Fermi hablaría de la ingente cantidad de civilizaciones que nos escuchan en el espacio.
Aun así, a pesar del proyecto SETI, de la ecuación de Drake y de cualesquiera de los esfuerzos organizados por escuchar a nuestros vecinos… no había nadie. Ninguna estructura de ingeniería extraterrestre había sido encontrada. Nada. Ningún buque fantasma, atravesando las estrellas. Es el gran silencio. Muchos se afanan en hallar huellas de inteligencia allá fuera, y muchos filo-alienígenas montarán sectas, congresos pseudocientíficos, inundarán nuestros sueños con sus panfletos, harán lo que sea por convencernos, por hacernos ver sus tentáculos verdes, sus ojos inmensos y sus corpachones protegidos por corazas y respiradores. Dicen que cuando Neil Armstrong llegó a la luna se encontró con todo un chiringuito de tubos y estructuras metálicas. Los marcianos tomaban cubalibres o ron y meneaban una bandera roja como la sangre con la hoz y el martillo tatuadas… pero ahora, en serio, quizás allí hubiera una completa base soviética en explotación… pero no había ni rastro de vida ajena a nuestro planeta. Ni la más simple célula.
¿Estamos solos en el universo?¿Somos una excepción irremplazable?¿Una maravilla irreplicable?¿Estamos abocados a extinguirnos si tan siquiera cometiésemos un error y dislocásemos nuestro frágil mundo? Los cristianos dicen que Dios fabricó al hombre en el séptimo día. Los griegos decían que la humanidad fue creada con una mezcla de las cenizas de los titanes y el cuerpo de Dionisio, y por lo tanto existió una chispa divina. Quizás todo se explique por el famoso «chisporrotazo», la creación de Adán, aquella maravilla de la Capilla Sixtina, imaginada por Miguel Angel. Veámoslo:


La creación de Adán

Aquí Dios asume el papel y nos hace realidad. ¿Fue así de simple?
Pero si no hubiera nada más, quiero decir, si todo fueran excusas y justificaciones, y solo hubiera nuestro conglomerado de genes, de moléculas autoorganizadas, impulsadas por alguna ley química de afinidad, y gracias a un feliz acierto en el tiempo o de alguna coincidencia… si somos lo que somos porque el azar no quiso más… si duraremos lo que permanezca nuestra pequeña capsulilla orbitando en órbita alrededor del sol… Si somos excepción desaforada…
Dicen que nuestra vida es un breve fogonazo entre dos perennes oscuridades.
Temo que sea así; aunque a veces siento todo lo contrario. Si me esperase algún tipo de vida eterna, y quizás si exista algún tipo de entidad para enjuiciar mi vida… espero que no sea displicente, que no se severa. Que comprenda mis debilidades. Porque de lo contrario, tomaré mi bonita mochila espacial y buscaré sin tregua otro lugar donde se me quiera.
Y prometo que lo encontraré.

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The Bare Big Thing for living: ¡Busca lo fundamental! #serfeliz

¡Busca lo fundamental!
Aquello que te hará ser feliz tan siquiera al buscarlo:
Y que no será un coche-casa-poder ni lujo ni preocupaciones baldías
¡Será aquello que te dará la savia-sangre!
¡Será aquello que te arranque una sonrisa del estómago!

¡Olvídate del exceso superficial y las grandes obras doradas!
Pues…
¡Aquello que dará a tus años el camino justo es lo que buscas!
¡Aquello que sea simple-justo-y-suficiente!
¡Aquello que venga a tus pies y manos
y te ayude en su danza
a distinguir el adorno,
a separar la paja de la grana!

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Los banqueros y la crisis de productividad del 2020 #elmundoen2051

Los banqueros no entendieron el porqué, no comprendieron que la productividad descendiera tan pronunciadamente y sin tregua entre los años 2020 y 2050, aunque la explicación más tarde fue bien fácil para todos: las máquinas comenzaron a hacer casi todo… y los hombres… se veían arramblados en los trabajos de menor valor. No hubo desempleo, se llamó «inempleabilidad», que quiere decir, que muchos grupos de población nunca podrían conseguir una razón de subsistencia. Era más barato que no hicieran nada, salvo consumir.
Es lo que tienen las tecnologías exponenciales. Solo las máquinas pueden controlar a las máquinas. Solo unos pocos las conoces o cabalgan a sus lomos. Grupos aislacionistas pensaron que “being offline” sería una cura… y fueron los primeros en desaparecer. Muchos en manos de cada vez menos, no siempre los más talentosos, y más, cuando las interfaces eran tan sencillas de gestionar.
Todo vino de antes. A finales del s. XX la gente concebía la tecnología como una panacea, un maná, un camino de oro al cual adherir los sueños de la humanidad. Antropológicamente optimistas, soñadores de máquinas que harían siempre más y siempre más, y una humanidad ociosa, replegada al relajo, a la contemplación de la belleza y su brevedad; fueron aquellas preciosas décadas para los occidentales, las décadas del capitalismo galopante, el atroz despliegue de las factorías y de la automatización rampante. La informática era un dios, qué digo, ¡un Dios con mayúscula!, y la conectividad global se entendía como el mayor exponente de la prosperidad humana. Nadie antes había podido llegar antes a dichos lugares, porque la voz y luego el vídeo nos lo enseñaron todo…
Iríamos a la luna, viajaríamos y colonizaríamos otros planetas, llevaríamos teléfonos en nuestras pulseras y cubriríamos las ciudades de pantallas fosforescentes. Nadie pasaría hambre… porque aquel nuevo señor electrónico nos permitía consumir todo lo inimaginable, seríamos todos completamente ricos y lo fundamental…, sanos y felices, trabajando cada vez menos… y sorteando los peligros de nuestras vidas gracias a la mayor falacia de libertad jamás pronunciada y autocomprada por un grupo humano en los 5.000 años de civilización.
Como se vio más tarde, todo aquel sueño se derrumbó en una ominosa pesadilla.

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El origen de los Nmemonautas #cienciaficción #historiasparaZenda

Eran sobre todo aquellos campos amarillos y sus trigales; era aquel rubor tornasolado del horizonte o tal vez el destello de las cupulillas impresas de la neopolis, y de aquellas líneas que se dibujaban en las avenidas, de las cuadrículas repetidas, en donde, decían, ahora se vivía en paz. Eran las proyecciones sobre las nubes, y el sol impoluto, y el trasiego de los astropuertos o el volteo organizado de sus fábricas estelares: era todo tan bello.
Habíamos vuelto y como siempre que sucedía, ellos habían cambiado el planeta… Fuimos a lo que una vez llamamos París y ya nada se erguía sobre lo que parecían unas colinas desmochadas. Fuimos a su Londres, y la muchedumbre ya no estaba; en su lugar, una vasta llanura ocupaba el espacio donde solo pastaban unas aburridas vacas; en Moscú todo era hielo y rugía un atroz vendaval. N.Y. permanecía bajo las aguas, y los pulpos y las anémonas eran sus únicos habitantes arrollados por las mareas.
Pero la humanidad seguía por aquí, tan prolija y exánime como siempre. Fuimos a sus hospitales y nos mostraron las nuevas criaturillas. Las tomamos en brazos y las acariciamos y las cantamos aquellas viejas nanas que nos hubieron enseñado nuestros abuelos.
Pero buscamos en sus bibliotecas y no encontramos nada más que edificios derrengados.
«El conocimiento que no es útil no se almacena», nos decían. «Los gobiernos se organizan algorítmicamente, automáticamente. No queremos arqueólogos. No queremos saber nada de nuestro pasado. Es absurdo, no os imagináis cómo…»
Les hablamos de sus ancestrales guerras. Hasta inclusive les enseñamos las fotografías, las grabaciones. Ellos sonreían y tecleaban en sus enormes bases semánticas y nos preguntaban. No quedaba nada de aquellos horrores, se habían volatilizado y nos parecía sorprendente que no quisieran recuperarlos.
Les hablamos de los romanos. Les hablamos de las religiones. Les hablamos de Cristo. Juntaron a sus filósofos y apuntaron nuestras ideas, tomaron notas y nos escucharon con una intensidad inusitada, aparentemente interesados por sus viejas desventuras. Pero era una torpe impostura y lo sabíamos. En cuanto nos íbamos… olvidaban nuestras palabras y retomaban la rutina. Decían estar muy ocupados con la prosperidad futura. Decían llamarse sus albaceas y no supimos por qué hasta mucho después.
Pero fueron amables y los gobiernos nos recibieron entre vítores, entre alabanzas. Pese a todo, decían, éramos los Mesías, los egresados. Nos explicaron que nos habían estado esperando durante milenios. Les dijimos que nuestra máquina del tiempo estaba ya vieja y que era complicado detenerse en una era concreta. Se la enseñamos, y sonreían al ver aquella obsoleta tecnología. Nos ayudaron y la parchearon… así podríamos continuar nuestro viaje, nos decían. En realidad, pensamos, nosotros éramos mucho más viejos que todos ellos juntos… y en cierta medida… con aquella felicidad y perfección conseguida en su nuevo mundo nuestra función podría darse por terminada. ¿Sería el momento de descansar en cualquier playa de los trópicos? Ellos decían otras cosas a nuestras espaldas y se reían.
Luego nos llevaron al Coliseo. Al menos así llamaban al gran estadio de futbol, aunque ni uno solo podría explicar algo sobre aquel deporte. Era lo único que conservaban de nuestro tiempo. Nos contaron la historia de lo que sucedió allí… y era la misión de los Nmemonautas, aquella enorme épica a la que fuimos encomendados. Conservaban allí unas hermosas palabras grabadas en laminillas de titanio. Nos emocionamos al reconocer nuestros rostros. Pero sus historias eran otras distintas. Una por una ninguna ya coincidía con el original designio al que no encomendaron y no comprendimos el porqué. Pensamos que el tiempo y sus interpretaciones las había tergiversado… El devenir de los acontecimientos, creíamos, les había ayudado a olvidarlas; porque fuimos enviados para mantener el espíritu de la prosperidad humana… y cuando les interceptamos en aquel tiempo… parecía que ya nadie nos necesitaba.
Por eso recogimos nuestros bártulos. Nos acompañaron hasta la zona de lanzamiento. Nos despedimos y les dijimos que pondríamos rumbo al siguiente eón: otra humanidad nos esperaba y quizás nos necesitara mucho más que ésta…
Les vimos alzar sus brazos, despedirnos con miles de palomas y coronas floridas.
…..
Decían que habían vuelto a salvaguardar la conciencia. Nos decían con su absurda razón: «no sois libres, los recuerdos os atan aunque no lo queráis, y os vamos a salvar de todas formas». Quizás por eso decidimos acabar con ellos y evitar que volvieran a interferir en la humanidad, que volvieran a ponerla en peligro una vez más. Porque es mejor olvidarlos y todo eso. Olvidar sus creencias y las supercherías ancestrales que portaban. Ahora sabemos que es mejor comenzar con todo cada cierto tiempo. Como reiniciar nuestras mentiras. Ellos fueron reclutados para salvar a la humanidad y solo tiempo después se comprendió la medida del error. Dicen que cuando marcharon en sus naves portaban un mensaje de paz. Pero acarreaban la verdad envenenada, la del conocimiento que crea la indignidad. Tan solo cuando aparecieron en el horizonte tocaron nuestro corazón por lo mucho que los habíamos esperado. Pero afortunadamente les cazamos, como lo hace la tela de araña con la polilla nocturna. Como lo hace la amantis al devorar a su anhelado esposo, recién finalizada la cópula.
…..
3,2,1… en el momento del lanzamiento comprobamos que algo iba mal. Que se habían burlado de nosotros. No iríamos al futuro jamás. Habían modificado nuestra máquina del tiempo… y lo cierto era que aquella nueva tecnología retrograda funcionó a las mil maravillas. Para que todo fuera, dejaron escrito los hombres… que siempre tenía que haber sido… y por eso comprendimos que la misión postrera era bien otra para nosotros; que era la de viajar tiempo atrás y reencontrarnos con los fundadores (con nuestros yoes cualesquiera que fueran) y custodiar nuestro destino para que no fuera otro… sino desaparecer. Lo que había sido escrito no podrá ser borrado por los nuevos y sucesivos Nmemonautas… y por nuestros viajes al futuro, que habríamos de extirpar de todas memorias de las humanidades que custodiamos.

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La ciudad en las nubes #Democracyistheanswer

Existió una vez una ciudad en las nubes. Nevada por sus cimas, sus torreones medievales ahora derrengados, sus escaleras de peldaños rotos, de paredes enmohecidas, de vientos que cuarteaban sus lienzos arruinados, de soles arremetidos entre sus plazas huecas de palabras, de almenas despeñadas en el firmamento azul y prístino.
Existió un país sin nombre, un país sin destino, un país sin habitantes, un país vacío. El reino del tiempo se lo llevó todo; tan solo sobrevivió una soledad de ciudad en las nubes, donde aquellos que la buscaban y la visitaban entumecían sus corazones y morían de odio. Fue la princesa de pies de barro, el guerrero del antifaz dorado, el gigante de ojos doloridos, todos los mitos que una vez fueron su orgullo los que luego la envenenaron y la desahuciaron.
Existió una vez una ciudad en los cielos que fue tiempo atrás dichosa. Orgullosa de su poderío militar, de la diligencia de sus artesanos, del emporio de sus naves colonizando.
Y sucedió que los monarcas cometieron un gran pecado: no el de la avaricia, no el del orgullo ni la crueldad ni cualquier otro vicio que quisiéramos entrever. No fue la bajeza ni la ruindad de sus sueños… no.
No comprendieron que los tiempos se pasan y lo que hoy que se aplaude mañana será silencio extremo. Y fueron arrogantes y suspicaces y no supieron ver en el bien de su pueblo la máxima garantía para la Democracia.
Se parapetaron en sus palabras.

Ciudad en las nubes

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Lo que nos infringe la madrugada

No, que no es el tiempo lo que infringe la madrugada
no, que no la pesadilla esa, la-que-te-perdura

a veces lo siento entre naufragios
y tiemblo de miedo
yo me borro perseguido
por mi laberinto que pena.

Era la rasta de Bob Marley
o las tetas de Marilin
o la tablet, o el móvil avisándome:

¡me desgasto…!

y soy yo un androide que sufre,
pero será peor si sabes que el puto dinero
no llegará a casa

y la magia se fue

y la muerte -perra tesorera de la esperanza-
barrunta el desafío,
cuando la poesía se vierte
porque no hay otros lugares aledaños al sueño:
son un cadáver exquisito
tu libros ocultos,
sus letras de menoscabo.

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Sobre 2051

2051 es la vida de Gabriel o Gabo, aquel que cambiará el mundo con la invención y masificación del «retromind», la novísima tecnología de la memoria. Gabriel es un ser en tierra de nadie: desde su aspecto físico, negro-albino, su origen como hijo ilegítimo, amado pero arrojado lejos de sus padres, solitario y sin embargo acompañado por los muchos que nos hablaran de su épica, un ser que forjará el destino de los héroes del s. XXI y que narra la historia de la generación postmilenial.
Gabriel nació el 11 de septiembre de 2001 y con el desplome de las «twin towers» inaugura un siglo trepidante de transformaciones. El proyecto enfoca muchos de los cambios que arrastramos en nuestra sociedad: los relativismos, la transición de la cultura y de sus generaciones con sus mitos, debilidades y manipulaciones, y, sobre todo, ejemplifica el proceso de construcción de lo que será los próximos retos: de entre otros, su memoria perpetuada y lo digital, o, el acceso a la mente o al cerebro y a sus capacidades mediante los algoritmos.

¡Espero que os guste y me ayudéis a su difusión! La novela está lista y busco un padrino y editorial con ganas de impulsar mi ambiciosa idea.

Aquí teneis alguna degustación de la novela.


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Walls a la #DeclaraciónUniversal #delosDerechosHumanos

Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.

Nos encanta enarbolar banderas.
Esas banderitas que llevamos atadas a nuestra camisa.
Nos enorgullece trincharnos las manos y sentirnos
bien diferentes.
Y construir muros,

esas divisiones asimétricas
estudiadas hasta lo más profundo con pírrico detalle:
Lo llamaron trincheras, para balearnos,
lo llamaron también países,
se nos ocurre que las fronteras ejercen un control absoluto.

Soy más que tú,
dicen,
porque soy demócrata y blablablá,
y mi bandera es linda, y hagamos una votación más para separarnos de tu hermano.

Pero a lo mejor, y esto no dicen, no dicen que todo eso son Walls.
Achican la mente y cercenan corazones.
Las Walls son la muralla medieval que impedía entraran los invasores y
que salieran los pobladores a los campos libres.

Reclusos de sus ideas,
miraban a través de las almenas del amo:
lanzaban las piedras
y escupían las ideas heréticas-hechiceras
las puñeteras ideas de los de fuera.

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