Hay amores tan primaverales
que no cabrían en señal de tráfico alguna
no se referencian en los supermercados
ni sobreviven una larga cola de médico.
Lo son, porque
no hay vehículo que los detenga,
estantería que los almacene
o cirujano que nos precipite con su diagnóstico,
no son titular de pandemia
ni hay mal que los destruya
ni registro de arqueólogo
que los restituya del pasado sumergido,
son amores de luna lúcida
la misma a la que señalan los licántropos
la misma a la que maúllan los gatos encelados
mientras cabalgan en vespa y se cepillan
a doncellas encrespadas
a caballeros sudorosos,
son amores de primavera que se pegan a las sábanas
y nos impiden mirar el suelo,
porque lo son al admirar este firmamento sin arrepentirse,
al arrancar la clave del arco que nos sostiene
y nos dieron la vida,
como esa primera piedra que conformó la bóveda que nos guarece:
Fueron la navaja suiza de primavera.
Son del tiempo de las flores rojas.